Hasta hace más o menos 15 años—dejando de lado algunos trabajos muy aislados—la historia agraria del periodo tardío colonial en la región pampeana se podía resumir en dos o tres frases. Dominación de la gran propiedad—y por lo tanto de los grandes propietarios que controlaban con mayor o menor éxito a un puñado de gauchos semisalvajes (varones solitarios que vagaban como diestros jinetes por el “desierto” de la pampa)—monoproducción ganadera vacuna, en un sistema productivo que se asemejaba más a la pura caza de vacas cimarronas que a la cría de auténticos rebaños. No había aquí más que gauchos a caballo que tocaban la guitarra y eran hábiles con el cuchillo para degollar vacas u hombres. Es evidente que esta imagen, que en realidad comienza a ser construida a partir de la caída de Rosas en 1852, servía bien para tranquilizar a aquellos que en ese momento habían tomado las riendas del poder y que querían fundar una nación “moderna” y “civilizada” en donde el recuerdo de este pasado “salvaje” sólo serviría como modelo negativo.

Pero ese pasado no era tan salvaje, del mismo modo que el futuro, ¡helas!, no sería tan “civilizado”. Las investigaciones que se han sucedido desde los inicios de los años ochenta nos muestran un cuadro bastante más complejo. Resumimos aquí, muy brevemente, algunos aspectos de este cuadro que hemos tratado, en colaboración con Jorge Gelman, en dos estudios historiográficos recientes; y remitimos a ellos para todas la referencias bibliográficas.1

Ante todo, el análisis demográfico nos ha mostrado de que modo la región fue poblada fundamentalmente por familias nucleares y cómo ese poblamiento fue el resultado, en su mayor parte, de un movimiento migratorio desde el interior y el litoral en un proceso bastante “turneriano” de ocupación de la frontera.2 Ello dio como resultado la lenta formación de una sociedad campesina de labradores y pastores de ganado que mantenía complejas relaciones con los grandes propietarios, los que las fuentes de la época llaman más bien “hacendados” que “estancieros” (siendo éstos criadores de ganado, fuera cual fuera el tamaño de su rebaño). Además, los grandes y medianos propietarios no sólo contrataban peones y albergaban familias de campesinos que, de un modo u otro, eran sus dependientes, sino que poseían siempre un puñado de esclavos como elemento de estabilización de la fuerza de trabajo.3

Es decir, había aquí una sociedad campesina muy peculiar—como de hecho todas lo son en cuanto se aumenta el lente de aproximación—con un acervo cultural (en el sentido más amplio) que era herencia de ese campesinado profundamente mestizado del interior y el litoral. Las actividades productivas de estas familias campesinas abarcaban la producción de trigo, maíz y en menor medida cebada, además de la cría de pequeños hatos de ovinos, vacunos y yeguarizos. En la medida que la frontera “turneriana” se mantuvo más o menos abierta y que el hecho de ocupar una tierra libre (y decimos bien “ocupar” y no “adquirir jurídicamente”) fue todavía posible, esta población campesina fue creciendo en consonancia con la expansión de la frontera.

El trabajo que presentamos ahora nos muestra justamente algunas de las consecuencias de los cambios que ocurrirán en el momento en que este proceso se desacelera. En 1993 publicamos un estudio acerca de los establecimientos productivos de la campaña de Buenos Aires en el periodo de 1751 a 1815, concentrándonos entonces, como lo haremos ahora, exclusivamente en las estancias.4 En el presente artículo quisiéramos presentar los primeros datos de una investigación que abarca el periodo posterior, es decir, desde 1816 hasta 1853.5 Pero, si bien este trabajo está centrado en ese lapso, pretende sobre todo ser un análisis comparativo entre los dos periodos, con la intención primera de subrayar los cambios y permanencias entre uno y otro. Uno de esos cambios tiene que ver con la recurrente apertura atlántica del mercado triguero de la ciudad de Buenos Aires a partir de 1820 y con la progresiva pérdida de este mercado para el campesinado local (ello hizo más difícil la supervivencia autónoma de las familias campesinas como labradores). Otro de los cambios está relacionado con la limitación creciente de la oferta de tierras fértiles— esto complicó bastante la posibilidad de que nuevas familias de migrantes vinieran a ocupar otras parcelas para asentarse. Y finalmente, la compleja relación entre los sectores económicamente dominantes en el marco del nuevo estado que se estaba formando, daría como resultado un progresivo reforzamiento del control sobre esta población campesina y la acentuación de un proceso de apropiación privada de tierras que permitiría, ahora sí, la constitución de un sector de grandes propietarios con fuertes intereses agrarios (los empresarios más poderosos no invertían todo su capital en bienes rurales, ni mucho menos).

La fuente

Los inventarios son la fuente más importante utilizada en este trabajo, realizados post-mortem y para cumplir con la legislación castellana que regía la partición de bienes de el causante entre sus herederos, hubiera o no disposición testamentaria. Como es sabido, el conyuge supérstite, los herederos (o sus representantes, si aquellos son menores de edad), los albaceas testamentarios y con cierta frecuencia el alcalde de la Santa Hermandad (o más tarde, un funcionario del juzgado de paz), asisten al inventario y a la tasación de los bienes del causante, realizada por uno o más vecinos “peritos”. Una vez realizados estos dos trámites, se procede a pagar las deudas y a repartir los bienes entre el supérstite, si lo hubiese, y los herederos.

Obviamente, de lo dicho surgen dos elementos de particular importancia para el ánalisis crítico de los inventarios. Por un lado, es una fuente muy confiable, pues los coherederos y albaceas asisten al inventario y, por lo tanto, están atentos a los errores y ocultaciones. Pero por otra parte, es una fuente “socialmente recortada”—es de imaginar que una parte no irrelevante de los sectores de menores recursos no sólo no testan, sino que con cierta frecuencia tampoco se efectúa ningún tipo de inventario a su fallecimiento. Debemos suponer entonces que esta fuente sobrerepresenta a los sectores de recursos más altos. En una palabra: la fuente es excelente, pero toca muy marginalmente a los sectores más pobres de la población.6

En lo que se refiere a otros aspectos de la representatividad de la fuente, debemos referirnos a la representación por periodos y por regiones. El periodo de 1751 a 1815 cuenta con 308 inventarios. Para el norte de la campaña (una zona que se extiende desde el arroyo del Medio hasta la cañada Honda, en el actual partido de Baradero; véase mapa) hay 70 inventarios. Areco, que comprende desde la cañada Honda hasta la banda izquierda de la cañada de la Cruz, cuenta también con 70 inventarios. Y Luján, que sigue hacia el sur y abarca todo el espacio desde la mencionada cañada de la Cruz hasta el río de las Conchas, tiene 71 de tales documentos. Desde la banda sur del río de las Conchas hasta los alrededores de Buenos Aires, hemos agrupado una serie de 27 inventarios que se refieren a establecimientos que llamamos “estancias de cercanías” y que se extienden hasta lo que era el villorio de Quilmes.7 Desde allí hasta la frontera del Salado llega una zona con 70 inventarios que ahora hemos designado como Sur (y que en otro trabajo llamamos Magdalena). Estas “regiones” coinciden con los partidos decimales que existieron en la campaña hasta 1821; por ello, en el artículo citado la región del Norte se llamaba “Arrecifes” y el del Sur, “Magdalena.” Esta regionalización era muy cómoda, pues nos permitía comparar los datos de los inventarios con los de los diezmos, pero resulta inútil a partir de 1821, una vez desaparecidos los diezmos.

Para el segundo periodo, de 1816 a 1853, contamos con un total de 328 inventarios; y a los efectos de comparar la evolución de los establecimientos, hemos mantenido un criterio de regionalización coincidente con el anterior. Tenemos el Norte con 34 inventarios; Areco posee 56, Luján tiene 62 y las estancias de cercanías cuenta con 32.8 Pero, y aquí aparece ya una de las primeras consecuencias de los cambios que vivirá este segundo periodo, fue necesario hacer una división en el área del Sur. Tenemos así al Sur I, que comprende a todos los partidos que se hallaban al sur y suroeste en las tierras al interior del río Salado, y al Sur II, para todos aquellos que se extienden al exterior del Salado, frontera natural entre pampa ondulada y la pampa deprimida.9 En el primero de los dos partidos sureños tenemos 102 inventarios y en el segundo contamos con 32. Finalmente, tenemos 10 inventarios para una categoría particular—signo de los tiempos—que hemos llamado la de “pastores puros” y que se refiere a aquellos propietarios de pequeños rebaños de ganado que, en la mayor parte de los casos, no tienen ni siquiera un rancho en su explotación o que poseen un rebaño mediante algunos de los diversos sistemas de aparcería. Por su caracter atípico, usaremos estos diez inventarios en pocas ocasiones—no se trata todavía de un auténtico establecimiento en el momento del inventario. Notemos que estos inventarios se situán en su mayor parte en la región allende el Salado.10

El total de 636 inventarios es altamente representativo como tamaño de muestra (dejando de lado el recorte social ya mencionado) si recordamos que nos estamos refiriendo exclusivamente a los inventarios de bienes rurales—es decir, no hemos tomado en cuenta a aquellos que poseían sólo una casa, una quinta o un pequeño negocio en el poblado—para una población que tenía entre 2.000 y 20.000 jefes de familia en el periodo que hemos elegido.

Otro aspecto capital acerca del tratamiento de la fuente debe ser analizado. Como es sabido, a partir de febrero de 1826 el peso fuerte comienza a sufrir un proceso de devaluación en relación a la onza de oro. Desde ese momento un movimiento inflacionario que se arrastraba desde ya hacia un tiempo va a tomar un impulso enorme y tendrá diversas alternativas durante todo el periodo.11 La onza, que valía 17 pesos fuertes en 1815, llegaría a valer 350 en 1841. Ante este fenómeno es obvio que no tiene mucho sentido sumar las cantidades en pesos para los diversos años, pues esa adición se realizaría entre valores reales totalmente diferentes. La solución que hemos hallado para enfrentar este problema es la transformación de todas las cantidades para cada inventario, año por año, en relación al valor de la onza en cada uno de esos años.12 Esta solución está bien lejos de ser una panacea (y tiene sus peligros, entre otros, porque el valor de la onza de oro también varió, aunque fuera poco, durante el periodo), mas ella nos permite una aproximación más realista a los efectos de comparar las cifras para los distintos periodos.

Las “estancias” de Buenos Aires: un análisis general

Hasta bastante más allá de fines del segundo periodo, es decir, hasta los años sesenta del siglo diecinueve, la palabra “estancia” seguía manteniendo un sentido claro de “explotación pecuaria”, sin que hubiese adquirido aún el tinte nobiliario que tendría después. Si alguna duda queda, la lectura de las discusiones surgidas alrededor de la redacción del Código Rural en 1856, publicadas en Buenos Aires en 1864, son en ese sentido claramente representativas.13 Allí “estancia” es en general una explotación pecuaria, en forma completamente independiente de su tamaño, de sus condiciones de propiedad o de su variada vocación productiva.14 Es estrictamente en esta acepción que utilizaremos aquí la palabra. Asi, evitaremos de ahora en adelante las comillas. En cambio, aquí no hablamos de las chacras (término queshwa que se usa en gran parte de América del Sur para una pequeña o mediana explotación de vocación fundamentalmente agrícola) y hemos elegido el límite de los 40 vacunos o equinos— sin tomar en cuenta a los ovinos—para separar las estancias de las chacras. Aunque ese límite, como todos, puede ser discutible, el lector sabe al menos a que atenerse en este estudio.15

Antes de comenzar, señalemos que trabajamos aquí con un monto que hemos llamado “valor de los bienes relacionados directamente con la producción agraria.” (Esto es indispensable, pues, como hemos dicho, los grandes empresarios poseían además otro tipo de inversiones: casas de alquiler en la ciudad, bonos de la deuda estatal, onzas de oro, acciones en sociedades colectivas, etc.) Es decir, del valor total del inventario hemos restado las alhajas, el mobiliario, los vestidos, las casas en los pueblos o en la ciudad, las acciones y otros bienes no relacionados con la producción rural. De este modo nos queda al desnudo lo que podríamos llamar el “patrimonio productivo agrario” de cada inventario. Así veamos qué era una estancia en cada uno de los dos periodos analizados. Para los dos periodos, el gráfico 1 nos muestra de que modo se reparten los medios de producción en ese monto en lo que podríamos llamar el establecimiento “típico”, es decir, el que representa el promedio para todas las estancias y todas la regiones.

Tres son los elementos que nos parecen destacarse al comparar los dos periodos. Primero es el crecimiento en el monto total de los ganados, que ven incrementar 8 puntos en su participación relativa. En segundo lugar, un hecho que no podría asombrarnos: los esclavos, que constituían el segundo rubro en importancia en el periodo de 1751 a 1815, casi han desaparecido (y de hecho, la última mención de esclavos o “criados” en una estancia está fechada en nuestras fuentes en 1842). Dada la relevancia demográfica, económica y social que habían tenido, con su desaparición se cierra todo un capítulo en la historia de la relaciones productivas en el mundo rural de la campaña bonaerense.16 Y finalmente, el crecimiento del rubro tierra en el total, pues éste ha pasado del 14 al 21 por ciento. Este crecimiento no es nada espectacular y muestra de que modo los cambios en el proceso de valorización de la tierra fueron lentos y graduales. Este proceso de valorización es justamente la expresión más evidente del cierre progresivo de la oferta de tierras fértiles. Podemos fechar el momento realmente relevante en este crecimiento a fines del bloqueo francés, en los años iniciales de la década de los cuarenta. Hasta ese momento una estancia vale fundamentalmente lo que valen sus ganados. En cuanto a “construcciones”, su participación relativa no cambia demasiado entre los dos periodos, aun cuando hay un leve retroceso relativo.17

Pero cuando decimos “ganado”, ¿de qué estamos hablando exactamente? Los gráficos 2 y 3 nos muestran los datos comparativos entre los dos periodos.

Como se puede ver, el crecimiento del stock vacuno es notable entre los dos periodos, pues pasamos de 769 a 1170 cabezas de vacas de cría y novillos. Este crecimiento tiene una primera consecuencia: la disminución del stock de yeguarizos. Así pasamos de una relación de 2.5 a otra de alrededor de 5 vacunos por yeguarizo. Este último valor se explica además por el hecho de que la cría de mulas ha descendido enormemente entre los dos periodos (tanto en cabezas como en valor, como se verá de inmediato). Los bueyes también han caído en cantidad y ello tiene su explicación en la disminuición de la importancia de la agricultura entre los dos periodos—si bien, como veremos, el tema es complejo. Y finalmente, se nota el enorme crecimiento del stock ovino que ve multiplicado por 2.5 su peso numérico en cabezas. Pero, además, el hecho de que los dos gráficos sean proporcionales nos muestra el incremento apreciable del área media ocupada productivamente. En efecto, si recurrimos a las tasas de ocupación que hemos utilizado en estudios anteriores (es decir, 1.5 ha por gran animal y 0.5 ha por ovino; hoy pensamos que esas tasas deben ser revisadas), pasamos de unas 1.900 ha a unas 2.700 ha en el área media efectivamente ocupada por los ganados.18

Si nos referimos ahora al valor monetario (que por las razones ya mencionadas siempre se mide en relación al precio de las onzas para el periodo 1816-53), el peso de los vacunos se hace aplastante y podríamos casi afirmar que “una estancia vale lo que sus vacas”. De todos modos, notemos el avance de los ovinos, que se colocan ya en el segundo lugar en ese periodo. La caída de los yeguarizos tiene que ver sobre todo con el descenso abrupto del precio y del stock de muías en la campaña bonaerense, una tendencia que se arrastra desde los años ochenta del siglo dieciocho.

Veamos ahora, en el cuadro 1, la frecuencia de aparición de una serie de rubros en los inventarios. Como se ve, entre 1751 y 1815, los propietarios se mencionan en un 58 por ciento de ellos; para el segundo periodo las menciones descienden al 53 por ciento.19 Una vez más comprobamos el arraigo, la amplitud y, sobre todo, la persistencia a través del tiempo que tienen en la campaña los diversos sistemas de mise en valeur de la tierra sin la posesión de ningún título de propiedad. Detrás de este rubro amplio de productores de ganado sin tierras, es decir de campesinos pastores (aun cuando también sigue habiendo, como veremos, labradores), se hallan las figuras más diversas, desde la ocupación de terrenos jurídicamente libres—llamados primero realengos y después fiscales—hasta las variadas formas de arriendo y aparcería.20

Los propietarios de esclavos, que constituían la mitad del total de estancieros en el primer periodo, sólo son el 27 por ciento en el segundo. Aunque esto era esperable, también nos muestra como el proceso de desaparición concreta de la institución fue lento y progresivo en la campaña bonaerense.21 El rubro siguiente se refiere a los corrales. Ahí vemos como hay un leve incremento del 69 por ciento durante el primer periodo al 71 por ciento en el segundo; los inventarios que mencionan carretas también muestran un muy leve crecimiento, del 58 al 59 por ciento.22 Pasemos ahora a los árboles; aquí el incremento es mucho más notable y confirma algo que hemos dicho en varias ocasiones acerca del progresivo cambio en este sentido: el 44 por ciento de todas las estancias posee árboles en 1816-53 contra un 34 por ciento en 1751-1815.23 En cercos y zanjas también se observa un crecimiento, pues pasamos del 20 a un 26 por ciento entre los dos periodos señalados. Todos estos cambios muestran niveles de mejoramiento en las condiciones de vida y de producción.

Pasemos a los tres últimos rubros, directamente ligados con el proceso de cambio en las formas de explotación agropecuaria. La disminución de los bueyes, que pasan del 76 por ciento de los inventarios durante el primer periodo al 71 por ciento durante el segundo, debe relacionarse con el proceso lento, pero indudable, de erosión de la agricultura y del sector de labradores de la campaña (volveremos sobre el tema). En cambio, el incremento de los ovinos, que pasan de mencionarse en los inventarios de un ya notable 61 por ciento de las estancias en el primero periodo a un 78 por ciento en el segundo, nos muestra como se va afirmando la cría del lanar y como ésta no surge mágicamente de la nada. Y no menos evidente testigo de esos cambios es el crecimiento de la presencia de lecheras y tamberas en los inventarios, con un 33 por ciento en el primer periodo y un 44 por ciento en el segundo. Aquí el análisis regional enriquecerá enormemente esta primera aproximación.

Estancias y regiones en la campaña bonaerense: 1751-1853

Para comenzar, el mapa nos muestra las diversas regiones tal como las hemos estructurado (hemos marcado con flechas las “avanzadas” tanto más allá del Salado, como en la frontera, porque es obvio que todos estos límites deben ser tomados con mucha elasticidad).24 Está claro que una primera visión del mapa hace aparecer a la región Sur II como de una extensión enorme y desmesurada. Pero no olvidemos que en 1838 sólo un 12 por ciento de la población total de la campaña se hallaba en ese área y en 1854 recién alcanzaba al 20 por ciento (y ello solamente si incluímos a 6.000 indígenas que estaban afincados en Tapalqué).25 Esta es una inmensa llanura, pero se hallaba todavía escasamente poblada.

Las estancias y la ganaderia entre 1751 y 1853

En realidad, para estudiar el problema de la regionalización a partir de los datos de los inventarios, debemos hacer una división clara entre las actividades ganaderas y la agricultura. Esto nos va a permitir un análisis más pormenorizado de los cambios que se dieron entre los dos periodos.

Un buen comienzo sería recordar que en ambos periodos alrededor del 95 por ciento de las estancias poseen vacas y yeguarizos. Es decir, desde el punto de vista de la producción pecuaria, una “estancia” es, sobre todo, un criadero de vacas y yeguarizos. Vienen detrás bueyes y ovinos en proporción variable. Si los bueyes estaban presentes en un 76 por ciento de los inventarios llevados a cabo entre 1751 y 1815, descienden, como ya vimos, al 71 por ciento entre 1816 y 1853. Por otra parte, si había ovinos en un 61 por ciento de las estancias en el primer periodo, en el segundo su presencia alcanza al 78 por ciento de los establecimientos. Estos datos marcan las líneas generales de cambio entre los dos periodos. Pero si hacemos una distinción por regiones hay muchos más elementos para una fructífera comparación, como se ve el el cuadro 2, que nos presenta los promedios de cabezas de los diversos tipos de ganado según región (sin tomar en cuenta a los bueyes, que serán analizados cuando hablemos de la agricultura).

Como se puede comprobar, en ambos periodos hay notables diferencias regionales. Ante todo, entre 1751 y 1815, el área ganadera por excelencia es el Norte de la campaña bonaerense; en el segundo periodo este área aún continúa siendo de una importancia relevante, pues ocupa el segundo lugar, incluso delante del Sur I, en cuanto al promedio de vacas y yeguarizos por estancia. Por supuesto, como ya adelantamos, hay aquí un problema de representatividad, pues los datos para el periodo 1816-53 en el Norte son menos representativos que los del primer periodo (estamos comparando 70 inventarios del primer periodo con con 34 para el segundo). Pero, pese a ello, pensamos que estas cifras expresan bastante bien una realidad de la ganadería durante el siglo analizado. Cuando después de 1815-20 se avanza sobre la frontera del Salado, es obvio que los mayores hatos vacunos se concentrarán allá, con cifras en vacunos que duplican las de las dos áreas ganaderas que le siguen. Esta será la zona de las grandes estancias. Además, las cifras medias de vacunos para los dos periodos (769 y 1170 cabezas, respectivamente) nos muestran un crecimiento importante del stock ganadero durante el tiempo estudiado.

En cuanto a los ovinos, en el primer periodo son las estancias de cercanías que tienen el promedio más alto. Allí se trata de ovinos cuyo destino principal son los corrales del abasto de Buenos Aires (así que era lógico que se concentraran allí). El segundo lugar lo ocupaba Luján. Cuando pasamos al periodo entre 1816 y 1853, las estancias de las proximidades pierden totalmente ese puesto para pasar al último lugar. ¿Cómo se explica esto? Probablemente refleja el hecho de que ahora los ovinos ya pasan progresivamente a tener una orientación doble—hay cría para el matadero junto con el desarrollo paralelo del mestizaje en los rebaños para su destino como productores lanares.26 Luján pasa al primer lugar. Esto es coherente con lo que decíamos—dadas su anterior tradición ovina y su proximidad a Buenos Aires. Pero, salvo en las estancias de cercanías, el desarrollo y crecimiento de los rebaños ovinos abarca todas las otras áreas bajo estudio. Y ello se percibe también en la frecuencia con que se mencionan ovinos en los inventarios, pues ella aumenta en todas las áreas para alcanzar ese 78 por ciento total (véase cuadro 1). Este crecimiento se acompaña, desde 1835-36, con la progresiva aparición en los inventarios de rebaños mestizados o de reproductores de razas finas. Es en ese entonces también cuando aparecen las primeras sociedades colectivas orientadas a la cría de lanares.27

En lo que se refiere a los yeguarizos, las diferencias son también evidentes. En el primer periodo, y hasta que en los años 1780 los levantamientos tupamaristas alteraron el sistema de repartos de mercancías en los cuales las mulas tenían un papel destacado, es el Norte de la campaña el lugar ideal para su cría. Ello no cambia demasiado entre 1816 y 1853, pues el Norte sigue ocupando un lugar determinante en este sentido. La relación entre yeguarizos y vacunos es un buen indicador del tipo de explotación dominante en cada área, siendo para este segundo periodo en el Norte de 3.7 y en Sur π de 7.2 (es decir, 3.7 y 7.2 vacunos por cada yeguarizo, respectivamente). El Norte y, en segundo lugar, el Sur I, siguen siendo lugares en donde se mantiene todavía la cría de muías, pese a la caída de los precios del híbrído.28 Allí vemos como los hatos de yeguarizos suelen estar divididos en dos partes bien diferenciadas; una de ellas está compuesta de varias manadas de un mismo pelo para la reproducción de caballos de montar y la otra, llamada generalmente “la cría”, está destinada a la reproducción mular y a la producción de cueros de “bagual”.29’ Una parte relevante de estas mulas tendrá ahora dos destinos distintos: su envío hacia el sur del Brasil y las exigencias militares.

Pero además de lo dicho, estos datos nos muestran dos realidades bien distintas en cuanto a las modalidades de explotación. Parece evidente que en Areco, Luján y las cercanías de Buenos Aires, nos hallamos ante extensiones pequeñas y medianas (las tasas de ocupación son asimismo diferenciales y por eso no se percibe más claramente la distancia entre estas regiones y las restantes en cuanto a la extensión ocupada).30 Por el contrario, en el Norte y en los dos partidos del Sur, hallamos extensiones que son de medias a grandes (siempre según los criterios de la época), aun cuando hay bolsones donde la mediana y pequeña propiedad está más que presente, como es el caso de San Pedro y Baradero en el Norte, de Quilmes, San Vicente y Cañuelas cerca de Buenos Aires, y, más tarde, en Dolores y Azul, dos partidos del Sur allende el río Salado.31

Pero existe otro indicador interesante de los cambios que están ocurriendo en las formas de explotación pecuria. La presencia de vacas lecheras o tamberas es también un buen indicador de la vocación productiva de las estancias en las diversas regiones.32 Recordemos, ante todo, el crecimiento sensible en cuanto a la frecuencia de mención en los inventarios, pues pasamos de un 33 por ciento de las estancias en 1751-1815, a un 44 por ciento en el periodo de 1816 a 1853 (véase cuadro 1). Pero en cuanto a las vacas, las diferencias regionales son muy marcadas. En el primer periodo las lecheras se concentraban en Luján y en las estancias de cercanías (con un 45 por ciento y un 41 por ciento, respectivamente); entre 1816 y 1853 éstas siguen presentes en esas dos áreas (con Luján alcanzando el 66 por ciento), pero Areco tiene un crecimiento espectacular, pasando del 16 por ciento al 55, y en el Sur I más del 40 por ciento de los inventarios mencionan a las vacas lecheras. Además, en Luján y el Sur I hay zonas que son auténticos “polos lecheros”, como Pilar con un 88 por ciento de lecheras o San Vicente, donde más del 74 por ciento de las estancias tienen vacas lecheras. He aquí otro dato que muestra cambios progresivos y que nos aleja, una vez más, de una ganadería supuestamente en estado “salvaje”.33 Y obviamente esta expansión de las lecheras está intimamente ligada al efecto llamado de los “círculos de von Thünnen”, motorizados por el crecimiento del mercado urbano de Buenos Aires.34

Un primer círculo, el de la producción de forrajes, frutas y verduras, se ubica en las quintas del ejido y en la chacras más cercanas a la ciudad. Viene después las zonas donde se produce el cereal, cuyo círculo más especializado está constituido por las chacras y las estancias de cercanías. Ese mismo círculo contiene también una fase ganadera—la producción láctea, cárnea y la cría de bueyes—que hallamos tanto en las chacras como en las estancias de cercanías. En estos dos primeros círculos se ubican las unidades que producen tres tipos de mercancías: aquellas de gran peso y de valor relativamente bajo (como forrajes y cereales), los productos perecederos (como es el caso de leche, verduras, frutas y hortalizas) y algunos animales para vender a los carniceros.

De inmediato, hacia la región Norte viene el tercer círculo con Luján, que adquiere un carácter mixto marcadísimo (cereales y leche) y Areco, que prolonga ese caracter mixto, pero con una menor importancia de la producción lechera. El paso siguiente, el cuarto círculo, es ya decididamente ganadero: se constituye por zonas en el Norte de la campana donde predominan los vacunos y muías, aunque allí también hay bolsones agrícolas de importancia. Y finalmente hacia el sur, Sur I y Sur II presentan condiciones ideales para la cría y el engorde de novillos, aun cuando se hallan aquí también algunos núcleos de tipo mixto, como San Vicente y Quilmes.

La agricultura en las estancias bonaerenses

Este tema, que hubiera sido una rareza hace 20 años, está ya, como hemos dicho al principio, sólidamente instalado en la producción historiográfica contemporánea sobre el Río de la Plata durante la época colonial y la primera mitad del siglo diecinueve. Tanto los estudios realizados sobre los diezmos como los hechos a partir de los inventarios, además de los múltiples trabajos efectuados gracias a los censos, nos muestran la presencia de los labradores y de la producción triguera. Esa actividad permite a una población de campesinos labradores sostener mal que bien a su grupo doméstico y, generalmente, estas pequeñas explotaciones son llamadas chacras. Dado que no hemos incluído a las chacras en este trabajo, hablaremos exclusivamente de la producción agraria de las estancias. En otro estudio nos hemos referido en forma abundante a este tema para el periodo 1751-1815 y nos ocuparemos ahora sólo de los aspectos más específicamente comparativos.35

Para poder seguir la actividad agrícola en las estancias mediante la información que nos proporcionan los inventarios, tenemos una serie de indicadores. Además del trigo (ya sea en las trojes o todavía en los campos), los más relevantes son los bueyes y los arados, hoces y otros instrumentos específicamente destinados a la producción triguera.36 Primero, consta que en el periodo tardío colonial, la presencia de la agricultura es algo que muy difícilmente puede ser negado; la mayor parte de las estancias (con la llamativa excepción de la región Sur I) posee bueyes y cuenta entre sus herramientas a los arados o a las hoces además del trigo, ya sea almacenado o “en pasto”, es decir, sembrado en el campo. La excepción del Sur I probablemente refleja el hecho de que esta región estuvo sometida desde la tercera década del siglo dieciocho a repetidos ataques indígenas. Así resultó menos propicio para el asentamiento de familias labradoras sino hasta las dos últimas décadas del siglo, una fecha bastante tardía.37

Segundo, consta que en el periodo de 1816 a 1853, hay un retroceso de la agricultura en las estancias. Decimos “retroceso” y no desaparición porque— dejando de lado el caso del Norte, en donde la representatividad de nuestros datos es baja para este periodo—la agricultura sigue teniendo importancia. Incluso en algunos casos, por ejemplo en el Sur I, ha aumentado claramente su participación (con algunos bolsones agrícolas, como San Vicente, Lobos y Navarro).38 Y aún, en un área recientemente explotada como es el Sur II, la agricultura comienza a tener una cierta presencia a medida que se van ocupando las nuevas tierras. Compárense estos porcentajes en el cuadro 3 con los del Sur I en el periodo anterior y las semejanzas son evidentes. Es decir, hay retroceso relativo, pero la agricultura triguera sigue siendo una actividad a todas luces presente.39

Los distintos sectores productivos

Este análisis comparativo quedaría incompleto si no nos referiéramos en especial a los aspectos más puramente sociales que los datos de los inventarios nos permiten captar. Ya vimos que no todos los productores eran propietarios (es más, la mitad no lo eran). También es evidente que, ya que fueran o no propietarios, hay grandes, medianos y pequeños productores.

¿Cómo medir la incidencia de estos distintos sectores productivos? Dada la presencia de los no propietarios de tierras en ambos periodos, no es a través de la propiedad de la tierra que podremos realmente captar este problema en toda su complejidad. Es por ello que para comparar los dos periodos, hemos elejido las estadísticas sobre los propietarios de vacas y novillos, un rubro que representa una parte sustancial del valor de las estancias en los dos periodos, especialmente el segundo. El cuadro 4 nos presentan las distribuciones de frecuencias para ambos periodos.40

Lo primero que salta a la vista es la similitud, y casi la identidad, entre las tres primeras cohortes en ambos periodos. Las diferencias comienzan en la cuarta cohorte, la de 501 a 1000 vacas, en donde hay bastante más productores en 1816-53 que en 1751-1815. En estas primeras cuatro cohortes se hallan los productores vacunos que (con una media máxima de entre 650 y 700 vacas en la cohorte superior) conforman la categoría que hemos llamado campesinos pastores.41 Hasta aquí, pese a la diferencia en esta cohorte, las cosas no son radicalmente distintas entre una y otra época.

El salto de un periodo al otro se hace evidente en las dos cohortes restantes, las que corresponden a los auténticos hacendados. Vemos allí a los hacendados medios crecer de 45 a 58 productores y a los grandes no sólo incrementar su número, de 9 a 15 productores, sino sobre todo aumentar sensiblemente su promedio, pasando de una media de 7.700 vacas por productor a otra de 12.200.

Hace poco Jorge Gelman, en un estudio realizado gracias a unos censos ganaderos de 1837, mostraba cifras bastante más bajas para los grandes hacendados en varios partidos del Sur (que corresponden a nuestras dos regiones del Sur). Es muy probable que este fenómeno tenga varias explicaciones no necesariamente contradictorias.42 Así, creemos que hay tres hechos que conducen a explicar la diferencia anotada entre los datos de Gelman y los presentados aquí. Primero, todo censo cuyo destino real o supuesto es la percepción impositiva puede conducir a declaraciones más o menos “dibujadas”, pero, no parece que la diferencia fundamental esté allí, sino que resulta de la influencia de dos hechos adicionales. El primero de ellos es la muy fuerte sequía de los años 1828-32, una de las peores en la historia de la campaña hasta ese entonces. Según el médico Erancisco J. Muñíz, más de dos millones de animales murieron en esos años. Muchas otras fuentes confirman ese dato.43 El otro hecho relevante tiene que ver con la caída de las exportaciones entre 1838 y 1840 a causa del bloqueo francés. Este probablemente resultó en un aumento del stock vacuno ante la imposibilidad (o la dificultad) de la exportación de carne salada y cueros.44 Estos periodos de detención obligada de las matanzas se dan en el marco de una ganadería recién salida de la crítica situación de los años 1828-32, y con los campos “descargados”—estado que se refleja justamente en las cifras que da Gelman para 1837; todo ello conduce a que el crecimiento del stock sea mucho más rápido. Además, habría que anotar un punto más: los trabajos hechos por Gelman a partir de los censos nos muestran de un modo mucho más fiel que los inventarios—por las razones ya anotadas en cuanto al carácter socialmente sesgado de la fuente—la presencia de los pequeños y medianos pastores.45

Tenemos entonces aquí, resumido en este cuadro 4, uno de los hechos más sobresalientes de este periodo, junto con el apuntado retroceso de la agricultura triguera. Entre 1751 y 1815, el 82 por ciento de los productores (254 individuos) controlaban el 32 por ciento del stock vacuno. En la otra punta, el 3 por ciento más poderoso controlaba el 29 por ciento de ese stock. En el segundo periodo, el 77 por ciento de los productores (ahora 242 personas) posee sólo el 18 por ciento del stock y, en la cohorte más alta, el 5 por ciento de los criadores de ganado alcanzan al 49 por ciento del stock total. Esta es una auténtica revolución que muestra dos hechos paralelos: por un lado, la continuidad del sector de los pequeños y medianos pastores campesinos (pues allí están en las primeras cuatro cohortes) y, por el otro, el claro dominio que tienen ahora los grandes hacendados en la propiedad de casi la mitad de un stock vacuno que, además, ha crecido sensiblemente en cantidad total de cabezas.

Si relacionamos este hecho con el ya señalado retroceso de la agricultura (que había permitido a las familias de los campesinos labradores mantener un cierto nivel de subsistencia en un marco de relativa autonomía), vemos que, 50 años después de cerrada institucionalmente la etapa colonial, la región pampeana bonaerense ha sufrido las consecuencias de un proceso evidente de concentración de la riqueza social en el medio agrario. Ahora sí podemos decir que los grandes hacendados han dado pasos evidentes para dominar a la producción agraria. Decimos “han dado pasos” porque creemos que será en el periodo siguiente, durante la fase de reordenamiento institucional y político que sigue a Caseros, cuando realmente se coloquen en la pirámide de la estructura productiva en el ámbito rural.

¿Quiere decir esto que los campesinos labradores y pastores han desaparecido? No, ya lo dijimos y los datos que hemos expuesto a lo largo del trabajo lo muestran fehacientemente.46 No sólo no han desaparecido, sino que ahora hay incluso una nueva categoría que se agrega a las anteriores, la de los “pastores puros”. ¿Quiénes son estos nuevos personajes? Algunos ejemplos de entre los diez casos que hemos registrado nos darán una idea.

Juan Diego Polo es un capataz en la estancia de don Gregorio Peredo, en Lobería. Cuando en 1841 muere, su madre, doña Teresa Pereyra, quien vive en San Vicente, herederá los bienes: su montura, su poncho, unos pesos en efectivo más su tropilla de 53 yeguarizos y su pequeño hato de vacunos, compuesto de 87 cabezas.47 Otro caso es de Juan Cruz Amaya, un santiagueño que se hallaba trabajando en Pila cuando muere en 1844. Sus bienes comprenden dos tropillas de yeguarizos con 86 animales y un rebaño de 350 ovejas.48 Bautista Muñoz es un “pardo” originario de la Punta de San Luis, de quien no se conocen más herederos que su hermano, quien trabaja en el partido de la Guardia de Luján. Muñoz “[había] dejado algunos bienes en casa del vecino hacendado don Jacinto Rodríguez donde vivía agregado. Dicho finado fue capataz del también finado don Manuel Lezica”. Muñoz deja su tropilla de 50 yeguarizos, 30 cabezas de vacunos y 480 pesos en moneda corriente.49 También hay datos acerca de Damacio Medina, un jornalero del partido de Navarro, quien cuando muere deja “una hija de menor edad llamada Tomasa, quien se halla a cargo [de un vecino]”. Deja sus bienes—4 bueyes, 65 vacas, 3 novillos y 1 caballo—que estaban en manos de otro vecino quien reclamaba 29 terneros como “mitad de gananciales” porque los tenía a partir de utilidades.50 El último caso de éstos que citaremos es el del mendocino Eusevio Miranda, quien muere asesinado en San Pedro en 1841. En 1832 Eusevio había migrado junto con tres hermanos varones, quienes estaban como jornaleros a servicio de don Agustín Delgado, estanciero en Lobería en ese entonces. Miranda formaba parte de un grupo familiar que vivía en la finca del Totoral, en Mendoza, perteneciente a la familia de Delgado, y allí trabajaba hasta el momento de su muerte violenta. En poco menos de nueve años, este jornalero migrante había logrado adquirir una cría de yeguas con 200 animales, su tropilla de caballos y 211 vacunos.51

Creemos que este puñado de ejemplos nos muestra de que modo los mecanismos de la expansión ganadera permitieron a muchos hombres decididos, que partían casi de la nada, no sólo participar en esta expansión sino también acumular un cierto capital en animales. La diferencia entre el primer y segundo periodo tiene que ver, como dijimos, sobre todo con el retroceso de la producción triguera. Hasta los años veinte del siglo diecinueve la mayor parte de estos individuos, amén de acumular un cierto capital en vacunos a través de mecanismos similares a los descriptos, eran también jefes de familias de campesinos labradores. En cambio, en el periodo posterior, la lenta crisis de la agricultura triguera los obligará a ocuparse casi exclusivamente de la actividad ganadera.

En este sentido, un acontecimiento político muy peculiar (los embargos realizados a los opositores “unitarios”, resultantes de la directiva impartida por Juan Manuel de Rosas en septiembre de 1840), aporta una documentación extremadamente rica y completamente distinta a la fuente de los inventarios para comprobar la extensión de este fenómeno. Entre esos embargos hemos hallado más de 60 casos—y nada indica que nuestra lista sea completa—en los cuales, ya sea con contratos ad hoc o sin éllos, aparecen diversas figuras de sociedades “a partes” para la cría de ganados vacunos o lanares (y en una recorrida por los registros notariales del periodo se puede también apreciar la difusión de los contratos de este tipo ya desde los años veinte).52

Además, en algunas situaciones este mecanismo puede ampliarse hasta niveles insospechados. En este sentido, el itinerario del gran hacendado don Francisco Piñeyro, quien muere en 1848, es sintomático. Este era un activo hombre de empresa quien poseía estancias en varios partidos, desde Magdalena hasta el Tuyú y Azul. En cada una de sus estancias había un responsable de la gestión de la estancia quien “iba a partes” con el propietario. Además, en una de ellas, el establecimiento del Azul, existía un administrador, don Ventura Arrascaete. Este había hecho un contrato con don Luis Antonio Vidal, quien era responsable de tres de las cuatro estancias de Piñeyro (y que, obviamente, no poseía el don de la ubicuidad). Gracias a ese contrato, Arrascaete, quien era realmente el que se hallaba al frente del establecimiento de Azul, percibía la tercera parte de las utilidades de la estancia. A los cinco años de gestión, Arrascaete era ya propietario de 633 cabezas vacunas, un millar de lanares y más 7.000 pesos en efectivo.53

Como decíamos arriba, la forma en que se realizó la expansión pudo dar con cierta frecuencia para que muchos, desde algún humilde jornalero migrante hasta un administrador, pasando por un capataz, participaran, en forma escalonada y obviamente diferenciada, de una parte de los beneficios. Lo que parece claro es que ahora la propiedad de la tierra está comenzando a ser la piedra siliar del sistema. Terminaremos este trabajo hablando de las diferencias entre aquellos productores que eran propietarios de la tierra y los que no lo eran.

Propietarios y no propietarios

Si en el periodo entre 1751 y 1815 el 42 por ciento de los titulares de inventarios no eran propietarios de la tierra, ese porcentaje llega al 47 por ciento en los años de 1816 a 1853 (y alcanza al 49 por ciento si incluimos en las estadísticas a los “pastores puros”). Además, es obvio que hay una amplia diferencia entre la cantidad de animales poseídos por los propietarios en comparación a los poseídos por los no propietarios. En efecto, entre 1816 y 1853 si los propietarios poseían una media de 1.681 vacas y novillos, 16 bueyes, 327 yeguarizos y 1.295 ovinos, los no propietarios tenían 546 vacunos, 10 bueyes, 129 equinos y 857 ovinos (véase cuadro 5). Como se observa, las diferencias son máximas en vacunos y mínimas en ovinos. Si no tuviéramos los datos del periodo anterior, podríamos pensar que la cría de ovejas parece haber sido, a partir de 1816, un ámbito ideal para que los no propietarios acumularan un pequeño capital en ganado, aun cuando no están ausentes en lo que se refiere a los vacunos.

Pero si tenemos los datos del primer periodo y si comparamos ambos periodos, vemos que las cosas no son tan radicalmente distintas y, en especial, no lo son ni respecto a los ovinos ni a los vacunos. Hay aquí una serie de mecanismos que parecen ser de muy larga duración—en el marco de un proceso claro de aceleración de las diferencias en los vacunos, pues éstas pasan a ser de 144 al 208 por ciento entre los dos periodos. En cambio, los ovinos pasan del 45 al 51 por ciento. El cuadro 5 nos muestra esos datos para cada periodo.

Señalemos otro hecho que parece insignificante, mas que tiene su relevancia: la disparidad en el número de bueyes que poseen los no propietarios de tierras para el periodo de 1816 a 1853 en comparación a los propietarios (16 a 10). Este es otro signo evidente del retroceso de la agricultura entre los dos periodos dado que es entre los no propietarios donde hallamos siempre a la mayor parte de los labradores y apunta a las diferencias que habíamos señalado más arriba.

Los cuadros 6 y 7 nos muestran los datos por regiones. Ante estos datos así discriminados, es todavía más evidente la distancia que se establece entre el primer y segundo periodo en lo que se refiere a los stocks vacunos de propietarios y no propietarios en las áreas del Sur. Mientras que Luján, Areco y las estancias de cercanías se mantienen en relaciones estables (de todos modos, hay cambios entre el primer y segundo periodo, menor en Luján y Areco y mayor en las estancias de cercanías), esa distancia se profundiza en el Sur, hasta hacerse casi insalvable. La diferencia que se establecerá en las estancias allende el Salado entre propietarios y no propietarios parece ya un abismo (2.184 cabezas frente a 478 en Sur I y 4.774 cabezas frente a 838 en Sur II).

Será justamente en este contexto donde la diversa situación de los ovinos resalte más. Las cifras que presentan los cuadros son más que evidentes en este sentido. La expansión más allá del Salado tendrá en la cría del ovino un carácter en el cual la línea divisoria entre propietarios y no propietarios, crucial para los vacunos, aparecerá mucho menos marcada.

Terminemos este trabajo con algunas precisiones acerca de este sector de propietarios. Si en el primer periodo, la propiedad de los vacunos aparece mucho más concentrada que en el segundo, la propiedad de la tierra lo es más aún. En efecto, ya vimos que los 15 criadores más importantes poseían casi exactamente la mitad del stock vacuno; en cambio, los 13 propietarios de más de 10.000 hectáreas—y ahora hablamos sólo del segundo periodo, por las razones apuntadas antes acerca de la inseguridad en cuanto a las superficies reales en el primer periodo54 —controlan el 60 por ciento del total de las hectáreas en propiedad, con una media superior a las 29.000 hectáreas por propietario. Y por supuesto, un poco más de la mitad de estas tierras están ubicadas en los partidos allende el Salado. Algunos de estos individuos eran ya propietarios en el periodo colonial, como Rita Balderas, Chávez, Piñeyro y Segismundo. Otros, un tal Pubdicomb, Narciso Martínez, y Almazante, son hombres “nuevos” llegados del comercio o la especulación.55 Pero sólo dos de ellos pueden entroncar con un poderoso propietario de tierras colonial (es el caso de Rita Balderas, quien ha esposado a un hijo de Januario Fernández, gran propietario en Magdalena y de Francisco Piñeyro quien, casualmente, también era pariente por línea materna de ese mismo Januario Fernández). Es necesario descender más allá de las 10.000 hectáreas para hallar alguien de un viejo linaje colonial, como los López de Osornio.

Otras dos características distinguen a estos grandes propietarios. Primero, casi siempre tienen propiedades en varios partidos. Es decir, se han ido “corriendo” junto con la frontera para “descargar” sus campos que se hallaban detrás de la línea del Salado. Segundo, en la mayor parte de los casos, este avance sobre la frontera se realizó a través de la enfiteusis. La mayor parte de los enfiteutas, después de haber pagado una bicoca en concepto de canon enfitéutico, había adquirido la propiedad plena de la tierra en los años 1836-40, entregando en pago bonos de la deuda del estado provincial, ganado y moneda corriente.56 Hoy parece más que evidente que la enfiteusis fue uno de los mecanismos más perfectos (¿o perversos?) para consolidar una estructura agraria fuertemente desigualitaria; y es justamente desde los años cuarenta cuando se comienzan a ver sus resultados.57 Además, si recordamos que detrás de la enfiteusis se hallan también muchos comerciantes y especuladores, tenemos ahora un cuadro bastante más completo de como este sector se prepara para convertirse en el periodo post-rosista en uno de los centros neurálgicos del poder económico en el nuevo estado de Buenos Aires. Y notemos que algunas de estas características—el poseer campos en varios partidos, los nexos con el comercio y la especulación—fueron consideradas por Jorge F. Sábato como “típicas” de la clase dominante pampeana de los años fastos de la expansión económica argentina.58

Conclusiones

Este trabajo nos da la pauta de algunas de las grandes transformaciones que sufre el mundo agrario bonaerense en el siglo transcurrido entre 1751 y 1853. Pero, sin la intención de querer aquí acenmar las paradojas, muchas de esas transformaciones se arrastran en forma bastante lenta durante gran parte de esa centuria.

Las innovaciones en las formas de explotación pecuaria, que dado su carácter muy general apenas hemos examinado en este estudio, pero que hemos podido seguir a través de diversas variables (relación de vacunos a yeguarizos, presencia relativa de los bueyes o las vacas lecheras, crecimiento progresivo de los ovinos, presencia de árboles, entre otros), nos muestran cambios indudables. Pero éstos van siguiendo un camino bastante gradual. Si nos centráramos más claramente en otros aspectos tecnológicos—formas de explotación vacuna, presencia y composición de los rodeos, uso de “señuelos”, refinamiento racial, construcción de galpones—veríamos que ellos no poseen un ritmo demasiado diverso; la gradualidad parece ser la norma. Y así, muchas de las cosas que vistas desde 1850 parecen una gran novedad, desde una perspectiva de más largo plazo no lo son tanto. Cuando un viajero inteligente como Mac-Cann “descubre” entre sus conciudadanos una serie de supuestas innovaciones como la agricultura, los árboles, los cercos o la producción lechera—que él cree surgidas del innato genio anglosajón—no hace más que mostrarnos las limitaciones de una visión sin perspectiva histórica.59 Lo grave es que muchos historiadores lo tomaron al pie de la letra. Repiten, es verdad, la visión del pasado más próximo que los hombres triunfadores en Caseros construirían en ese entonces para justificar acabadamente su propio papel en la construcción de la “nueva” Argentina.60

Otros cambios son más perceptibles, como el incremento global del stock ganadero y, sobre todo, el gradual crecimiento de un grupo de grandes hacendados y su dominio cada vez mayor en cuanto a la propiedad de la tierras y de los vacunos. Mas, varios de estos grandes hacendados no tienen nexos demasiado sólidos con los que dominaban en el periodo anterior. Y en especial, no tienen las mismas formas de organización colectiva, ni de inserción en el mundo de las relaciones económicas y sociales que se extiende más allá del ámbito rural. Pero este creciente dominio de un grupo de propietarios rurales ahora más consciente de sus intereses frente al retroceso económico de labradores y pastores (aunque la expansión futura del lanar tornará bastante más compleja la situación en cuanto a los pastores), va a hacer que las cosas cambien bastante en este ámbito en las dos décadas que siguen.61 Si a ello le sumamos la irrupción masiva de la inmigración europea, podemos avisorar un cuadro todavía más complejo en el horizonte, cuando muchos de estos inmigrantes se conviertan en los “nuevos” labradores de la pampa. Pero las familias campesinas de los “viejos” pastores y labradores del periodo precedente estaban lejos de haberse esfumado en el aire.

Agradezco las observaciones y comentarios a diversas versiones de este trabajo de Jorge Gelman, de mis desconocidos árbitros y de los editores del HAHR.

1

Véase Juan Carlos Garavaglia y Jorge Gelman, “Rural History of the Río de la Plata, 1600-1850: Results of a Historiographical Renaissance,” Latin American Research Review 30, no. 3 (1995), y “Mucha tierra y poca gente: un nuevo balance historiográfico de la historia rural platense (1750-1850)”, Historia Agraria (Seminario de Historia Agraria, Univ. de Murcia) 15 (1998). Este último estudio se refiere a todo el área que geográficamente puede ser considerada la gran región pampeana, incluyendo el sur del Brasil.

2

El único autor contemporáneo que sigue ignorando este hecho es Roberto Cortés Conde quien, en un libro publicado en 1997, dice, “Las nuevas tierras fueron ocupadas ‘pobladas’ por vacunos que eran de hecho los personajes de la frontera, porque en las condiciones de entonces no había otra explotación rentable. En la Argentina la palabra ‘poblar’ se utilizó entonces para poblar con ganado”. Lo dice como si la decena de estudios demográficos que hoy desmienten esta aserción fueran inexistentes. Véase Roberto Cortés Conde, La economía argentina en el largo plazo: ensayos de historia económica de los siglos XIX y XX (Buenos Aires: Ed. Sudamerica; Univ. de San Andrés, 1997).

3

En efecto, en el periodo de 1751 a 1815, las estancias tenían una media algo superior a cuatro esclavos por unidad y depués de los ganados éstos representaban, como se verá, el primer rubro en valor en los inventarios. Por otra parte, todos los censos de la época tardía colonial hasta 1815 nos muestran la importancia de los esclavos y de la población africana en el ámbito rural. En las áreas agrícolas, como San Isidro o Matanza, uno de cada tres varones en edad laboral era afroamericano o africano en la primera década postrevolucionaria.

4

Es decir, sin tomar en cuenta a las chacras; véase Juan Carlos Garavaglia, “Las ‘estancias’ en la campaña de Buenos Aires: los medios de producción”, en La historia agraria del Río de la Plata colonial: los establecimientos productivos, 2 vols., comp, y estudio preliminar Raúl J. Fradkin (Buenos Aires: Centro Editor de América Latina, 1993). Más adelante definimos en el texto a cada una de esas unidades de producción.

5

El panorama general de los cambios de este periodo fue dado por el clásico artículo de Tulio Halperin Donghi, “La expansión ganadera en la campaña de Buenos Aires (1810-1852)”, en Los fragmentos del poder de la oligarquía a la poliarquía argentina por Ezequiel Gallo (h.) [et al.], comps. Torcuato S. Di Telia y Tulio Halperín Donghi (Buenos Aires: Ed. J. Alvarez, 1969).

6

Hay ahora numerosos estudios realizados a partir de los inventarios; véase, por ejemplo, Alice Hanson Jones, Wealth of a Nation To Be: The American Colonies on the Eve of the Revolution (New York: Columbia Univ. Press, 1980); y los artículos publicados en International Congrès d’Histoire Economique, Inventaires après-décès et ventes de meubles: apports à une histoire de la vie économique et quotidienne (XIVe-XIXe siècle): actes du séminaire tenu dans le carde du 9éme Congrès International d’Histoire Economique de Berne (1986) (Louvain-la-Neuve: Academia, 1988). En este último véase en especial a Anton J. Schuurman, “Probate inventory research: opportunities and drawbacks”; y los trabajos sobre el campesinado québequois de Corinne Beutler y Christian Dessureault. La mayor parte de estos inventarios se encuentran en el Archivo General de la Nación de Buenos Aires (en lo sucesivo AGN) y unos pocos en el Archivo Histórico de la Provincia de Buenos Aires en La Plata (en lo sucesivo AHPBA). La lista completa de referencias ocuparía más de diez páginas. La parte referida al periodo entre 1750 y 1815 ha sido publicada en Garavaglia, “‘Estancias’ en la campaña”, y las del periodo siguiente está a disposición de aquellos que se las soliciten al autor.

7

Estas estancias que rodeaban a Buenos Aires no estaban incluidas en el trabajo publicado en 1993, pero sí las hemos tratado en Juan Carlos Garavaglia, Pastores y labradores de Buenos Aires: una historia agraria de la campaña bonaerense, 1700-1830 (Buenos Aires: Ediciones de la Flor, 1999).

8

El Norte incluye, según el censo de 1838, AGN-IX-25-6-2, a los partidos de San Nicolás de los Arroyos, Arrecifes, Baradero, Pergamino, Rojas, Salto y San Pedro. La cantidad de inventarios es aquí bastante pobre y para este periodo el nivel de representatividad de estos datos es bajo. Arceo incluye, según su extensión en 1838, los partidos de San Antonio de Areco, Fortín de Areco, San Andrés de Giles y Exaltación de la Cruz. Luján incluye, también de acuerdo a la división de 1838, los partidos de Luján, Pilar y Guardia de Luján (con Chivilcoy). Finalmente, las estancias de cercanías abarcan los partidos de Quilmes, Matanza, San José de Flores, Las Conchas, San Femando y San Isidro.

9

El Sur I comprende a Lobos, Navarro, Cañuelas, San Vicente, Ensenada, Magdalena, Chascomús, Ranchos y Monte, según los límites del año 1838. Pero hay que señalar que en todos los partidos fronterizos al río Salado, es evidente que hay propietarios que explotan campos “avanzados” hacia el otro lado del mismo río. El Sur II incluye a Dolores, Monsalvo, Azul, Tapalqué y Fuerte Independencia (Tandil), con el agregado de Bahía Blanca y Carmen de Patagones. Hay que recordar que la frontera no incluye realmente a estas dos últimas poblaciones que se hallan casi completamente aisladas por tierra. Ya para 1854 los partidos han crecido sensiblemente y ahora incluyen a Pila, Dolores, Tordillo, Las Flores, Ajó, Vecino, Lobería, Mar Chiquita, Tandil, Saladillo, Tapalqué, Azul, Tuyú, Bahía Blanca y Carmen de Patagones. Finalmente, la pampa ondulada y la pampa deprimida constituyen las dos regiones naturales más importantes de la pampa húmeda, separadas por el río Salado, diferenciadas en cuanto a su altura, su composición edáfica y sus pasturas naturales.

10

La repartición por periodos y regiones de los inventarios es lo siguiente (el primer número se refiere al periodo 1751-1815, y el segundo al de 1816-53): Norte (70, 34), Areco (70, 56), Luján (71, 62), estancias de cercanías (27, 32), Sur I (70, 102), Sur II (n.a., 32) y “pastores puros” (n.a., 10). El total para el primer periodo es 308 inventarios, para el segundo es 328. Todos los gráficos se basan en estas cantidades de inventarios.

11

Sobre este tema, véase Tulio Halperín Donghi, Guerra y finanzas en los orígenes del estado argentino (1791 – 1850) (Buenos Aires: Ed. de Belgrano, 1982); y Samuel Amaral, “El descubrimiento de la financiación inflacionaria: Buenos Aires, 1790-1830”, Investigaciones y Ensayos (Buenos Aires) 37 (1988).

12

Los datos anuales los hemos tomado de Juan Alvarez, Temas de historia económica argentina (Buenos Aires: “El Ateneo”, 1929).

13

Antecedentes y fundamentos del Proyecto de Código Rural (Buenos Aires: Impr. de Buenos Aires, 1864).

14

En cuanto a tamaño, ¡uno de los participantes en la discusión sobre el Código Rural no duda en llamar pequeña estancia a un explotación de sólo 30 hectáreas! En la época se usaban también algunas otras palabras como estanzuela y puesto para identificar a los establecimientos de menor peso, pero la palabra estancia cumple—dentro de los marcos temporales mencionados—con los objetivos que nos hemos propuesto aquí. El Registro Catastral de 1863 para el pago de la contribución directa de la provincia mantiene exactamente el mismo criterio para el uso del término estancia; véase Contribución directa. Rejistro catastral de la provincia de Buenos Aires. Con esclusión de la Capital, año de 1863 (Buenos Aires: n.p., [1863]).

15

El límite no es completamente arbitrario pues las tropillas de yeguarizos de los paisanos raramente excedían los 20 animales, y esa cifra de 40 nos permite abarcar entonces una tropilla y a un grupo de vacunos, generalmente bueyes y lecheras, los animales típicos de las chacras de la época.

16

Criados era, normalmente, el nombre que se daba a los libenos que existen al menos desde 1813 (Ley de Libertad de Vientres), pero que crecieron en número desde la Guerra con el Brasil; véase Liliana Crespi, “Negros apresados en operaciones de corso durante la guerra con el Brasil (1825-1828)”, Temas de Africa y Asia (Buenos Aires) 2 (1994).

17

Recordemos que se incluye aquí no sólo las casas habitaciones de los establecimientos, sino también los corrales, las carretas, las atahonas y los galpones, entre otros.

18

En efecto, ya estamos en condiciones de aplicar tasas diferenciales por región; véase Juan Carlos Garavaglia, “Intensidad de uso de la tierra y tasas de ocupación ganadera en la pradera pampeana (1816-1852)”, Quinto Sol: Revista de Historia Regional (Instituto de Historia Regional, Univ. Nacional de la Pampa) 2 (1998).

19

Este porcentaje está calculado sin tomar en cuenta a los diez inventarios de “pastores puros”. Si los hubiéramos incluido, los propietarios llegarían al 51 por ciento del total de los 328 inventarios.

Hay que señalar que aquí hemos incluído entre los propietarios a los enfiteutas (aquellos que a partir de 1822 recibían tierras del Estado en alquiler), pues en su gran mayoría los descendientes del causante se convertirán efectivamente en propietarios. Recordemos que el precio de traspaso de la acción sobre una tierra concedida en enfiteusis es normalmente de un 10 al 20 por ciento del precio de mercado de esa tierra. Sobre el tema de la enfiteusis, véase María Elena Infesta, “La enfiteusis en Buenos Aires (1820-1850)”, en La problemática agraria: nuevas aproximaciones, 3 vols., comps. Marta Bonaudo y Alfredo R. Pucciarelli (Buenos Aires: Centro Editor de América Latina, 1993), vol. 1.

20

Este aspecto de la campaña ya ha sido objeto de una serie de trabajos, en especial de Raúl Fradkin. Véase, entre otros estudios, Raúl J. Fradkin, ‘“Labradores del instante, arrendatarios eventuales’: el arriendo rural en Buenos Aires a fines de la época colonial”, en Problemas de la historia agraria: nuevos debates y perspectivas de investigación, comps. María Ménica Bjerg y Andrea Reguera (Tandil: Instituto de Estudios Histórico Sociales, 1995), y ‘“Según la costumbre del pays’: costumbre y arriendo en Buenos Aires durante el siglo XVIII”, Boletín del Instituto de Historia Argentina y Americana “Doctor Emilio Ravignani”, 3a ser. (Buenos Aires) 11 (1995); véase también Carlos M. Birocco, “Arrendamientos rurales en la primera mitad del siglo XVIII”, en Arrendamientos, desalojos y subordinación campesina: elementos para el análisis de la campaña bonaerense en el siglo XVIII, por Gabriela Gresores y Carlos M. Birocco (Buenos Aires: F. García Cambeiro, 1992).

21

Se debe recordar que la posición de los grupos dominantes de Buenos Aires sobre la esclavitud (tanto abierta como encubierta) fue siempre bastante ambigua. En realidad, si bien recién en 1861, cuando Buenos Aires ratificó la Constitución de 1853, la esclavitud desapareció legalmente, se puede afirmar, como lo señala George Reid Andrews, que la esclavitud se arrastró durante años y “murió sencillamente de vejez”; véase George Reid Andrews, Los afroargentinos de Buenos Aires (Buenos Aires: La Flor, 1989), 68.

22

Hay que señalar que el porcentaje en valor en el total del rubro de construcciones no es muy diverso entre el primero y el segundo periodo, pero entre 1816 y 1853 se nota un crecimiento desde los inicios de los años cuarenta, cuando los corrales llegan al 32 por ciento del valor monetario de ese rubro (los datos son para los años 1842-53).

23

Véase Garavaglia, Pastores y labradores.

24

Dibujado a partir del mapa de Londres de 1824. Los límites de la frontera de las tierras jurídicamente mensuradas fueron marcados gracias a la información del mapa de mensuras de tierras de 1833 del Departamento Topográfico. Lógicamente, tierra “mensurada” no siempre quiere decir tierra ocupada productivamente. Véase “Carta de la provincia de Buenos Aires, publicada por D. Bartolomé Muñoz, en Londres, en diciembre de 1824”, AGN, Colección Pillado-Biedma.

25

Según las cifras del censo de 1838, AGN-IX-25-6-2. Para 1854 los datos son de Justo Maeso, ed., Registro estadístico del estado de Buenos Aires (Buenos Aires: Impr. del Orden, 1856).

26

Desde los años treinta se perciben en Buenos Aires los esfuerzos de los productores en vistas a mestizar las majadas de ovinos en función de la producción lanera; véase Garavaglia, Pastores y labradores.

27

Para un análisis de este aspecto de la cuestión, véase Juan Carlos Garavaglia, “Notas para una historia rural pampeana un poco menos mítica”, en Bjerg y Reguera, Problemas de la historia agraria.

28

Véase Garavaglia, Pastores y labradores, 279.

29

Se llama bagual al yeguarizo no domesticado y, por extensión, los cueros yeguarizos se llaman cueros de bagual.

30

Es decir, si en Areco o Luján tasas de menos de una hectárea por gran animal (es decir, vacuno/yeguarizo), sumado a cuatro o cinco ovinos, son frecuentes, en el Sur I y, sobre todo, en el Sur II, las tasas de 2 ha por gran animal son las que predominan; sobre las tasas diferenciales de ocupación entre estas diversas áreas de la región pampeana, véase Garavaglia, “Intensidad de uso de la tierra”.

31

En San Pedro esta estructura tenían hondas raies coloniales; véase Roberto Di Stefano, Un rincón de la campaña rioplatense colonial (Buenos Aires: Instituto de Historia Argentina y Americana “Doctor Emilia Ravignani”; Facultado de Filosofía y Letras, Univ. de Buenos Aires, 1991). Sobre Quilmes, véase Daniel Santilli, “Población, propiedad y producción en tiempos de Rosas: Quilmes, 1837” (ponencia presentada en las XVI Jornadas de Historia Económica, Quilmes, 1998). Para San Vicente, Claudia Contente ha realizado un primer trabajo a partir del censo de 1815 y tiene en preparación un estudio de largo alcance sobre este partido. Sobre Dolores se puede consultar a Alejandra Mascioli, “Producción y relaciones sociales al sur del Salado: Dolores en la primera mitad del siglo XIX” (tésis de licenciatura, Univ. de Mar del Plata, 1997); y sobre Azul se puede consultar a María Elena Infesta, “Propiedad rural en la frontera: Azul, 1839”, en Enrique M. Barba, in memoriam: estudios de historia: dedicados por sus amigos y discípulos, comps. Carlos S. A. Segreti, María Amalia Duarte y Néstor E. Poitevin (Buenos Aires: Academia Nacional de la Historia, 1994).

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La aparición misma de la palabra tambera en relación a la producción lechera— que la aleja del sentido queshwa original de tampu, es decir “depósito” y del posterior colonial de “posada”—es bastante temprana y si bien su origen en esta acepción es discutido (la relación que establecen algunos diccionarios, como el de Corominas, con un origen chileno es poco clara y no la hemos podido confirmar), ya era de uso común a fines del siglo dieciocho en el Río de la Plata. La primera mención documental que nosotros hemos hallado es de 1758; véase AHPBA-5-3-42-12.

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La estadística de Pilar se basa en 26 estancias, la de San Vicente en 23 estancias.

34

Véase Johann Heinrich von Thünen, Von Thünen ’s “Isolated State”: An English Edition, trad. Carla M. Wartenberg, editado y con una introducción por Peter Hall (New York: Pargamon, 1966).

35

Véase Garavaglia, Pastores y labradores.

36

Por supuesto que estos indicadores no son los únicos, pero en este estudio muy general no podemos detenernos en más detalles al respecto, pues habría que hablar también de los “arados de caballos”, horquillas, hoces, palas de aventar y ottos instrumentos agrícolas. Recuérdese que los bueyes tienen dos destinos: las carretas y los arados. Si las carretas han aumentada un punto en su participación porcentual entre los dos periodos (pasando del 58 al 59 por ciento) y los bueyes han disminuido su presencia, pasando del 76 al 71 por ciento, la conclusión parece obvia: ha habido un retroceso de la agricultura en las estancias.

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Sólo sabremos de la excepción del Sur con certeza cuando se estudien los inventarios del periodo previo a 1750. Es obvio que había allí familias campesinas, pero éstas eran más bien de familias de pastores que de labradores.

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En efecto, sobre 37 inventarios para estos tres lugares, el 57 por ciento poseen arados u hoces o trigo en las trojes. En Navarro se hallan algunos de los establecimientos agrícolas más ricos tecnológicamente hablando—junto con varios de Luján. Y no olvidemos que estas dos áreas son la “puerta” para migraciones de labradores hacia Chivilcoy, que ocuparía este mismo papel en los años siguientes.

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Otro elemento que marca este retroceso es el claro descenso en el número de atahonas (molinos a tracción animal), que estaban presentes en un 10 por ciento de las estancias en el periodo previo a 1816 y que apenas llegan a la mitad de ese porcentaje en los años de 1816 a 1853. Hace ya más de 50 años Miron Bürgin dio algunas cifras sobre exportaciones de trigo desde Buenos Aires en la década de 1830, cifras que son prueba evidente de esta actividad. Véase Mtron Burgin, Aspectos económicos del federalismo argentino, trad. Mario Calés (Buenos Aires: Librería Hachette, 1960); Benito Diáz, Inmigración y agricultura en la época de Rosas (Buenos Aires: Ed. El Coloquio, 1975); y Halperín Donghi, Guerra y finanzas, 228. El tema exigiría hoy un estudio detallado centrado especialmente en la década de 1830, momento que nos parece clave en este cambio de orientación productiva, cuando el bloqueo francés de 1838 a 1840 y la subsecuente ola inflacionaria acabarían con las espectativas abiertas para los labradores desde 1832 a 1835.

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Hemos trabajado con 308 inventarios para el periodo de 1751 a 1815 y con 328, agregando ahora sí a los “pastores puros”, para el de 1816 a 1853.

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En efecto, este capital en vacunos, dadas las condiciones tecnológicas de la explotación pecuaria en la época, no daban para una vida muy dispendiosa. José María Jurado, en “La estancia en Buenos Aires”, un artículo publicado en los Anales de la Sociedad Rural Argentina (Buenos Aires) 9 (1875), lo dice con toda claridad: “La suerte de estancia era calculada para quinientas ú ochocientas vacas al corte, y sin duda se pensaba que ese número era bastante á [sic] producir para henar las necesidades y aun hacer prosperar una famiUa de campesinos con las sencillísimas costumbres que les eran pecuhares”; más datos sobre estos cálculos se hallan en Garavagha, Pastores y labradores, 328-33; y también en Norberto Ras, Crónica de la frontera sur (Buenos Aires: Academia Nacional de Agronomía y Veterinaria, 1994).

42

Jorge Gelman, “Unos números sorprendentes: cambio y continuidad en el mundo agrario bonaerense durante la primera mitad del siglo XIX”, Anuario del Instituto de Estudios Histórico Sociales (Tandil) 11 (1996).

43

Véase Francisco). Muñiz, “Apuntes topográficos del territorio y adyacencias del Departamento del Centro de la provincia de Buenos Aires, con algunas referencias a lo demás de su campaña”, en Escritos científicos, 2a ed., prólogo de Florentino Ameghino (Buenos Aires; W. M. Jackson, [1938]). En 1833 la mayor parte de los grandes productores del norte de la campaña aparecen casi sin rodeos, tal como lo señala una fuente de ese año, confirmando las aseveraciones de Muñíz; AGN-X-16-3-3. Y si bien la sequía parece haber sido más fuerte en el norte que en el sur, también esta región fue tocada. En 1832 el juez de paz de Dolores informa que hasta las espadañas se habían secado en su partido; AGN-X-21-1-2. Las cartas entre los encargados de las estancias de Anchorena ubicadas en Camarones y Averías (en plena región Sur II), nos muestran los efectos desvastadores de la sequía sobre los ganados; AGN-VII-4-4-2 y 4-4-3.

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Señalamos especialmente a estos años, pues son los que marcan la caída más fuerte de las exportaciones desde Buenos Aires durante todo el periodo de 1830 a 1854; véase Miguel Angel Rosal, “La exportación de cueros, lana y tasajo a través del Puerto de Buenos Aires, 1830-1854”, mimeo, 1997.

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Una serie de estudios microregionales traen, además, muchas otras evidencias al respecto; véase José Mateo, “Población y producción en un ecosistema agrario de la frontera del Salado (1815-1869)”, en Huellas en la tierra: indios, agricultores y hacendados en la pampa bonaerense, comps. Raúl Mandrini y Andrea Reguera (Tandil: Instituto de Estudios Histórico Sociales, 1993); María Elena Infesta, “Propiedad rural en la frontera: Azul, 1839”; y Jorge Gelman, Crecimiento agrario y población en la campaña bonaerense durante la época de Rosas: tres partidos del sur en 1838 (Buenos Aires: Facultad de Filosofía y Letras, Univ, de Buenos Aires, 1996).

46

Los datos de las “ocupaciones” del censo de 1854 son también evidentes en este sentido.

47

AGN-Sucesiones 7403.

48

Ibid., 3498.

49

Ibid., 6792.

50

Ibid., 6791.

51

Ibid., 6800.

52

Dado que el propietario del campo era el “unitario” embargado, aquellos que tenían animales “en sociedad a partes” en ese campo solicitan el desembargo de la parte que les pertenece de ese ganado. La mayor parte de estos solicitantes son pastores de muy medianos recursos o vecinos de los pueblos que no tienen tierras; véase AGN-X-25-9-3, AGN-X-17-3-4 y AGN-X-17-3-6.

53

AGN-Sucesiones 7409.

54

Nos referimos al problema de la medición de los “fondos” de las suertes coloniales que no siempre son de una legua y media (pueden ser de dos leguas, una y media o una legua).

55

Señalemos que la mayor parte de la fortuna inicial de Segismundo, como la de Chávez (el segundo y el séptimo propietario en orden de importancia en la muestra), se había originado en el tradicional sector mercantil colonial. En cuanto a Pubdicomb, después de su fallecimiento sus estancias serán adquiridas por otro personaje de envergadura y un hombre “nuevo” como lo era Simón Pereyra.

56

Véase Halperín Donghi, Guerra y finanzas, 219; y María Elena Infesta, “El negocio con la tierra pública: las ventas de tierras en Buenos Aires entre 1826 y 1840” (ponencia presentada en las XVI Jornadas de Historia Economica, Quilmes, 1998).

57

El cuadro 6 de Infesta, “Enfiteusis en Buenos Aires”, nos muestra una distribución de frecuencias en 1836 que apunta claramente a lo que dan nuestros datos de los inventarios para los años 1842-53.

58

Jorge F. Sábato, La clase dominante en la Argentina moderna: formación y características (Buenos Aires: CISEA; Grupo Editor Latinoamericano, 1988); por supuesto, el autor está hablando de un periodo bastante posterior. Véase también Tulio Halperín Donghi, “Clase terrateniente y poder político en Buenos Aires (1820-1930)”, Cuadernos de Historia Regional (Univ. de Luján) 15 (1992); y Raúl J. Fradkin, “¿Estancieros, hacendados o terratenientes? La formación de la clase terrateniente porteña y el uso de las categorías históricas y analíticas (Buenos Aires, 1750-1850)”, en Bonaudo y Pucciarelli, La problemática agraria: nuevas aproximaciones, vol. 1; y “Tulio Halperín Donghi y la formación de la clase terrateniente porteña”. Anuario del Instituto de Estudios Histórico Sociales 11 (1996).

59

William MacCann, Viaje a caballo por las provincias argentinas, trad. y nota preliminar por José Luis Busaniche (1853; redición, Buenos Aires; Solar/Hachette, 1969). Parchappe, 20 años antes, recorre la campaña y dice casi exactamente lo mismo; véase Narciso Parchappe, Expedición fundadora del Fuerte 25 de Mayo en Cruz de Guerra, año 1828, 2a ed. (Buenos Aires: Ed. Universitaria de Buenos Aires, 1977).

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El artículo de José María Jurado, publicado en los Anales de la Sociedad Rural Argentina en 1875, que ya hemos citado, es un ejemplo sintomático de esta visión catastrofista sobre la economía rural en el periodo rosista. Además, para la mayor parte de estos hombres, también el pasado colonial era algo que debía ser rechazado en bloque.

61

Hilda Sábato, Capitalismo y ganadería en Buenos Aires: la fiebre del lanar, 1850-1890 (Buenos Aires: Ed. Sudamericana, 1989).