Don Edmundo O'Gorman, uno de los historiadores mexicanos de mayor originalidad, falleció el 29 de septiembre de 1995. Nació el 24 de noviembre de 1906 en Coyoacán, hoy parte de la ciudad de México. El matrimonio de sus padres había unido a dos ramas de origen irlandés, una mexicana desceniente del primer cónsul británico, Charles O'Gorman, y el nuevo inmigrante, ingeniero minero, Cecil Crawford O'Gorman, cuya afición a la pintura y a la cultura heredarían sus destacados hijos, Juan y Edmundo.
Puede decirse que su infancia transcurrió en cierta tranquilidad a pesar de la revolución, tanto por la marginalidad de San Angel, donde vivió casi toda su vida, como por las previsiones paternas para asegurar autosuficiencia. Educado con esmero, eligió la recién fundada Escuela Libre de Derecho para hacer sus estudios universitarios, graduándose de abogado en 1928. Ejerció la profesión durante una década, mas su vocación lo inclinaba a la historia, como lo prueba que en 1937 publicara su primer libro, Breve historia de las divisiones territoriales. Aportación a la historia de la geografía de México, un estudio que por su utilidad se continúa editando.
A pesar del éxito en el ejercicio de la abogada, en 1938 O’Gorman decidió abandonarla para dedicarse a lo que hasta entonces era una afición y acepto el cargo de subdirector del Archivo General de la Nación, que desempeñaría hasta 1952. Su vocación se cimentó entre documentos y en las aulas de la Facultad de Filosofía y Letras, primero como estudiante y, a partir de 1940, como profesor.
Horas de lectura y reflexión a la filosofía, bajo la inspiración de Antonio Caso, José Ortega y Gasset, José Gaos, y Martin Heidegger, condujeron a don Edmundo a cuestionar la historia positivista, científica, o "naturalista," como la llamaría Juan Ortega y Medina, dominate en el Mexico de entonces, rechazando sus pretendidas verdades objetivas y los estériles enfrentamientos que privaban entre hispanistas e indigenistas. En la cátedra y las publicaciones emprendió una batalla feroz en la que proponía un acercamiento más sutil al pasado, con la conciencia de la imposibilidad de reconstruirlo objetivamente, lo que consideraba al mismo tiempo la limitación y la grandeza de la historia, revivida constantemente desde el presente.
Sus preguntas fundamentales sobre el sentido de la historia, la naturaleza del conocimiento histórico y de la tarea del historiador se convirtieron en anatema para el Establishment en el México de los años 40 y 50, pero no lo resignaron al conformismo. Pareció darle la razón a Kant por aquello de que el hombre quiere la concordia; pero la naturaleza sabe que le conviene la discordia y aceptó el compromiso, polemizando con historiadores nacionales y extranjeros (entre ellos Lewis Hanke y Marcel Bataillon), a los que puso en apuros con su clara inteligencia, amplia cultura, y diestro manejo de la argumentación, legado de su ejercicio jurídico. Tal conducta le ocasionó muchas molestias a don Edmundo e hizo difícil la vida de sus alumnos mas viejos, pero al mismo tiempo, permitió que el ejercicio de la historia en México se purgara de sus limitados horizontes y contribuyera a la reforma de su enseñanza.
Ya la publicación de su prólogo a la Historia natural y moral de las Indias de Joseph de Acosta en 1940 anunciaba las tormentas que desencadenaría su rebeldía ante "verdades" aceptadas, al defender al ilustre jesuita del cargo de plagiario que le habían endilgado. A este desacato siguieron otros en eruditas ediciones, iluminadores artículos, impecables traducciones de obras clásicas (Locke, Hume, Adam Smith, Collingwood), y tres libros: Fundamentos de la historia de América (1942), Crisis y porvenir de la ciencia histórica (1947), y La idea del descubriraiento de América (1951), texto este último con el que obtendría el doctorado. El planteamiento hecho en Fundamentos sobre cómo había pasado América a ser parte constitutiva de la cultura occidental, lo continuó en Crisis y porvenir con la inquisición sobre el ser de América, para proseguirlo en el minucioso relato del proceso de cómo los europeos se percataron de que las tierras con que se habían tropezado eran una entidad desconocida, en La idea del descubriraiento. Estas ideas venan la culminación en su obra más significativa, La invención de América (publicada en inglés por Indiana University Press en 1961), que sigue la historia de la aparición geográfica e histórica de América ante la conciencia occidental y propone una interpretación sobre el origen de la diferente naturaleza de las dos Américas.
Sus argumentaciones también tocaron la historia nacional y sus grandes contradicciones. Amén de múltiples artículos, en México, el trauma de su historia (1977) nos legó su interpretación de la historia mexicana, y en La supervivencia política novohispana (1969) la del proceso de la desaparición de la Nueva España, que transida de dos posibilidades de ser, vivió la lucha de las dos por imponerse hasta el triunfo la republica en 1867. Dos últimas obras, El heterodoxo guadalupano (1981) y Destierro de sombras (1986), versarían sobre Fray Servando Teresa de Mier y la imagen y el culto guadalupano.
A partir de 1953, don Edmundo se dedicó en cuerpo y alma al servicio de la Universidad Nacional. Su brillante y convincente palabra atrajo a sus catedras lo mismo a estudiantes que conocidos intelectuales que abrebaron en su pensamiento original. En sus seminarios, con la lectura de cronistas como Las Casas, Motolinía, y Zorita o de textos clásicos, de Tucídides a Hegel, se formó una nueva escuela de historiadores.
O'Gorman buscó trascender la mera superficie de los hechos, enfrentarse y explicar sus contradicciones, y mostrar como es el historiador el que les inyecta un sentido y una intencionalidad a los hechos. Su empeño fue rescatar la historia del hombre en el pasado, no la historia del pasado del hombre, como diría Ortega y Medina. Según expresó (en “Fantasmas en la narrativa historiográfica,” Doctorado Honoris Causa 1991, Universidad Iberoamericana, 1991), quería
una imprevisible historia como lo es el curso de nuestras mortales vidas; una historia susceptible de sorpresas y accidentes, de venturas y desventuras: una historia tejida de sucesos que así como acontecieron pudieron no acontecer; una historia sin la mortaja del esencialismo y liberada de la camisa de fuerza de una supuestamente necesaria causalidad; una historia sólo inteligible con el concurso de la luz de la imaginación; una historia de atrevldos vuelos y siempre en vilo, como nuestros amores; una historia espejos de las mudanzas, en la manera de ser del hombre, reflejo, pues de la impronta de su libre albedrío para que en el foco de la comprensión del pasado no se opere la degradante metamorfosis del hombre en mero juguete de un destino inexorable.