Lo primero que llama la atención de este libro es el trabajo de equipo que representa. Se trata de una obra escrita por cinco autores (Thomas Calvo, Eustaquio Celestino, Magdalena Gómez, Jean Meyer, y Ricardo Xochitemol) que se dieron a las tareas de paleografiar, transcribir, traducir, introducir, y anotar una serie de valiosos documentos del siglo XVI, escritos en náhuatl y español, sobre una de las regiones más importantes del México colonial, la de Nueva Galicia. En efecto, el trabajo de equipo es particularmente pertinente para el historiador que desconoce lenguas indígenas a la hora que ha irrumpido la nueva etnohistoria de James Lockhart fundada sobre fuentes indígenas y una metodología que atiende “key concepts appearing as words and phrases in the sources relating. . . individuals and organizations” (Nahuas and Spaniards: Mexican History and Philology, 1991, p. 200).

Así, con una impecable transcripción y traducción de más de cien folios fechados entre 1587 y 1593 correspondientes a aquella serie documental que fue hallada en la Biblioteca Pública del Estado de Jalisco, Xalisco, la voz de un pueblo ofrece la perspectiva indígena de una comunidad que fue cabecera de varios pueblos de la región de Nayarit, la que hacia 1525 tenía tres mil almas pertenecientes al grupo étnico y linguístico de los tecuales (o tecos).

Tres estructuras principales se desprenden de otros tantos capítulos del libro. Primero, las relaciones de la comunidad con los frailes franciscanos en el contexto de la fundación de conventos, la elección de frailes guardianes de los mismos, y los intereses del poder de Xalisco por la conservación de su poderío sobre los pueblos sujetos de la región. Segundo, las relaciones de la comunidad con el despótico encomendero español Cristóbal de Oñate; y tercero, las relaciones de la comunidad con su gobernador indígena, el tirano don Cristóbal Uimac.

Sin pedirle a este libro el preciosismo del análisis de la escuela de Lockhart que, combinando linguística, semántica, y cultura, nos ha dado los detalles de la vida social de la comunidad nahua (altepetl) y de la maya (cah) (Cf. Lockhart para los nahuas, y para los mayas el trabajo de su alumno Matthew Restall, “The World of the Cah: Postconquest Yucatec Maya Society,” Ph. D. diss., 1992), los lectores hubiéramos apreciado un contexto analítico más amplio para su documentación. Esta es muy rica, y si bien no ofrece las posibilidades del material literario-histórico o del notarial, debe contener numerosas claves para entender el funcionamiento de la comunidad teca, una compleja estructura de clases compuesta por nobles, unos afines y otros no afines al gobernador don Cristóbal, y grupos campesinos representados por ancianos. Sobre estos grupos pesaba el tributo de don Cristóbal, el despótico señor que nunca aprendió al lengua culta del náhuatl, sin que sepamos con qué derecho ni cómo se legitimaba éste.

Es precisamente aquí donde encontramos el principal obstáculo de Xalisco para oír la voz de los indígenas: para los autores los nobles no son parte de la comunidad. Son una “burguesía” nacida de los poderes del colonialismo español (p. 12). Así, se perdió el enfoque original del libro, que era dar voz a Xalisco, y se diluyó la información de las estructuras principales que identificaron los autores. Fuimos llevados de regreso a la historiografía hispanocéntrica y a sus efectos más perniciosos sobre el pensamiento contemporáneo: los indígenas como simples “grupos tribales”. Xalisco merecía mucho más.