El libro de LeGrand es simultáneamente síntesis y superación de una corriente historiográfica y jurídica en los estudios colombianos. En Colombia como en toda América Hispana, el estado es titular original de la propiedad territorial (suelo y subsuelo) de suerte que toda propiedad privada sobre el suelo o el subsuelo tiene su origen en una disposición legal mediante la cual el estado traspasa el dominio a los particulares. En esta amplia perspectiva hay una línea continua entre el período colonial y el nacional que no es rota por las revoluciones de independencia. Ambos períodos forman una misma tradición jurídica, en sí misma muy rica en variantes legales, en matices jurisprudenciales y en posibilidades de formular y ejecutar políticas agrarias o políticas fiscalistas. El tema jurídico es relevante porque el estado colombiano, colonial o republicano, se define a sí mismo, independientemente de las fuentes últimas de su legitimidad (providencialista o de consenso) como un “estado de derecho,” el Rechtsstaat. Impregna así una ideología de la acción social correspondiente a la apropiación privada, uso y traspaso de la tierra o de las minas. Aunque haya habido una profunda brecha entre la ley escrita y la ley “en acción,” los conflictos adquieren fuerza social y política enmascarados por la retórica jurídica y siguen inexorablemente el laberinto de los procedimientos judiciales. LeGrand contrasta sistemáticamente la ley escrita y la que se ha aplicado en la frontera colombiana.
LeGrand es beneficiaria de la apertura historiográfica de los pioneros, entre ellos de su compatriota el eminente profesor Parsons con su clásico estudio de la colonización antioqueña. Los estudios sobre el café, el banano, la ganadería, la guaquería o el caucho, han servido a la autora de Frontier Expansion and Peasant Protest in Colombia, 1830-1936, para penetrar más en la terra incognita del traspaso de los baldíos en Colombia y la sociedad que se erige en las “fronteras.” La gran ventaja del libro de LeGrand es que permite avisorar un panorama nacional y no meramente sectorial (un producto) o regional. Supera así la fuerte y estimulante tradición de estudios antioqueñistas. En un momento en que el marco nacional no parece ser el más privilegiado por los historiadores colombianos, quizás el trabajo de LeGrand sirva para volver a la regionalización de la frontera, a su compresión regional concreta, sirviendo su obra de perspectiva nacional.
LeGrand no exploró los conflictos, clásicos desde el período colonial, entre colonos y mineros sobre unas mismas áreas. Buena parte de la minería moderna colombiana, establecida entre 1880 y 1940, y en particular la legislación y práctica de la exploración y explotación petroleras de los años veinte y treinta, tuvo mucho que ver con los fundamentos legales del régimen de baldíos. El tema deberá estudiarse para tener así una visión nacional más completa que la ofrecida por LeGrand.
Finalmente la aparición del libro de LeGrand es muy oportuna. Colombia exhibe una historia constante de colonización activa, desde la llegada de los conquistadores hasta hoy. Entre las oleadas de apertura de frontera tenemos que desde 1950 adquieren perfil siete frentes de colonización que coinciden con el mapa guerrillero: 1) Urabá en Antioquia; 2) el Carare en Santander; 3) Lebrija en la zona limítrofe de Santander y Bolívar; 4) el Sarare en la frontera con Venezuela en tierras del Arauca; 5) la porción tolimense del Sumapaz, región que empieza un proceso de colonización desde el siglo dieciocho; 6) el Ariari en los Departamentos del Meta y Huila; y 7) el occidente del Departamento del Caquetá. Los actores y escenarios que ilumina el libro de LeGrand podrían ayudarnos a comprender este fenómeno contemporáneo con cuyo discernimiento encontraríamos claves para la paz política colombiana.