Para el público de habla inglesa este libro constituye el primero y más ricamente documentado acercamiento al fenómeno de la Violencia, tan pobremente conocido fuera de Colombia, a pesar de que suele ponérsele al lado de las más grandes conmociones sociales y políticas del siglo XX, comparable en su magnitud, aunque no en su complejidad, a la Revolución Mexicana.

El propósito central de Henderson—y en ello radica su mayor contribución metodológica—es el de mostrar los nexos entre el proceso político local, regional y nacional, utilizando las fuentes apropiadas para cada nivel, principalmente periódicos, documentos oficiales, y entrevistas personales. Para ello escogió el Departamento del Tolima y dentro de éste dos municipalidades de opuesta configuración política, la conservadora Santa Isabel y el vecino liberal Líbano. A decir verdad, la escogencia no podía ser mejor. Tolima no es sólo el centro geográfico del país sino que también desde el siglo XIX ha sido en algunos momentos el centro económico (boom del tabaco) y siempre uno de los ejes de la controversia política nacional y de las rivalidades partidistas, tan características de aquella nación. Además, como lo subraya el autor: “Of all Colombian departments, it suffered most intensely and it experienced every variety of the complex warfare” (p. 15). Es decir, que también durante la Violencia Tolima no fue la excepción sino el caso límite.

En la estructuración del texto la parte y el todo se entrecruzan de tan ejemplar manera que forman una unidad indisoluble e incluso el lector no alcanza a veces a diferenciar si está siguiendo la historia de una de las localidades, la del departamento o la del país. Los tres niveles se anudan en una sola y única historia.

Naturalmente, hay también puntos débiles, y de ellos tres llaman particularmente la atención. El primero afecta una de sus hipótesis básicas. En su análisis de la evolución política del país en el siglo XX, Henderson sugiere que la creciente unificación nacional posterior a la Guerra de los Mil Días (1899-1902), así como la modernización económica y estatal tienden a hacer imposible la revuelta armada del viejo estilo, la de las guerras civiles decimonónicas, contra el poder central. Así enunciada, y a nivel abstracto, la tesis parece plausible. Pero el hecho es que en pleno siglo XX (1945-1965), se desencadena la Violencia, bajo la incitación, aunque sin la participación directa, de los jefes políticos. Es una paradoja que requiere mayor explicación y quizás una mayor diferenciación del doble carácter de la Violencia, en parte una guerra del viejo estilo, en parte un nuevo tipo de guerra. Al no abordar más explícitamente el punto se queda sin resolver uno de los problemas más interesantes planteados en el libro. El segundo aspecto tiene que ver con la caracterización de la participación del Tolima en los eventos del g de abril de 1948, que Henderson reduce a un simple “error político” (p. 142). Con ello se convierte en aleatoria una insurrección de grandes proporciones y crucial en la historia de la Violencia. A partir de su propia información Henderson hubiera podido ofrecer una interpretación más estructural y más satisfactoria. El tercer punto es un notable silencio en todo el libro, que no puede pasar desapercibido: poco o casi nada se elabora sobre los efectos de la Violencia en las estructuras agrarias y en los diferentes grupos sociales rurales.

Con todo, es justo reconocer que con el detallado relato de Henderson, complementado con el más analítico de Paul Oquist Violence, Conflict and Politics, el público de habla inglesa ha empezado a disponer del material mínimo indispensable para aproximarse, dentro de una perspectiva comparativa, al período más crítico de la historia de Colombia y a uno de los más apasionantes capítulos de la moderna historia de América Latina.