En un documento que presentó en 1567 al visitador Juan de Ovando, el licenciado Ramírez de Cartagena relata un altercado ocurrido años antes en el Consejo de Indias: “tratandole que mirase la justicia del dicho Lucas Martínez y lo que avia huido y que era conquistador de los primeros del Piru y otras cosas le dijo a estetestigo que le avia respondido: vuestro hermano Lucas Martínez es el maior traidor que ha avido en las Indias y si le huvieran guardado la justicia que el meresce avia de estar hecho quartos muchos ha.”
Este Lucas Martínez es el hombre escogido por Efraín Trelles para representar, a través de las pequeñas historias de su encomendero, esa gran historia en que los invasores españoles someten a la otredad del Pirú. El capítulo III, El Rebelde, recrea los grandes acontecimientos de la década de 1540, cuando un emperador dispuesto a salvar la conciencia real mediante las Leyes Nuevas conmueve el mundo de los encomenderos. ¿Merecía Lucas Martínez ser descuartizado, o condenado al destierro por “aver cometido crimen lege magestatis” como falló el oidor Cianca? Según Efraín Trelles, “nuestro personaje se encontraba entre dos fuegos: de un lado su interés de encomendero, del otro su lealtad al Rey”, por lo que seguramente “jugó casi en todo momento dos cartas”. Y lo demuestra memorizando los miedos y las trampas, los cálculos y los cambios de bando del encomendero. La forma de exposición elegida por Trelles deviene así un ejercicio metodológico impecable: la gran historia descubre su trama, su intimidad contaminada por la escala verdadera de los hombres que la hicieron. En los capítulos IV a VI, donde se cuenta la lucha del hombre por recuperar las rentas de la encomienda, se aplica el mismo ejercicio. Son igualmente años de gran historia: la ofensiva de los religiosos del partido de los indios para imponer un orden cristiano en el mundo nuevo, la alianza lascasiana con los señores étnicos que culmina en la reunión de Mama, las acciones y los discursos que incitan al rey a abandonar la política moral por una política del poder que maximice los ingresos de la real hacienda aunque se deba tratar a los indios sin ninguna piedad cristiana. Efraín Trelles conoce muy bien estas dimensiones, pero nos pide igualmente atender otras cosas. Los oidores encargados de ejecutar las piadosas cédulas del rey son sujetos movidos por el dinero de Lucas Martínez o el de sus contrarios; ese Lucas del famoso grupo de los encomenderos se distrae de la muerte sabida e inminente negociando su matrimonio con la joven doña Elvira. Los diminutos hechos son luminosos: la gran historia queda otra vez humanizada y se torna más comprensible mostrando sus pequeñas lógicas particulares.
Ahora bien, si semejante forma de escritura resulta significativa es porque la maneja un historiador entrenado en los más calificados métodos y técnicas de investigación. Los capítulos VIII y XIX del libro, dedicados a analizar las cuentas de Lucas Martínez, es decir la renta de su encomienda, es un ejemplo magnífico de cómo utilizar lenguaje y documentos para esclarecer problemas que debatimos ahora los historiadores resueltos a alcanzar un conocimiento más real del sistema colonial.
Dotado del saber del historiador tradicional, formado como historiador moderno, Efraín Trelles nos ha entregado un estudio importante sobre el proceso de formación de la economía y la sociedad colonial.