Cada vez que en Cuba se han operado transformaciones sociales o movimientos revolucionarios la bibliografía isleña se ha enriquecido con obras de acusado mérito. Señalemos el destierro de Saco en 1834 y la publicación de su prolija obra la “Historia de la Esclavitud” y baste recordar en la andariega vida de José Martí su caudalosa obra literaria, transida a veces de las agudezas de Gracián y en otras del creador fermento de su poesía genuinamente revolucionaria.

Desde la toma del poder por Fidel Castro a partir de 1959, se han escrito más de cien libros sobre la acariciante isla. Unos, interesados y como a horcajadas de la propaganda mundial de una doctrina que sólo ofrece hambre y déficits en la dignidad humana. Otros, veraces y analíticos como en disección de la estrata social y económica de un país llamado a desempeñar un papel trascendente en este punto de cambio que se opera actualmente en la mentalidad americana: en la del norte y en la del sur. Otros, que estudian las falsas grandezas y los recuerdos del ayer colonial, en que sobresalen las dotaciones de esclavos, los humeantes ingenios olorosos de azúcar, los cañaverales haciendo horizonte con la tierra y el tabaco soleándose en los cujes para su curación y añejamiento. A esta última clase pertenece la obra que nos ocupa “Cuando reinaba su majestad el azúcar” de Roland T. Ely.

En su composición se han incorporado dos trabajos previos: “Cuba entre las dos Isabeles” (1492-1832) y “Comerciantes Cubanos del Siglo XIX,” que vieran la luz en La Habana, hace pocos años. La obra nos ofrece un esquemático recuento histórico de la isla mayor de las Antillas, con especial énfasis en el nacimiento y desarrollo de su industria azucarera, nos regala con viñetas de costumbres rurales en el corazón de Cuba y nos ofrece la estampa de los comerciantes extranjeros y criollos arraigados en las plazas de La Habana y Cienfuegos. Acaso, el aspecto más interesante reside en el pormenorizado estudio de la modernización de la industria azucarera, en las imágenes que esboza del patriarcado criollo de mediados del siglo XIX y de la estructura de una sociedad que siempre aspiró a superarse y a crear en sus hijos una acendrada y verdadera nacionalidad.

Por lo demás, la economía azucarera cubana habrá tenido muchas fallas, pero también ha tenido sus grandezas. Sin ella, Cuba no hubiera descollado entre sus hermanas de América, acaso vinculada por entero a un artículo suntuario como es el tabaco o a los productos primarios de la agricultura y la minería como en los demás países latinoamericanos. El punto central aún no resuelto, estriba en la coordinación de una actividad industrial asentada en el trópico, en condiciones óptimas, captadora de divisas como ninguna, con las demás actividades agrícolas o industriales, a las que debió servir de vehículo, soporte y guía y no de castigo y freno.

Deben los cubanos agradecer a Roland T. Ely—extranjero cuyo amor a Cuba trasciende en estas páginas—este impar esfuerzo, como fruto sazonado y jugoso que honra la bibliografía cubana y comunica ademas con la esmerada edición de esta obra alientos para futuros empeños, acaso más completos, pero con toda seguridad no tan sentidos y vividos como éste que nos ocupa.

El autor se ha esforzado explicar las causas por las que Cuba fué la última nación hispano-americana en independizarse y cómo y por qué nacieron las vinculaciones económicas con la pujante nación norteamericana. La obra resulta un buen recuento de parte de la economía cubana desde la fecha de la independencia de los Estados Unidos hasta fines del siglo XIX, principalmente al estudiar cómo se engendró el proceso económico que hizo depender a la economía cubana de un sólo producto: el azúcar. La calidad y cantidad de documentos consultados y de las fuentes hacen que se le pueda catalogar como una buena investigación histórica que servirá de obra de consulta en muchos aspectos.

El autor trata de ser objetivo haciendo que sus conclusiones estén basadas en afirmaciones de autores contemporáneos de los hechos que narra. Los alegatos podrán compartirse o no, pero atestiguan un noble interés de acertar, aunque la obra resultará polémica pues el complejo fenómeno colonial viene ocasionando, desde hace lustros, una viva polémica exagerada por las dos partes que en ella intervienen, la de los defensores y apologistas, y la de los detractores o impugnadores.