En los últimos cinco años, la historia de la Revolución Mexicana ha recibido un impulso inusitado. El libro de Ernst Tobler es el primero de un importante cuarteto que comprende además F. X. Guerra, Le Mexique de l'Ancien Régime a la Révolution (1985), A. Knight, The Mexican Revolution (1986), y J. M. Hart, Revolutionary Mexico (1987). Todos aportan nuevos enfoques y una masiva información al estudio de un tema que sigue fascinando tanto a los historiadores como al gran público. Todos ellos son lectura obligada para quien se interese en la inserción de la Revolución Mexicana en la historia general de las revoluciones del siglo XX.

Die mexikanische Revolution cubre sesenta años de la historia de México, desde el ascenso de Porfirio Díaz al poder en 1876, hasta las reformas cardenistas y la consolidación del nuevo régimen político en 1940. Se compone de tres partes. La primera y más corta versa sobre las causas estructurales de la revolución (1876-1910). La segunda aborda los problemas fundamentales del período de las luchas armadas (1910-20) y la tercera y más extensa trata de sus resultados sociales más profundos (1920-40). La estructura de la obra no es casual. Responde a la idea que el autor tiene de lo que una verdadera revolución es. Las luchas armadas sirvieron para derrocar y disolver el régimen porfirista, pero la transformación social sólo se materializó veinte años después.

Aun cuando no carece de momentos narrativos, la obra pertenece al género de la historia estructural e interpretativa. Más que a los eventos, el autor orienta su atención a los grandes procesos económicos, sociales y políticos que modelaron la historia de México a principios del siglo XX. El material de archivo consultado se refiere principalmente a la cuestión agraria que ocupa un lugar importante en la obra y las cuestiones del estado, sobre todo en el período posrevolucionario. Las fuentes impresas utilizadas son numerosas, aun cuando no exhaustivas. Los análisis son penetrantes y sugestivos, sin presentar una idea fuerte central. Nuevos problemas de interpretación son presentados con precisión y el estilo fluido y terso ayuda a mantener vivo el interés a todo lo largo del texto.

Tobler considera que formalmente (es decir, con respecto a la concentración del cambio social en el tiempo, participación popular y violencia), la mexicana fue una verdadera revolución. Pero su contenido es menos claro. Las transformaciones sociales fueron limitadas y la existencia de cambios profundos en el sistema político es materia de discusión. La muy desigual distribución del ingreso y la persistencia del atraso en las esferas económica y social así como la reproducción del presidencialismo, el clientelismo y el fraude electoral en la política, sesenta años después de la revolución, parecen confirmar sus dudas. Y sin embargo, los sucesos más recientes en la URSS y en China nos recuerdan una vez más los límites de toda revolución social. El paso de una formación socioeconómica a otra necesita de más de una ola revolucionaria. Cubre toda una época histórica y exige una sucesión prolongada de rupturas y períodos de reforma. Toda revolución proyecta más cambios de los que logra consolidar, y para disolver el viejo régimen, algunos Palacios de Invierno deben ser tomados por asalto más de una vez.

El autor sostiene que en su desarrollo general, la Revolución Mexicana no se distingue demasiado de otras. La caída del poder establecido, la radicalización progresiva de los movimientos, el intento contrarrevolucionario de restauración, la división del campo revolucionario y la constitución de la facción triunfadora en dominante siguen patrones más o menos establecidos. Su originalidad y su complejidad residen en las agudas diferencias regionales y la heterogeneidad social y cultural de los movimientos particulares. Son ellas las que en el caso de México incitan a pensar más en una multiplicación de rebeliones que sólo lenta e indirectamente confluyen a un escenario nacional, que propiamente en La Revolución como hasta ahora. Para comprender la marcha de los sucesos y el resultado final, es por lo tanto necesario estudiar por separado los componentes específicos de cada una de las fuerzas en pugna y la compleja interacción que entre ellas se establece.

El movimiento zapatista—afirma Tobler—fue sin duda una auténtica revolución agraria, pero no determinó el caracter de la revolución. Fue en el norte en donde se libraron las batallas decisivas y ahí la cuestión agraria distaba mucho de ser el problema central. Si bien la lucha política no tuvo como escenario las grandes ciudades, se libró en los campamentos de los ejércitos en campaña, no en las aldeas. La nueva elite política surgió no de los numerosos clubes y partidos de provincia, sino de la nueva oficialidad.

Un papel muy importante es otorgado al factor externo. El cambio de actitud de los círculos empresariales y políticos norteamericanos hacia Díaz, cuando éste comenzó a buscar una diversificación de los nexos económicos en Europa y Japón, facilitó el aislamiento y la caída de su gobierno. Durante la lucha armada, la presencia norteamericana que adoptó muchas formas, desde el apoyo logístico a uno de los contendientes en detrimento de los otros, hasta la intervención armada directa, influyó en el desenlace del drama. En la era posrevolucionaria, el élan reformador de los triunfadores debió enfrentarse a la hostilidad vigilante de un “imperialismo informal”. La habilidad para descifrar y utilizar los intereses internacionales que rivalizaban en los turbulentos años marcados por la primera guerra mundial no fueron ajenos al destino final de cada una de las facciones beligerantes. Si bien la marcha de la revolución no se decidió en el arena internacional, muchos de sus resultados se vieron fuertemente influídos por ella. La obra de Tobler es un aporte fundamental a una visión más compleja y matizada de la primera gran revolución del siglo XX en América Latina.