La unánime desolación (y es la palabra justa) con que la noticia de la muerte de Enrique Tandeter fue recibida—tanto por sus colegas argentinos como por los estudiosos de la historia colonial de Hispanoamérica—permitió descubrir una vez más que esas no siempre armoniosas cofradías son a la vez comunidades capaces de reaccionar como tales ante desafíos suficientemente extremos. Han venido a ahondar ese compartido duelo no sólo las circunstancias de una muerte que sorprendió a Enrique Tandeter a los 59 años, y a uno de la pérdida de su esposa, la historiadora Dora Schwarzstein, sino más aún su reacción frente a ese trágico cambio de fortuna, que llevó al extremo su capacidad de seguir su camino como si ignorara las acechanzas de un destino que ya en más de una ocasión decisiva se le había mostrado poco benévolo. Sólo retrospectivamente se advierte hasta qué punto, ya antes de ayudarlo a...

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