Abstract
Este artículo interroga las reconfiguraciones del neoliberalismo a partir del análisis de nuevas formas de interpelación ideológica en Argentina. Focalizando en la discursividad pública hoy dominante, el trabajo hipotetiza la existencia de un vínculo indisociable—y un funcionamiento simultáneo—entre los componentes “punitivistas” de dicha interpelación y aquellos otros que, solo en apariencia contrapuestos a los primeros, exaltan el componente emprendedorista de la potencia del individuo y su llamado “amigable” a una vida en común plena y reconciliada. Teniendo en cuenta el carácter bifronte, omnipotente, moralizante y sacrificial de esta nueva “comunidad de emprendedores/castigadores,” el recorrido propuesto se centra en los modos singulares en que se declina dicho entrelazamiento en la actual coyuntura, establece diferencias respecto de otras inflexiones y figuras ideológicas de “lo neoliberal” en la Argentina reciente, y busca comprender las consecuencias ético-políticas que este tipo específico de interpelación comporta al nivel de la subjetividad.
Introducción
¿Cómo pensar—en qué términos y acudiendo a qué conceptos—los triunfos recientes que en nombre de la república y la democracia consolidaron un violento giro desigualitario y profundamente desdemocratizador en varios países de América Latina? Ninguna de las denominaciones que buscan nombrar la singularidad de estos procesos políticos—nuevas derechas, post-democracias, post-hegemonías, o simplemente “dictaduras por otros medios”—parece bastarnos hoy por sí misma para describir plenamente realidades que se obstinan en superponer temporalidades y estratos ideológicos diversos, refractarios a los ordenamientos lineales y a las pedagogías reduccionistas que suelen acompañarlos.
En el ciclo político iniciado en Argentina con la asunción de Mauricio Macri como presidente de la nación en diciembre de 2015, conviven medidas económicas de corte neoliberal que vulneran derechos sociales—y que a grandes rasgos replican aquellas impulsadas por Carlos Menem durante los años noventa (y antes por Martínez de Hoz durante la última dictadura cívico-militar)1—, con niveles inusitados de represión de la protesta social, persecución de dirigentes y militantes políticos, censura y gravísimos hechos de violencia institucional.2 Asimismo, asistimos a un desplazamiento de las fronteras del discurso público en un sentido visiblemente violento y des-democratizador. Tanto las nuevas programaciones de los medios de comunicación concentrados y cada vez más desregulados, como las intervenciones de numerosos funcionarios del actual gobierno—entre los que se incluyen ministros y el mismo presidente de la nación—alientan las manifestaciones de las más oscuras pulsiones punitivistas, racistas y xenófobas de la población.
Apelando a estos hechos, que exponen la posible—y no tan novedosa—declinación autoritaria de lo “liberal” en muchos países sudamericanos,3 es que ha podido configurarse una imagen del actual gobierno argentino como situado más allá de la búsqueda de hegemonía, como el artífice de una “operación de saqueo”4 que se sustentaría en los “poderes fácticos,” con especial énfasis en la aplicación de la violencia física como única estrategia de auto-perpetuación. Pero este tipo de lectura, que fomenta la creencia en que un régimen estructurado exclusivamente sobre la exclusión y la represión tarde o temprano “cae por su propio peso,” nos impide pensar la dimensión normativa e ideológica del proceso político en curso—caracterizado por sus mismos protagonistas como una “refundación,” una “revolución cultural” o una apuesta al “reformismo permanente”—así como las imágenes de la comunidad y del sujeto que él apuesta a construir. De allí que, sin relativizar la necesidad de poner en evidencia y criticar la cada vez más nítida dimensión coercitiva del proyecto gubernamental, resulte necesario preguntar, a la vez, en qué marco es necesario interpretarla.
¿Debemos entender la violencia y la ostentación exacerbada del arsenal y poderío de los aparatos represivos del Estado sencillamente como una expresión del ser “post-hegemónico” de un proyecto económico neoliberal que requiere exclusivamente de la coerción física para implementarse? Como veremos a continuación, la fuerza actualmente gobernante ha desplegado, desde su misma constitución, un discurso de la armonía entre los argentinos condensado luego en el slogan “Todo es posible juntos.” Un discurso emprendedorista que instaba e insta a que la proximidad y los afectos, en su “sana” retirada de lo público hacia el ámbito de la domesticidad,5 consiguieran dejar atrás los conflictos y divisiones mentados y—en su lectura—“proyectados” sobre el país por políticos y partidos obnubilados por el rencor y la pugna de intereses. ¿De qué modo interpretar la relación entre aquel despliegue y espectacularización de la fuerza represiva y estos llamados a aunar nuestros esfuerzos en una amigable vida común de emprendedores, que han sabido dejar atrás los enfrentamientos para concentrarse saludablemente en el “verdadero interés vital” de cada uno?
No se trata de una fachada liberal y pacífica impostada sobre la “verdad” de la violencia—ya sea efectivamente desplegada o bien sostenida como perenne amenaza sobre aquellos que osaran resistir. Como insistía Louis Althusser en sus polémicas con el “economicismo” y “ultra-politicismo” a fines de los años sesenta, la consideración de la ideología como mecanismo productivo—y no como una mera estrategia de “ocultamiento” o legitimación—exige que la eficacia del castigo no se conciba exclusivamente como violencia que cae sobre los sujetos, sino también en su activa capacidad para “reclutarlos” en el curso de un proceso socio-político conflictivo y asimétrico en el cual se constituyen a su vez las identidades políticas en pugna.6 Crítico de las interpretaciones exclusivamente instrumentales de la represión en tanto medio de realización de otra cosa (la economía), Althusser sostiene que la ideología produce efectos novedosos e imprevisibles y simultáneamente resulta efecto, ella misma, de un persistente antagonismo social. En este punto, aún cuando comparte el énfasis en la productividad de la ideología puesta de relieve por muchos enfoques teóricos del neoliberalismo, su concepción de lo ideológico—atenta a lo que hay de reductivo tanto en la noción tradicional de superestructura como en la idea más liberal de justificación del orden7—reclama asimismo el registro de las continuidades presentes en la discontinuidad y la lectura de la conflictividad que lo atraviesa. Por eso permite introducir, también, una tensión respecto del inmanentismo radical que podría venir asociado a las definiciones del neoliberalismo en los términos de una “racionalidad” o “gubernamentalidad” radicalmente nueva e inteligible absolutamente en sus propios términos, y habilita la posibilidad de pensarlo en cambio como una tendencia política dominante en pugna con otras ideologías.8
Dado el alto grado de conflictividad que caracteriza la escena política Argentina y que quedara plasmado, entre otros elementos significativos, en la conformación de dos nuevas fuerzas políticas—Macrismo y Kirchnerismo—luego de la crisis de 2001, para este estudio resulta particularmente relevante esa posibilidad de matizar la hipótesis de una mutación radical de lo político bajo el neoliberalismo. Antes que como un proceso unilateral de despolitización asociado a la imposición final de una racionalidad económica sin afuera, el neoliberalismo al que asistimos actualmente en Argentina debe ser leído, a nuestro entender, como una estrategia novedosa y eficaz de politización de un autoritarismo subyacente, reavivado en la sociedad en respuesta a las conquistas popular-democráticas alcanzadas durante el ciclo político anterior. En este artículo proponemos interrogar dicho fenómeno de politización neoliberal de la sociedad analizando tanto la productividad ideológica que la exhibición del castigo podría tener en la figuración de la vida común proyectada por Cambiemos,9 como los modos en que, en este “proyecto político refundacional” y en sintonía con una “inflexión punitiva del capitalismo neoliberal”10 a nivel mundial, cierto deseo de punición y (auto)punición se articula en él con la ideología del emprendedorismo, cuando éste postula un sujeto sin límites, omnipotente, que “ya sabe lo que quiere.” Junto a la comunidad ilusoria y sin límite de los emprendedores que “somos,” en el actual neoliberalismo punitivo parece recortarse insistentemente, en efecto, una comunidad del “castigo”: aquella que nos designa a la vez como sujetos culpables y entregados a una punición gozosa. Y es el protagonismo simultáneo de ambas figuras el que plantea la necesidad de abordar, antes que datos unívocos, una constelación compleja de motivos ideológicos cuya interpretación exigirá esclarecer de qué modo preciso se conjuga la interpelación explícitamente violenta que constituye sujetos ávidos de castigar y de (auto) castigarse (por los fracasos y excesos cometidos), con aquella otra, aparentemente pacífica y percibida incluso como “emancipatoria” que apela a la omnipotencia sin límite de individuos auto-suficientes, únicos responsables de su suerte y su destino en un mundo pleno de oportunidades.
Al respecto sostenemos que en la configuración ideológica alentada por la alianza política gobernante en Argentina, el elemento punitivista no es la cara oscura opuesta al discurso luminoso del emprendedorismo, ni este último una compensación exterior de aquella. Tampoco se trataría simplemente de un “giro punitivo” entendido como una deriva posterior que el actual gobierno se habría visto obligado a implementar como “último recurso” frente a la masiva resistencia social que efectivamente despertó la vulneración de derechos democráticos adquiridos. Emprendedorismo y (auto)punición no se relacionan en el discurso oficial exclusivamente bajo el modo de la mera sucesión temporal; tampoco coexisten en el sentido de constituir dos estrategias simultáneas del nuevo gobierno direccionadas a distintos segmentos de la población. Si bien todas estas lecturas albergan su momento de verdad,11 creemos que resultan problemáticas allí donde parecerían exceptuarnos de pensar—como decía Adorno—“las figuras enigmáticas de lo existente y sus asombrosos entrelazamientos.”12 En este caso, podrían dejar sin elucidar la posible imbricación constitutiva que hace del punitivismo y del discurso de la potencia ilimitada del sujeto dos “momentos” que, tal como puntualiza Wendy Brown en referencia a la fisonomía Frankenstein del neoliberalismo actual en Estados Unidos y Europa,13 no pueden sino darse en simultáneo; dos facetas que, la una indisociable de la otra, se reclaman mutuamente.
Enfrentados al mandato de autosuficiencia e hiperresponsabilizados de sus fracasos, los sujetos eventualmente identificados con este modo particular de interpelación deben, para evitar la locura,14 proyectar la culpa sobre otros a quienes se vuelve imperativo juzgar severamente, declarar culpables y castigar sin dilación. La comunidad de los reunidos en tanto emprendedores es así, sin contradicción en esta formación ideológica, también la comunidad de los reunidos en torno de la pulsión, imperiosa y ciega, de castigar y castigarse. Una comunidad de los que ejercen, padecen y se consumen en la pura violencia. Una comunidad que, de consumarse plenamente, instauraría una subjetividad tendencialmente producida a partir de su propia destitución ética. Ayudar a imaginar y conceptualizar los riesgos implicados en una apuesta política enlazada a un horizonte imaginario de tales características, constituye una de las principales preocupaciones de este trabajo que, en un plano más general, se interroga asimismo por las complejas articulaciones entre condiciones sociohistóricas y mecanismos psíquicos capaces de alentar o amenazar la emergencia y la perdurabilidad de un sujeto ético-político democrático.
Especificaciones del “neoliberalismo punitivo”
La caracterización de la actual configuración ideológica dominante en Argentina como un tipo de “neoliberalismo punitivo” presenta varias ventajas para interpretar los llamados que el actual gobierno dirige a la población y el tipo de prácticas que busca promover. Por un lado, y desde un punto de vista teórico general, al introducir una inflexión diferenciada dentro de lo que muchos autores conceptualizan como “razón neoliberal”15 y su generalización de la racionalidad de Mercado,16 la idea de neoliberalismo punitivo nos permite poner de relieve que aquello que suele referirse como si se tratara de una indivisa racionalidad existe, por el contrario, como un conjunto de estrategias políticas diferenciales en coyunturas históricas disímiles, marcadas por acontecimientos singulares. El neoliberalismo no es siempre igual a sí mismo ni perdura bajo el modo de una eterna repetición. Tal como lo emplea William Davies, este concepto permite además situar, en un nivel geopolítico, ciertos fenómenos ideológicos locales a la luz de sucesos de gravitación global como el fin de la guerra fría, el atentado a las torres gemelas en 2001, o la crisis financiera de 2008.
En efecto, en una clave atenta a las inflexiones del capitalismo a nivel mundial, el planteo de Davies permite pensar de qué modo luego de su última crisis el neoliberalismo resulta relanzado, pero no sin haber transformado algunos de sus rasgos más notorios, sobre todo aquel rasgo utópico que apostaba a la inminente consumación de una reconciliada sociedad global, que sería forjada en manos de técnicos “expertos” con los instrumentos de la más estricta racionalidad económica. De acuerdo a su periodización, la reconfiguración del neoliberalismo a partir de 2008 abre una fase que se distingue tanto de la fase “combativa” vigente entre 1979 y 1989—y orientada a desacreditar la opción socialista—como de la fase “normativa” vigente hasta 2008—y orientada tanto a instalar criterios de justicia meritocráticos como a rehacer la subjetividad en torno al ideal de empresa. A diferencia de ambas, el neoliberalismo punitivo libera—dice Davies—el odio y la violencia sobre miembros de su propia población y, al operar con unos valores de castigo fuertemente moralizado, genera una interiorización de la moralidad financiera que produce la sensación de que merecemos sufrir por supuestas irracionalidades económicas cometidas en el pasado. La clave de esta culpabilización es su orientación poscrítica: “el momento del juicio ya ha pasado y las cuestiones de valor o culpa ya no están abiertas a deliberación,”17 de allí que esta nueva inflexión del neoliberalismo se caracterice por ofrecer formas de afirmación vacía, que deben repetirse de manera ritual.18
La noción de neoliberalismo punitivo, ahora en el plano de la historia política Argentina, puede asimismo servirnos para pensar algunos rasgos diferenciales entre el neoliberalismo de los años noventa (o menemismo) y el actual. El menemismo se sostenía simultáneamente en una fría racionalidad económica, un estilo de liderazgo carismático que alentó un consumismo festivo y una dimensión carnavalezca y utópica que proyectaba un horizonte a alcanzar: la desregulación total de los mercados; la imagen de un globo desjerarquizado, finalmente desburocratizado y horizontal; la apertura de fronteras a la hiper-comunicación y una revolución tecnológica por realizar. Respecto de ese neoliberalismo, a la vez tecnocrático y consumista, multicultural y utópico, la nueva inflexión a la que hoy asistimos se revela más emocional, austera y moralizante, al tiempo que menos utópica; más afectiva y menos signada por un horizonte de trascendencia fundado exclusivamente en el triunfo de la razón técnica. Por un lado, sin dejar de apelar del todo a una razón experta y a fantasías teconológicas aggiornadas a los tiempos que corren, el neoliberalismo contemporáneo busca legitimarse apostando fuertemente a la dimensión de las pasiones. Es posible constatar, en este sentido, que en el espacio público insiste ahora un discurso, en las antípodas de la retórica cerebral de los “Chicago boys,” que exalta una afectividad new age—la alegría sin conflicto, lo positivo y el diálogo—como antídoto de las pasiones “tóxicas” inoculadas en las mentes de la “gente común” por la “locura crítica” de intelectuales y dirigentes politicos.19 Frente a lo que descalifica como vetustas, artificiosas y peligrosas doctrinas ideológico-políticas, el actual neoliberalismo ya no opone enfáticamente la fría racionalidad de los que detentan un saber académico superior sino un remanido repertorio de pasiones domésticas, auténticas, pre-políticas y ego-centradas que relibidinizan el lenguaje de la administración social.
Por otra parte, si la consolidación del modelo neoliberal en la Argentina de los años noventa se orientó por la utopía global de un “capitalismo sin fricción” y explotó a nivel local la existencia objetiva de una crisis social y política20 frente a la que el gobierno de Menem construyó un discurso de “vuelta al orden,” el discurso normalizador del macrismo parece condicionado a estar más cerrado sobre sí. Por un lado, porque los horizontes abiertos del multiculturalismo también se han cerrado a nivel global. Por otro, porque su llegada al gobierno no cuenta con el antecedente de una gran crisis como aquellas que, en 1989 y 2001, significaron importantes inflexiones políticas y habilitaron profundas transformaciones institucionales a nivel nacional.21 Pero ¿hasta qué punto es posible ese cierre o, dicho de otro modo, cuán precisa resulta la caracterización del macrismo como signado por una mayor autorreferencialidad? ¿Puede realmente pensarse que el relanzamiento neoliberal representado hoy por el gobierno de Cambiemos es capaz de consumar una normalización en ausencia, esta vez, de aquella crisis a la cual su proyecto político y económico de “refundación cultural” vendría a dar respuesta?
Antes de abordar esta cuestión y volviendo a la idea de un neoliberalismo punitivo en la caracterización de la actual coyuntura, es preciso realizar una doble especificación, histórica y teórica. Por un lado, atendiendo a la singularidad del caso argentino, se vuelve necesario aclarar que las inflexiones “normativa” y “punitiva” concebidas por Davies como momentos diversos y sucesivos del neoliberalismo para el caso de Europa tienden, en el escenario Argentino, a superponerse. Lo hacen además, en el macrismo, tras un período de “neoliberalismo en suspenso” en el cual fueron implementadas políticas de contra-tendencia que buscaron contrarrestar los efectos del ciclo neoliberal anterior, desplegado por el menemismo durante la década del noventa.22 Por otro lado, nos parece preciso insistir en que la conceptualización de una deriva punitivista del neoliberalismo no debería comprenderse como una mera regresión o una simplificación del escenario ideológico por la cual la dominación se mostraría finalmente “en superficie” y a “cara descubierta,” más acá de toda normatividad colectiva, despojada de imágenes de la comunidad y la “buena vida.”23 El neoliberalismo “punitivo” no es castigo como fuerza desnuda. En él el castigo se encuentra enlazado con fantasías normativas y justificaciones de la desigualdad que encuentran un fuerte anclaje en la ideología del emprendedorismo y en la figura del emprendedor.
El pliegue punitivo de la comunidad de emprendedores
El emprendedor es, efectivamente, una figura subjetiva activamente impulsada en la actualidad por la propaganda oficial.24 Una figura que, en el modo en que es presentada, no deja de tener lazos de parentesco con la semántica de los riesgos y el espíritu de ambiciosos y astutos adelantados asociado al individuo modélico de un capitalismo competitivo anterior.25 Sin embargo, las figuras de este emprendedorismo no se limitan a repetir las del héroe solitario, el pionero o el conquistador, todas ellas privilegiadas en el liberalismo clásico. Como ha señalado Foucault,26 y volvieron a puntualizar Boltanski y Chiapello en su análisis de lo que denominaron “ciudad por proyectos,”27 a diferencia de este último, el neoliberalismo no apela solamente a un sujeto aislado sino también a una instancia supra-individual: la red. Se trata de individuos, sí, pero siempre ya conectados con otros, hiper-vinculados e hiper-comunicados. En este sentido, frente a la corriente fría regida por la épica individual del liberalismo, el neoliberalismo plantea una corriente cálida, una aventura grupal hiperlibidinizada que, en el caso particular de la interpelación macrista, cuaja en la figura del “equipo.”28
“Red,” “conectividad,” “equipo,” “juntos,” “colaboración” son significantes que no se oponen sino que se articulan, en el discurso macrista, en un mandato fuerte de competitividad y esfuerzo individual por el cual las instancias colectivas de solidaridad social resultan o bien desalojadas o bien resignificadas y atacadas como oscuros nichos de corrupción. Si la existencia de dichas instancias presupone sujetos en posiciones desiguales y asimetrías estructurales a corregir, este discurso —por el contrario—se asume eventualmente igualitario sólo en su propuesta de subsanar la desigualdad de oportunidades,29 para que todos los que se esfuercen lo suficiente accedan a una felicidad que se identifica exclusivamente con el triunfo del mérito personal. Así, además de “equipo,” “oportunidades” constituye un significante clave en esta retórica en la que se constata no solo la insuperabilidad sino, aún más, la “justicia” de la desigualdad, entendida como la brecha que se cierne de modo natural y legítimo entre aquellos que se ocuparon de maximizar sus recursos en la interminable puja por sacar partido de las oportunidades disponibles, y aquellos otros que prefirieron “vivir a expensas del Estado.” Privilegiados objetos de odio en el discurso de la comunidad emprendedora, los vagos, los “planeros,” los “ñoquis”30 y la “grasa militante,”31 una vez demonizados, despiertan menos la caridad cristiana que la furia del castigo en un esquema argumental infinitamente repetido en las calles de Argentina: “les dieron todo,” “no tienen excusas,” “yo me rompí trabajando,” ellos—en cambio—se convirtieron en una “amenaza” y lo hicieron por decisión propia, y ahora sólo cabe identificarlos y reprimirlos. Un esquema argumental—cabe subrayar—en el que queda bien expuesta la constitución bifronte del nuevo discurso público en el cual lo punitivo y el emprendedorismo de una comunidad que se dice infinita, resultan caras inescindibles.
En efecto, en el discurso oficial, la comunidad de los “emprendedores” es virtualmente infinita y su potencia ilimitada: “Todo es posible juntos.” Dicho carácter ilimitado se engancha, a su vez, a una retórica de la singularidad de cada uno: “En todo estás vos,” como si la singularidad de cada uno fuera algo dado y autoevidente y no aquello que, en todo caso, una política tendría que contribuir a producir contra la lógica equivalencial dominante. En estos slogans se anuncia el deseo de una experiencia vital auténtica y de una lengua transparente lista para expresarla, desprovista de los dobleces y las asperezas de la historia. Un deseo de transparencia impulsado por una fuerza que, aunque es política, como ha señalado Horacio González,32 omite nombrarse a sí misma, se mimetiza con la naturaleza, y se concibe como una vuelta a la “normalidad.” Esta última es a la vez natural y deseable: de allí que el espíritu emprendedor tenga que ser activamente impulsado entre los “perezosos” o entre aquellos que tienden a un “negativismo patológico.” “Si no lo hacés, es porque no querés,” advertía en este sentido un video difundido en redes sociales por un funcionario del actual gobierno, luego de instar a quienes buscaran mejorar su vida a un esfuerzo de imaginación para “hacer plata” sus pertenencias. “Podés alquilarlo todo si querés. El jardín podés alquilarlo para camping. El quincho, la parrilla, el asado, el sillón de tu casa, el cuarto que no usás, la bicicleta, el auto. Todo eso lo podés alquilar y ponerlo a disposición durante tus vacaciones. . . . Si no lo hacés, es porque no querés.”33
En este discurso las distancias, las limitaciones, la desigual distribución social de la precariedad34 y las responsabilidades políticas por esa distribución se desrealizan, para convertirse en obstáculos meramente individuales y psicológicos a la consumación de una vida plena.35 Por más asimétricas que sean nuestras posiciones sociales, todos podríamos y deberíamos emprender, de allí que las exclusiones producidas por este modelo comunitario emerjan necesariamente como autoexclusiones individuales generadas por “malos jugadores” enteramente responsables de su dimisión: los que no pertenecen a esta comunidad imaginaria eligieron no participar, retirándose del juego o malgastando sus oportunidades. Por contrapartida, las reivindicaciones y la conflictividad política y social son presentadas como una patología transitoria y erradicable, de allí el rasgo refundacional del macrismo que, desde el comienzo, quiso inscribirse a sí mismo como excepción en las series discursivas de la política nacional, más allá de la derecha y la izquierda36 porque estaba “más acá”: cerca, “haciendo lo que hay que hacer.”37 Y, sin embargo, lo engañoso del término antipolítica para referirse a las prácticas del actual gobierno, surge donde el diagnóstico de la despolitización nos induce a descartar la posibilidad de que en esta petición de excepcionalidad que realiza el macrismo se aloje una cierta politización que da cauce y estimula prejuicios y temores sociales preexistentes, los cuales encuentran ahora modos de expresarse públicamente y cuajan en un llamado normalizador a “reponer el orden.” Este llamado es tan inherente a la interpelación lanzada por Cambiemos como su exacerbación de lo doméstico, de la familia y de la proximidad.38
Al tiempo que plantea el “estar cerca” como clave de la vida buena el macrismo no ha dejado de exaltar la necesidad de remediar “la confusión reinante” y de multiplicar vallados que, poblados de fuerzas de seguridad y televisados casi sin interrupción, advierten sobre el carácter punitivo, en sentido represivo pero también ideológicamente productivo, de su neoliberalismo emocional: imágenes de una autoridad reestablecida anuncian que seremos castigados pero también “redimidos” de un pasado pecaminoso—“la pesada herencia”39—contra el que es preciso operar sin indulgencias. Estas imágenes anuncian que fuimos culpables, pero también nos acogen en la comunidad de los castigadores que somos. Nos ofrecen, en síntesis, la visión de un mundo al que podremos pertenecer para purgar, y sobre todo hacerles purgar a otros, los pecados cometidos.40
El castigo que asedia en estas imágenes no sólo golpea al cuerpo; también generaliza la culpa; pero además brinda a la población la experiencia “irrefutable” de “la crisis anterior” que todo proyecto refundacional require.41 Su fuerza aleccionadora depende de la espada—los aparatos represivos del Estado y su sobreexhibición—pero reside por sobre todo en la configuración retroactiva de las “evidencias” de un pasado infernal. En la proliferación presente de imágenes de castigo se construye productivamente la crisis que necesita Cambiemos para sostener su excepcionalidad redentora. Dicho en otros términos: a diferencia del neoliberalismo de los años noventa, este neoliberalismo refundacional tiene en la figura del castigo—y no en la utopía del globo, o en la expertise técnica de los economistas de Chicago—un elemento ideológico central, es decir, imprescindibe en la imagen positiva que proyecta de sí mismo.
La figura moralizada del castigo es clave en el discurso profético de la diputada de Cambiemos por la Ciudad de Buenos Aires Elisa Carrió. Allí queda claro el tono “post-crítico” de esta nueva inflexión del neoliberalismo que dice que “el momento del juicio ya ha pasado” y sólo nos queda el momento de la expiación de la culpa a través de merecidos tormentos. Pero esa figura del castigo adquiere asimismo una insidiosa y enfática tonalidad “piadosa” en la prosa de la gobernadora de la provincia de Buenos Aires. En el discurso de María Eugenia Vidal la hora del calvario no es menos inexorable pero, a diferencia de Carrió, como si fuera con su último aliento y animosas palmaditas en la espalda, la “frágil” gobernadora nos invita—en actitud pastoral—a enfrentarlo castamente, y a reconocernos como pecadores a los que fortalecerá una tan postergada y por ello necesariamente bienvenida purificación. Aquí el castigo difiere de un disparo por la espalda—como el que acabó con la vida de Rafael Nahuel—o de una orden de detención -como la que hoy mantiene en prisión a un gran número de opositores políticos (aparatos represivo y judicial); es también más que un bramido amedrentador (amenazas de las y los “profetas” difundidas/creadas por los medios de comunicación para garantizar el disciplinamiento profiláctico de la población). Aquí el castigo revela toda su potencia ideológica integradora porque nos ofrece, a nosotros, a todos nosotros, nada más y nada menos que una participación en la sacrificada comunidad de los pecadores que se han sincerado42 y hoy pagan, con gozo redentor, la culpa por haber participado en una alocada escena de “despilfarro” que (todos lo sospechamos en el fondo, dice este discurso, por más corrompidas que estén nuestras almas) “tenía que terminar.”43 La actual vicepresidenta de la nación insistió sobre este tópico ordenancista y punitivo a fines de noviembre pasado cuando expresó que “llevamos 34 años de desorden.” Es al trasluz de esa imagen de un caos flamígero anterior que el presente puede resplandecer como una hora de salvación en la que somos finalmente arrancados de la pendiente de la perdición iniciada en 1983 -cuando volvió a haber elecciones luego de la última dictadura cívico militar- y a la que nos arrojó definitivamente el “aquelarre” de los últimos doce años de gobiernos kirchneristas.
No se trata de “exabruptos” sino de un consistente ejercicio de lucha hegemónica por el cual somos interpelados como miembros de una nueva comunidad que—sin que haya mediado una crisis económica como la de 1989 ni una crisis política como la de 2001—está saliendo del infierno de una crisis moral. Resulta fundamental no perder de vista esta doble función ideológica positiva, políticamente productiva. En suma, el castigo que de acuerdo a la “refundación” en curso merece hoy la sociedad argentina nos une, en su peculiar llamado-sin-utopía, como culpables, castigadores y solícitos emprendedores. A aquellos que puedan reconocerse como parte de esa comunidad de los pecadores—devenidos heraldos de la denuncia y del esfuerzo sin fin—se les volverá vivenciable retroactivamente, además, la crisis moral en la que habríamos estado inmersos, y que justifica la presente austeridad de los castos, pacíficos, esforzados sujetos abocados al emprendimiento personal. Estos, los “emprendedores,” son en verdad los culpables en proceso de purificación y los que pueden, por eso, castigar a los que no lo son. Pero a su vez su redención depende de la satisfacción de una demanda ilimitada, sin fin: “el techo lo ponés vos”—como rezan los manuales corporativos e insisten los funcionarios públicos—, siempre se puede emprender más, de allí la exigencia de un “reformismo permanente,” también ilimitado, que postula la omnipotencia de aquellos que precisamente porque lo pueden todo, incurren en un pecado de suma negligencia al limitarse.
La violencia característica de esta nueva formación ideológica puede funcionar porque, al mismo tiempo que designa, excluye y castiga, promete incluir a todos envolviendo a las vidas excluidas y a los límites en una suerte de irrealidad. Dice que ya no hay excluidos;44 dice también que para los culpables que busquen la redención abocándose a emprender ya no hay límites, y dice, finalmente, que para vos no hay límites, porque sos ilimitado y todo lo podés. Así, la identificación sin fin de los objetos de odio, resumidos en la figura del “desertor” que por vagancia o irresponsabilidad, en resumen, por haber cedido a la corrupción de su espíritu abandona el juego, replica en negativo la repetición vacía de la potencia ilimitada de todos los sujetos en un mundo pleno de emprendimientos. Ambas inflexiones, aquella que produce un sujeto paranoico asediado por otros que no tienen entidad fuera del mote estigmatizador, y aquella otra que entroniza léxicos “de entrecasa” para celebrar la transparencia y la domesticidad del interés vital de cada uno en tanto esforzado emprendedor, se dicen además en un lenguaje adelgazado. Una literalidad al alcance de la mano que sospecha de toda opacidad y que rechaza cualquier reflexión que insista en restablecer relaciones, inscripciones históricas y explicaciones, que no harían sino camuflar una realidad simple y autoevidente; que puede y debe ser juzgada sin más.
Este lenguaje adelgazado pretende hablarle directamente a la persona,45 manteniéndose a distancia de la discusión de argumentos en un terreno eminentemente político. La novedad del macrismo es que, siendo una fuerza política que disputa hegemonía, hace sin embargo de la confrontación política una “cruzada” que sitúa estratégicamente, no en un terreno político, sino en uno exclusivamente moral. Desde allí—desde unas alturas morales que pretende habitar en soledad—afirma una lógica de la excepcionalidad absoluta que arroja a los otros al espacio “viciado” e insuperable de un homogéneo Mal. Políticos “corruptos,” sindicalistas “mafiosos,” “agitadores violentos” e intelectuales “politizados” son algunos apelativos con los que descalifica a sus opositores. El tono de excepcionalidad moral es entonces en el discurso de Cambiemos la fuerza purificadora que se pretende por fuera de la serie vetusta y contaminada de las ideas, los argumentos y los símbolos populares, al menos aquellos con los que se han comprometido, en los diversos momentos de su historia, las luchas democráticas que ampliaron derechos en Argentina. Moral es también el torbellino con sesgo restaurador que paradójicamente dice barrer por fin con lo viejo (“viejos discursos,” “gastadas ideologías”) y que en nombre de un “nuevo modo de hacer política” empuja a los sujetos a la repetición performativa de rituales de purificación y sacrificio. Estos apuestan a ocluir el juego -la necesaria inconsistencia y estructural impureza de las múltiples y contradictorias escenas de interpelación histórico-concretas- que constituye la condición de posibilidad, aunque nunca la garantía, de la emergencia y de la vitalidad de un sujeto ético-político democrático.
Escenas de interpelación y economía subjetiva
Como se puntualizó en los apartados anteriores, el discurso movilizado por Cambiemos se sostiene en la repetición de llamados que se dicen, a la vez y sin conflicto, en dos caras: una excluyente de sesgo estigmatizante, consustanciada con la retórica sacrificial que relanza insidiosamente el circuito del castigo y la purificación comunitaria (y que se satisface en ensanchar la lista de los “malos jugadores”), y aquella supuestamente inclusiva e ilimitada, que insta al sujeto a rechazar sus propios límites y a denegar las complejidades y opacidades que lo habitan. Ahora bien, al nivel de lo que podríamos denominar una economía psíquica nos preguntamos, por un lado, qué podría seducir al sujeto de una interpelación semejante y, por otro lado, cómo interpretar lo que la cara aparentemente no violenta de este discurso que alberga esa fantasía de apertura a la potencia ilimitada habilita en el sujeto. Por cierto, aún si comporta una autonomía relativa en sus procesos y dinámicas, ninguna estructura psíquica se da en el aire o al margen de la historia. Como enfatiza Laurent Berlant, son condiciones históricas determinadas las que favorecen un cierto enganche subjetivo o un apego libidinal más o menos rígido a las fantasías e identificaciones/desidentificaciones puestas en juego por formas específicas de interpelación subjetiva.46 Pues bien, ¿qué formas de la subjetividad y del lazo social tienden a configurarse al calor de las fantasías comunitarias promovidas en el discurso político hoy dominante en Argentina?
En su designación de los “malos sujetos” la imagen de una comunidad de emprendedores/castigadores puede cumplir un cierto papel liberador de las angustias subjetivas al permitir, en condiciones de creciente opacidad sistémica y desorientación subjetiva, mapear con nitidez las diferencias entre unos y otros, entre nosotros y ellos (los que pueden y los que no, los que se esfuerzan y los que no). En el recurso constante al estereotipo como totalización imaginaria que produce una imagen coherente y rotunda tanto de sí como del otro, se afirma un yo ansioso de desechar la incertidumbre y aferrarse a las “evidencias” de lo dado. Pero tal vez no sea sólo en la denominación del otro y en último término en el estigma -como reducción brutal del nombre- donde el sujeto adquiere cierta seguridad al proyectar en el exterior sus propios temores, sino también a través de la configuración de su experiencia en lenguajes vacíos, presurosos por despojarse de una abigarrada historicidad, pletórica de símbolos y banderas, para abrazar la simplicidad y transparencia de su propio “interés vital.” Lenguajes adelgazados que prometen de algún modo liberarlo de la conflictividad, el azar y el peso de la historia colectiva que lo constituye. En otras palabras, liberarlo de la contingencia e incoherencia de las interpelaciones diversas en las que él mismo se ha constituido como ser social para, finalmente, liberarlo de su ser “causado” en la interpelación.
“Sumate”; “Cambiá”; “Pensá en positivo”; “Animate.” “¿Qué estás esperado para ser parte de la comunidad de los que todo lo pueden?.” En un lenguaje irrefutable y familiar, impermeable a la contradicción y que se quiere más acá de artificiosas identificaciones simbólico-políticas, el discurso de Cambiemos repite que, para “ser parte,” alcanza con un “cambio de actitud,” con las “ganas” y la “voluntad” de participar allí donde nada falta o hace falta sino donde solo faltás “vos.” De este llamado “personal” pero abstracto, vacío y próximo a la tautología, a participar en una comunidad ilimitada el sujeto puede extraer una paradójica satisfacción: una fantasía de liberación de ataduras trans-subjetivas que apunta a un borramiento de lo histórico. Se trata, por un lado, del borramiento de una dimensión política de la historia. Concretamente en Argentina, de la tendencia de este discurso neoliberal a desactivar los modos de subjetivación política y social identificados con la conquista de derechos democráticos en diversas coyunturas. En apretada síntesis: el populismo Yrigoyenista, el Estado Benefactor peronista, el desarrollismo de los años sesenta, la contienda por los derechos humanos y su sentido promovida por el alfonsinismo y consustancial al “pacto democrático,” y el más reciente populismo kirchnerista. En todas estas coyunturas y de un modo no lineal, singular y conflictivo se tramaron -y se traman hoy- las instituciones de la democracia Argentina. El discurso de Cambiemos intenta producir el borramiento de esa historia, y de sus estratos temporales superpuestos y contaminados, mediante lo que describimos como una lógica de la excepcionalidad moral que busca escamotear el campo de roces y fricciones en el cual se constituyeron y constituyen esos símbolos políticos, nunca plenamente independizados unos de otros. Por otro lado, esta pretensión de suprimir las marcas de una historia concreta (tensionada internamente en Argentina, como señaláramos, por diversas y conflictivas inflexiones de lo nacional-popular) implica también la negación de la génesis del propio sujeto en tanto dividido, desposeído de su origen y efecto de circunstancias que necesariamente le son opacas.
La sustitución de la dimensión política por interpelaciones morales -“la buena gente”; la “gente honesta”; “los buenos vecinos”- no consiste únicamente en la tentativa de borrar las diversas circunstancias de emergencia, retrospectivamente necesarias pero imprevisibles, de esos símbolos, sino también en borrar lo incierto de su porvenir y lo irresuelto de su coexistencia conflictiva. En efecto, el borramiento de la historia no solo remite a la impronta temporal (emergencia y caducidad) de aquellos llamados, sino sobre todo a su no secuencialidad y a sus roces recíprocos. Los nombres en torno a los cuales, en la historia Argentina reciente, se han movilizado grandes colectivos en el espacio público, nombres tales como “Pueblo trabajador,” “ciudadanía democrática” o “pueblo empoderado,” ni se suceden ni se superan: han existido y existen, como interpelaciones yuxtapuestas, irreductibles las unas a las otras y en conflicto potencial.47 Opacos y aún contradictorios entre sí, en cada uno de estos nombres persiste un eco de los otros: restos de sonoridades impropias que dificultan, a la vez, los cortes limpios y tajantes. Ellos actúan juntos—si se nos permite la figura—incomodándose entre sí, arruinando la posibilidad de una perfecta univocidad y haciendo por ello imposible cualquier fantasía de cierre total y armónico tanto del sujeto como de la comunidad política. La interpelación hiper-inclusiva, ilimitada, puesta en juego en las consignas de Cambiemos (“Todo es posible juntos,” “En todo estás vos,” “Haciendo lo que hay que hacer”) quisiera, por el contrario, borrar el espacio de aparición de esa diversidad potencialmente conflictiva y nunca transparente de interpelaciones parciales, para alentar una fantasía de liberación total en la que la dependencia del sujeto respecto de instancias que lo exceden, fuera finalmente superada.
Ambos aspectos de su apuesta, la que en nombre de la “nueva política” prescinde de los símbolos históricos que visibilizaron y activaron una interrogación democrática por la vida en común, y la del borramiento de las escisiones internas y opacidades constitutivas del sujeto, encuentran su ligazón en un cierto tratamiento de los símbolos. Si el macrismo nos ha invitado reiteradamente a “salir de la ideología” y despojarnos de ciertos símbolos emblemáticos de la memoria comunitaria (los 30.000 desaparecidos, por ejemplo) y de ciertas palabras (izquierda y derecha, por caso) es porque estratégicamente querría situarse en un más allá de los símbolos en disputa. Recordatorio de la “vieja política,” el lado de los símbolos -siempre peligrosos en su capacidad de reactivarse en escenas y coyunturas impredecibles- queda, en la apuesta discursiva macrista, “del otro lado,” demonizado e identificado sin más con la inmoralidad de un infierno discursivo por fin atravesado. Ahora bien, cuando se obtura el espacio de roce entre parcialidades simbólicas se escamotea, junto con su capacidad de tocarnos, la multiplicidad enigmática de llamados que nos constituye o causa como sujetos éticos, abiertos a una interrogación.
Ser causados es ser interpelados en instancias que no elegimos como sujetos soberanos. Antes bien, esto acontece en nuestra historia en formas y circunstancias que no podríamos premeditar. Por una parte, dicho límite a una auto-intelección subjetiva plena, para apelar a los términos propuestos por Judith Butler, nos “desposee” de nuestro origen; exhibe una falla en nuestra autosuficiencia; pone de relieve nuestra dependencia del Otro y de los otros. Condición de una acción éticamente orientada, dirá Butler, aquello que parece carcomer nuestra libertad—el límite, la necesaria asunción de una falta en nosotros y en el Otro—resulta ser paradójicamente la condición misma de una acción ética, es decir, de esa instancia del sujeto capaz de preguntar(se) por aquello que no es él mismo y sin lo cual él mismo no podría ser. En otros términos, el sujeto llega a ser, adviene (o no) y constituye sus lazos éticos consigo y con los otros siempre a partir de una pregunta, de un espacio que se recorta en él como un no-saber de sí. Advenir a la subjetividad ética es así, de algún modo, volverse capaz de no saber, abriendo (y abriéndose a) una interrogación.48
Si la promesa macrista de “liberación” que hemos conceptualizado resulta preocupante es porque, además de borrar la sorda realidad del conflicto político, proyecta en su lugar un “infierno moral” del cual sólo saldremos afirmando un saber ilimitado y des-problematizador. Cuando el discurso de Cambiemos se complace en repetir que ya sabemos quiénes somos, quiénes son los otros y qué es lo que podemos esperar, lo que resulta amenazado es aquella multiplicidad disonante de la que podría emerger un sujeto autorreflexivo, en el sentido de no plenamente identificado con los imperativos del orden.49 Un sujeto capaz de cuestionar las fantasías de transparencia y saber pleno proyectadas, en cierta medida, sobre el mundo, sobre los otros y sobre sí por todo discurso ideológico, pero que resultan potenciadas por aquel discurso ideológico particular que rechaza por alienante toda simbología política y se afirma en lo ilimitado del sujeto, declarando la cesación de toda dependencia y de toda atadura. Si la “liberación” propuesta en los lenguajes adelgazados instalados por Cambiemos es una liberación paradójica es porque con ella se pierde, se daña o se mortifica—en otros términos—una instancia del sujeto capaz de preguntarse por la dimensión ética de su accionar en el mundo.
Hemos intentado especificar las operaciones propiciadas, a nivel de la economía subjetiva, por una interpelación ideológica que, instaurando una lógica de la excepcionalidad moral y una política de la autosustracción de “viejas” disputas simbólicas, busca desactivar la ambivalencia interna de interpelaciones más clásicas. La evidente catadura simbólica de los llamamientos políticos clásicos comporta la paradoja de ser a un tiempo condición de su eficacia—la de sus efectos ideológicos de reconocimiento—y signo inocultable de su imperfección: una suerte de “defecto” de nacimiento, puesto que el símbolo se halla estructuralmente asediado no sólo por otros “externos,” sus eventuales competidores en la disputa simbólica, sino también—y fundamentalmente—por los ecos de esos otros símbolos que persisten en su propia constitución. Si el símbolo captura en su efecto de cierre metafórico, por otro lado no escapa él mismo a un deslizamiento metonímico, a una dimensión alegórica que lo pone fuera de sí. En el intento de deshacerse de esa instancia de des-totalización y de apertura a la contingencia de una historia política cuya realización nos reclama como parte activa, en favor de la literalidad de un inmediato “interés vital,” el discurso de Cambiemos busca consumar, silenciosamente, una matriz totalitaria que apunta a minar, a su vez, la subjetividad autónoma. Entregado a la tentación de una existencia despojada por fin de toda atadura, el sujeto que las interpelaciones macristas apuestan a producir, queda atrapado en la falsa plenitud de una inmediatez ya dada, sin la distancia de un símbolo que pueda anunciar todavía la pobreza o la falta de su propia realidad. Allí donde el reformismo gubernamental puede decirse “permanente,” lo que pretende instalar es en realidad una lógica de la perfecta adaptación sin trascendencia posible respecto de lo ya dado. La fantasía de que a lo existente “no le falta nada.” Bastaría con remover las “distorsiones,” obstáculos y añadidos “patológicos” que nos impiden verlo “tal cual es.”
En el horizonte esbozado por esta matriz ideológica higiénica y autocomplaciente, ya no cabe ningún espacio para la interrogación crítica: pretendiendo ahorrarse el paso por las instancias que lo dividen—la historia, los símbolos, un no-saber de sí y de los otros—el sujeto que emerge de la promesa macrista de “liberación” parece conquistar su unidad y anhelada independencia pero en ese mismo gesto se pierde también a sí mismo. En última instancia, la liberación que promete el discurso macrista—de ahí su sesgo oscuramente tentador—“libera” al sujeto de un saber de su desposesión. Pero se trata de una liberación paradójica, puesto que al mismo tiempo es en ella que se promete aniquilar, sin ruido, la subjetividad deseante, crítica, ética. El éxito de esta apuesta política, que aspira a circunscribir en un nivel moral el procesamiento de los antagonismos que siguen dividiendo a la sociedad argentina, dependerá no sólo de sus propios méritos, sino también de la intensidad y suerte de las movilizaciones sociales que hoy resisten la consolidación del horizonte sin horizonte que ella busca proyectar.
Notas
Reforma del sistema previsional, endeudamiento externo, apertura indiscriminada de importaciones, flexibilización laboral, quita de retenciones a la exportación de productos agropecuarios, a la minería, desfinanciamiento de programas sociales. Entre las principales y devastadoras consecuencias de estas políticas económicas pueden mencionarse la caída del empleo, de la industria y del consumo, endeudamiento récord, aumento de las importaciones, pérdida de valor adquisitivo del salario, aumento exponencial de las tarifas de los servicios públicos, quita de subsidios, aumento de precios por la adecuación a los internacionales.
Hechos de violencia institucional de gravedad entre los que pueden destacarse, según informa el Centro de Estudios Legales y Sociales (CELS), la prisión de la dirigente y diputada del Parlasur Milagro Sala y la criminalización de su agrupación, la Organización Barrial Túpac Amaru, en la provincia de Jujuy; reiterados episodios de represión a: indígenas wichi en las provincias de Chaco y Formosa, a trabajadores de ingenios azucareros en la provincia de Salta y Jujuy, y a distintas comunidades mapuches en las provincias de Chubut, Río Negro y Neuquén, en el contexto de los cuales murieron los jóvenes Santiago Maldonado (luego de permanecer 78 días desaparecido) y Rafael Nahuel (quien recibió un tiro por la espalda); el desalojo violento de los docentes que, como modo de reclamo salarial, a principios de 2017 intentaban instalar una Escuela Itinerante en la plaza frente al Congreso Nacional en la Ciudad de Buenos Aires; la represión y/o detención de manifestantes en el contexto de: el Paro Internacional de Mujeres de 2017, las protestas de movimientos sociales frente al Ministerio de Desarrollo Social de la Nación durante ese mismo año, las movilizaciones en demanda de la aparición con vida de Santiago Maldonado, así como en las movilizaciones contra la Ley de Reforma Previsional que tuvieron lugar en la Ciudad de Buenos Aires en diciembre de 2017, jornadas en las que pudo observarse además un espectacular despliegue militar que incluyó desfile de las fuerzas policiales y gendarmería, carros hidrantes y “caza” indiscriminada de manifestantes (CELS, 1 de Marzo de 2018). Pueden mencionarse, asimismo, el intento de aprobar una Ley conocida como “2x1” que habilitaba la reducción de penas para acusados de delitos de lesa humanidad y la prisión preventiva, sin causa debidamente justificada y previo escarnio público, de opositores políticos. Por su parte, La Coordinadora contra la Represión Policial e Institucional (Correpi) en su Informe contra la Represión reveló que en 721 días del Nuevo Gobierno hubo 725 fallecidos como resultado de este tipo de prácticas, y describió la etapa iniciada en diciembre de 2015 como una de las más represivas de la historia argentina.
Cabe recordar que, en América Latina, la crítica liberal de los totalitarismos no pocas veces fue, ella misma, tan regresiva en lo económico como autoritaria en lo político. De allí que la apelación al término neoliberalismo no termine de resultar satisfactoria por cuanto parecería atribuirle con excesiva premura rasgos liberales a un fenómeno cuya conexión con el liberalismo dista de ser evidente en los hechos.
Para una discusión sobre esta interpretación ver Tzeiman, Radiografía política del macrismo.
Sumamente ilustrativas de este movimiento hacia el ámbito doméstico fueron las palabras de quien ocupa la máxima investidura política, proferidas a dos meses de su asunción: “Creo que el siglo XXI alineó ideologías en función de un resultado. La gente quiere vivir mejor, la gente quiere tener una vida sana, quiere hipercomunicarse, quiere proyectar el futuro para sus hijos, entonces busca quién es el que le da esa garantía. Después hay una minoría que quiere relacionar eso con historias y razones y filósofos. . . . Pero la verdad es que, al final del día, lo que importa es mi hijo. ¿Va a tener un mejor futuro que yo? O sea, ese amor narcisista que uno canaliza en los hijos. Uno quiere garantías, y eso es lo que busca la gente.” Fontevecchia, “He tenido días de abrumarme.” Como subrayó recientemente Wendy Brown analizando el caso norteamericano—en el cual también lee una paradójica coexistencia de elementos conservadores y libertarios—si el neoliberalismo se asocia a una privatización no lo hace sólo en un sentido económico sino también como “familiarización.” Según Brown, lo social y lo público no sólo son economizados sino familiarizados por el neoliberalismo, lo cual amenaza los principios de igualdad, secularismo, pluralismo e inclusión que están en el corazón de la sociedad democrática moderna, reemplazándolos por lo que Hayek llamaba “valores morales tradicionales” de la “protegida esfera personal.” Ver Brown, “Neoliberalism's Frankenstein.”
Ver Althusser, Sur la reproduction. Con su énfasis en la “perspectiva de la reproducción”—manifiesto en el título del libro del cual fue extraído el célebre artículo “Ideología y aparatos ideológicos del Estado”—, el planteo althusseriano hacía más que concederle a la ideología una relevancia mayor que aquella otorgada a las superestructuras por las interpretaciones descriptivas de la tópica marxista. Se trataba, antes bien, de criticar el reduccionismo implícito ya fuera en una noción de la base o de la superestructura como instancias puras, definibles en sus propios términos y no “sobredeterminadas.” En este sentido, asumir el punto de vista de la reproducción permitía señalar los límites de una independización de lo político que reeditaba nociones abstractas y deshistorizadas de poder, y, simultáneamente, instaba a conceptualizar un suplemento ideológico siempre—ya operante en la producción, que desbarataba la lógica secuencial promovida por un economicismo tecnocrático.
En este sentido Althusser objetaría seriamente las descripciones excesivamente instrumentales del funcionamiento de lo ideológico bajo el neoliberalismo provistas en algunos pasajes por Wolfgang Streeck. Por ejemplo, cuando sostiene la idea del capitalismo actual como un “saqueo legitimado” o cuando describe a la ideología exclusivamente en términos de motivaciones para la explotación: “Motivar a los no propietarios [de los medios de producción] a trabajar dura y diligentemente en interés de [los propietarios] requiere dispositivos ingeniosos, palos y zanahorias de los tipos más diversos.” Ver Streeck, “Capitalismo: su muerte y vida de ultratumba.”
Sobre esta cuestión vuelve también Etiènne Balibar en la polémica planteada con Wendy Brown. Balibar, Ciudadanía.
La alianza Cambiemos encabezada por Mauricio Macri, conformada por Propuesta Republicana (PRO) y el Radicalismo, gana las elecciones presidenciales en segunda vuelta en Noviembre de 2015.
Respecto de la hipótesis del devenir punitivista de un discurso inicialmente amigable, sin duda ella encuentra cierta confirmación en el aumento de la virulencia del discurso oficial así como en el visible increcendo de los números de detenciones y de casos de judicialización de la protesta a principio y fines de 2017, luego de masivas movilizaciones contra el gobierno nacional (que, no obstante, a mitad de año ganó las elecciones de medio término). En lo que respecta a la hipótesis de la segmentación, aunque coincidimos en que el neoliberalismo efectivamente segmenta al separar—e instar a separar—el “trigo del que es competente y competitivo de la paja del incompetente y no competitivo”—para ponerlo en los términos en que lo plantea Nancy Fraser—, creemos igualmente importante no perder de vista que el punitivismo ideológico y el emprendedorismo constituyen interpelaciones simultáneas realizadas a toda la población y no dos discursos alternativos dirigidos, por ejemplo, a distintas clases sociales. Sobre la hipótesis de la segmentación ver Fraser, “¿De la disciplina a la flexibilización?,” 225 y subsiguientes.
Esta responzabilización del individuo que reclama del sujeto la total y completa responsabilidad sobre su suerte cuando las condiciones estructurales socavan cualquier posibilidad de autosuficiencia, es concebida por Judith Butler como una “apropiación neoliberal del discurso de la ética” que nos enfrenta a “una contradicción palmaria que puede volvernos locos: moralmente se nos obliga a convertirnos en la clase de sujetos que justamente están excluidos por las propias condiciones estructurales del cumplimiento de esa norma.” Butler, Cuerpos aliados y lucha política, 21.
Suscribiendo este enfoque para el caso de Argentina, pero intentando diferenciarlo internamente y resistir, así, una teorización en un único plano Verónica Gago plantea la existencia de un “neoliberalismo desde abajo”: un conjunto de formas de hacer y calcular, a partir de las cuales los sujetos usan al neoliberalismo tácticamente siendo capaces de apropiar, arruinar, relanzar y alterar aquello que éste prescribe “desde arriba” dejando de constituirse así como sus puras víctimas. Gago, Razón neoliberal. Al considerar al neoliberalismo como una ideología dominante en pugna con otras ideologías, también nosotras buscamos no perder de vista las discontinuidades internas que impiden describir el orden social en los términos unitarios y monolíticos que proyectan sus versiones más doctrinarias. Sin embargo, desde nuestra perspectiva, lo que destotaliza al neoliberalismo no es el propio neoliberalismo en su (per)versión “desde abajo,” sino una serie de contratendencias o elementos que no tienen a la razón neoliberal como su origen causal exclusivo sino como instancia sobredeterminante a la cual, a su vez, ellos sobredeterminan. No obstante, nuestra preocupación en este artículo radica centralmente en sopesar la novedosa capacidad del actual neoliberalismo para aplanar este juego de disonancias y minar su eventual organización en modos y estrategias subjetivas de resistencia a la ideología dominante.
Estas formas, dice Davies, “carecen de aspiración epistemológica o semiótica a representar la realidad y son, por el contrario, maneras de reforzarla. Cuando los dirigentes políticos dicen que la austeridad provocará crecimiento económico, el propósito de dicho discurso es el de repetir, no el de representar. De igual modo, cuando a los solicitantes de prestaciones se les obliga a recitar lemas como ‘Mis únicos límites son los que yo me pongo a mí mismo’, claramente no se trata de declaraciones sobre la verdad o sobre los hechos. Se trata de lo que Luc Boltanski ha denominado ‘sistemas de confirmación’, expresiones performativas que intentan preservar el statu quo y ocupar un espacio discursivo que de lo contrario podría llenarse de preguntas empíricas o críticas sobre la naturaleza de la realidad.” Davies, “Nuevo neoliberalismo,” 142.
Para una muestra de esta patologización del discurso crítico operada por el nuevo neoliberalismo, se puede consultar la entrevista realizada al filósofo argentino Alejandro Rozitchner publicada por el diario La Nación en mayo de 2016 donde se sostiene que “hay una locura crítica que atraviesa el pensamiento nacional” y se pide un cambio en los valores educativos nacionales para que “los chicos sean felices, capaces y productivos.”
Cuyo clímax fue una escalada hiperinflacionaria que terminó con la renuncia anticipada del entonces presidente de la nación.
Nos referimos a aquellas transformaciones, de signo político-ideológico diverso, llevadas adelante por los gobiernos neoliberales de Carlos Menem durante la década del 90, de un lado, y, de otro, por los gobiernos “neopopulistas de izquierda” de Néstor Kirchner y Cristina Fernández de Kirchner entre los años 2003 y 2015.
Mientras en el caso europeo que Davies analiza la fase punitivista abierta en 2008 seguiría a un crecimiento económico animado por el crédito y la consiguiente generación de deuda cuya “irracionalidad” impone, a modo de necesario castigo, una expiación dolorosa, en Argentina durante el período 2003–2015 asistimos por el contrario a un sustantivo ciclo de desendeudamiento. De allí que el punitivismo advenido con el actual gobierno no pueda justificase en la desmesura de un endeudamiento anterior sino que parece más bien venir a castigar, en todo caso, la pretensión inclusiva y de fortalecimiento del mercado interno sostenida por los gobiernos progresistas en la región en la primera década y media de este siglo. Volveremos sobre esto en el próximo apartado.
Coincidimos con los énfasis planteados por Athena Athanasiou cuando destaca que el neoliberalismo contemporáneo no ha vuelto meramente a fuerzas anteriores, negativas, no humanistas e injuriosas sino que, antes bien, “en toda su fuerza de extracción de ganancia represiva, subyugante, brutal y tanatopolítica, [ellas] no han perdido su bioproductividad performativa en la capacitación de modos de vivir la subjetividad así como la inculcación de fantasías normativas y efectos de verdad relacionados con la ‘buena vida’.”Athena Athanasiou, en Butler y Athanasiou, Desposesión, 48–49.
Ver, por ejemplo, el spot publicitario del Banco Ciudad de Buenos Aires en www.adlatina.com/publicidad; ver también las inciativas oficiales en www.buenosaires.gob.ar.
Ver, por ejemplo, el polémico spot “Meritócratas” de la compañía Chevrolet, realizado por la agencia McCann Erickson y lanzado especialmente en y para Argentina en 2016: “Imaginate vivir en una meritocracia. Donde cada persona tiene lo que merece; donde la gente vive pensando cómo progresar,” comienza diciendo la publicidad. Disponible en www.youtube.com/watch?v=gK0s6wSOmRU.
Al respecto se puede consultar la serie de artículos compilados por Gabriel Vommaro y Sergio Morresi en Hagamos Equipo.
Tal como describe Dubet para el caso europeo en Dubet,¿Por qué preferimos la desigualdad?.
Los términos “planeros” y “ñoquis” refieren peyorativamente en este discurso a los destinatarios de planes sociales, en el primer caso, y a los trabajadores del Estado, en el segundo.
Durante su discurso sobre las negociaciones con los “fondos buitre” (hold outs), el entonces ministro de Hacienda, Alfonso Prat Gay, refiriéndose a los empleados estatales, sostuvo: “No vamos a dejar la grasa militante, vamos a contratar gente idónea y eliminar ñoquis.” Ver: www.lanacion.com.ar.
“El gobierno kirchnerista cultivó una extrema exigencia para colocar sobre escenas institucionales variadas banderas con su nombre, aún en los casos donde era notoriamente preferible que los grandes símbolos quedaran en reposo. Pero, nuevamente, es preferible esta ansiedad nominativa al ilusorio estadio en que un grupo político financiero y empresarial de la globalización concluye que no necesita nombrarse a sí mismo porque ya se siente mimetizado en la naturaleza (en la floresta del Capital) y su presunta asepsia [. . .] el macrismo tiene una aparente ausencia de nombres, desearía ser previsible como un autómata y expulsar el azar de la historia.” González, “Cultura y neutralidad política.” González, “Filosofía, filialidad y ‘vida sana.’”
El legislador porteño del PRO publicó en su cuenta de instagram una serie de recomendaciones para poder ahorrar dinero. El video puede verse aquí www.perfil.com/trends.
Ver Butler, Cuerpos aliados y lucha política, op. cit.
Según Sam Binkley, la idea de felicidad constituye una pieza central de los dispositivos que moviliza la gubernamentalidad neoliberal en todos los ámbitos de la vida. Su alcance puede leerse, entre otras cosas, en relación a las transformaciones que introduce en la experiencia de la temporalidad y la dimensión del futuro. La felicidad, en su forma contemporánea, puntualiza Binkley, demanda la adopción de una disposición anticipatoria específica: la capacidad de sostener en el tiempo la expectativa y la aptitud para enfrentar los desafíos que traerá un futuro por completo impredecible (para el que ya no alcanza la idea tradicional de “hacer planes”) cuyas características no se desprenden en absoluto de la fisonomía actual del presente. Se requiere, para ello, mirar el futuro con ojos esperanzados y encontrar, por decirlo así, la felicidad en la pura anticipación afirmativa, optimista y expectante, de la felicidad por venir. Se trata, en palabras del autor, de la temporalización de un estado emocional y de la emocionalización de una relación con la temporalidad. Ver Binkley, Happiness as an Enterprise. Nos resulta interesante la conceptualización de esta dimensión de futuro enlazada al entrenamiento de una disposición emocional anticipatoria—“confiar” y “pensar hacia adelante,”—“en positivo”—porque fue sumamente explotada por el actual gobierno argentino, que incorporó un concepto clave de la “psicología positiva” como es la capacidad de ser proactivo, al nombre de su fuerza política: PRO, y que no dejó de insistir en la importancia de sostener la “fe en que vamos por el camino correcto” desacreditando simultáneamente a sus críticos por su mentalidad negativa, pesimista, incapaz de abrazar el “cambio de actitud” que se requiere para “crecer y mejorar.”
“Nosotros en PRO nos orientamos al pragmatismo, al hacer [. . .] un clivaje posible futuro de la Argentina no pasa por izquierda ni por derecha, ni por peronismo ni por antiperonismo” sostenía en una entrevista un funcionario de Propuesta Republicana, una de las fuerzas que componen el actual gobierno. Asimismo, en un folleto titulado “Preguntas y respuestas” distribuido entre los cuadros del partido en 2011 y que buscaba clarificar la “doctrina” que orientaba a esta fuerza entre sus adeptos se sostenía: “Seguir catalogando las propuestas políticas como pertenecientes a la derecha o a la izquierda es aplicar al presente categorías del pasado, que en vez de explicar confunden. Hay distintos modos de ver la política, algunos son antiguos y otros son modernos. Según la perspectiva moderna la política es gestión y servicio al ciudadano.” Ambos citados en Hagamos Equipo, 179.
Consigna del oficialismo en las elecciones parlamentarias de 2017.
La apelación a lo doméstico y a la proximidad de los lazos familiares expresa con nitidez aquello que Melinda Cooper destaca como un rasgo central del neoliberalismo. Según la autora, el protagonismo neoliberal de la familia pone de relieve una faceta poco atendida por la crítica cuando ésta asume, tal vez demasiado rápidamente, que el neoliberalismo no tiene un sesgo conservador; que tiende simplemente a desarticular y a destruir los lazos (también los familiares) más que a reforzarlos. Por el contrario, Cooper considera que, en su retirada del modelo “impersonal” de gasto social con miras a la redistribución del ingreso, el neoliberalismo postula a la familia más allá del Estado como si se tratase de una forma espontánea de cuidado y ayuda recíproca; una entronización de los lazos “personales” en una suerte de espacio auténtico, pre-político y protegido que funciona como sustituto del Estado Social y deviene la única instancia de responsabilidad y cuidado de sí y de los otros. Ver Cooper, Family Values.
“Pesada herencia” es el modo de descalificar, en el discurso gubernamental, el conjunto de las políticas redistributivas llevadas adelante por el gobierno anterior, pero asimismo expresa bien lo que se percibe como el complicado asedio de una temporalidad contradictoria, excesiva y opaca que es cuestión de vida o muerte dejar de una vez y definitivamente atrás.
De eso hablan las imágenes del calvario del ex-ministro Julio De Vido, del ex-vicepresidente Amado Boudou, de la dirigente social Milagro Salas, y de tantas/os otras/os militantes o manifestantes políticos.
En todos estos casos—encarcelamientos de ex funcionarios como Amado Boudou o Julio De Vido, o de dirigentes sociales como Milagro Salas—se trató de espectacularizar las escenas de “detención,” repitiendo y multiplicando las imágenes de humillación, escarnio y castigo a las que fueron (y son) sometidos los acusados de actos de corrupción, a través de un dispositivo mediático que busca sancionar las “evidencias” de una supuesta culpa y que acentúa en los acursados una perfidia moral que los construye como “culpables” irrefutables antes de que sean efectivamente investigados y juzgados por la justicia.
Intensamente moralizada, la repetida consigna del “sinceramiento” funciona como una constante en el discurso gubernamental. En relación a la abrupta pérdida de participación del salario en la distribución de la riqueza, al aumento de tarifas, al recorte de los programas sociales y a los despidos en el sector público, entre otras políticas regresivas implementadas por el nuevo gobierno, este discurso apela sistemáticamente a la necesidad de “sincerar la economía y saber cuál es la realidad del país.” Ver, por ejemplo, www.eldestapeweb.com.
Al respecto resultan sumamente sugerentes tanto el planteo de Andrés Tzeiman como el prólogo de Martín Cortés en Tzeiman, Radiografía política del macrismo.
“Pobreza cero” como mentaba el lema de Cambiemos repetido innumerables veces en la campaña electoral y que debería ser leído menos como una promesa—que habría reclamado políticas acordes—que como parte del procedimiento de la repetición por el cual se anunciaba que la realidad de la pobreza entraba en la inexistencia en el marco de la nueva configuración ideológica. En efecto, parecería que es en y por la repetición como resorte u operación privilegiada que este discurso se vuelve capaz de blindarse contra toda réplica, como si pudiese prescindir totalmente de la argumentación y de la confrontación con la realidad.
De allí la insistencia en el “vos” en la repetida consigna “En todo estás vos” o, tal como titulara el oficialista diario La Nación: “Con Macri, el sujeto nacional deja de ser la masa, y pasa a ser la persona.” Disponible en www.lanacion.com.ar.
Según Laurent Berlant, es en condiciones de extrema precariedad económica y afectiva como las que alienta el actual neoliberalismo que los sujetos tienden a sostener un apego rígido a escenas o fantasías que, aún en su crueldad manifiesta (es decir, en su capacidad de atentar contra aquello mismo que prometen al sujeto que a ellas se aferra), transmiten al sujeto un sentimiento de continuidad y perdurabilidad en un mundo que lo expulsa y violenta constantemente. La crueldad es aquí, podríamos decir, el modo en que el sujeto resuelve psíquicamente el conflicto entre adaptarse/ajustarse, o “dejar de ser.” Ver Berlant, Cruel Optimism.
“Pueblo trabajador” no dice lo mismo, es decir, nunca podría sustituir limpiamente a “ciudadanía democrática” pero tampoco está con esta última en una relación de completa ajenidad. Ecos de una resuenan—más o menos audibles—en la otra, si pensamos en nuestra historia reciente.
En Dar cuenta de sí mismo Judith Butler ha propuesto una serie de hipótesis sobre la constitución de un sujeto ético en el marco de una experiencia de la conciencia no plenamente transparente a sí. Estas hipótesis buscan—por un lado—discernir escenas de interpelación diversas e irreductibles a la matriz exclusivamente punitiva denunciada por Nietzsche en su genealogía del sujeto y su crítica de una moral reactiva. Por otro lado, en discusión con cierta tendencia dominante de la filosofía moral según la cual los límites al autoconocimiento pleno irían en detrimento de la posibilidad de constitución de un sujeto moral, Butler se pregunta si no hay un aporte a la ética que se asocie a esos límites: a la opacidad constitutiva del sujeto para sí. En un sentido real, dice la autora, “no sobrevivimos sin ser interpelados, lo cual significa que la escena de interpelación puede y debe proporcionar un ámbito que propicie la deliberación, el juicio y la conducta éticos” (71). Nos interesa su hipótesis porque sostiene que es precisamente la asunción de la no plenitud subjetiva—un saber de la desposesión—la que se encuentra en la base de la consistencia ética de un sujeto responsable. Desde esta perspectiva entonces es preciso advertir, contra la reducción que opera el planteo de Nietzsche, que las escenas del reconocimiento (y la interpelación) que nos constituyen son más amplias que el juicio moral. Y que aunque el juicio es necesario, no todas las relaciones éticas son reducibles a actos de juicio. Asimismo, contra las pretensiones de auto-transparencia del sujeto requeridas por la moral tradicional, Butler recuerda que la apertura de una interpelación ética, en la cual un sujeto responsable pueda reconocer a otro y dar cuenta de sí mismo, deberá asumir como condición necesaria la desposesión y la vulnerabilidad supuestas en el nacimiento de la subjetividad. Esa desposesión alude a lo que habría de ideológico en la pretensión de autonomía plena: las condiciones sociales de su emergencia siempre desposeen al yo pero esa desposesión no implica que se haya perdido el fundamento subjetivo de la ética sino que la asocia a la crítica, es decir, a una deliberación acerca de la génesis social y el significado de las normas.
Según Sam Binkley, el actual discurso de la felicidad, que podría emparentarse con lo que hemos conceptualizado como retórica de la comunidad ilimitada y su exaltación de la potencia individual, supone una relación consigo mismo que reclama la expulsión de sí de las inter-dependencias heredadas y de los hábitos formados en torno a la mutualidad y la obligación recíproca, en pos de una estimulación del espíritu emprendedor supuestamente sofocado por el modelo del Estado Social. En el marco de este discurso los individuos asumen, sostiene Binkley, la necesidad de problematizar aspectos de su propia conducta para deshacerse, limitar o destruir esa red de dependencias mutuas con el fin de optimizar una acción personal autónoma. En efecto, para subjetivarse como emprendedor el sujeto debe depurarse de interdependencias y obligaciones previas hacia otros y redirigir hacia la interioridad del sí mismo las demandas y exigencias que antes planteaba a las instituciones sociales. Sin embargo, nos preguntamos si, al aceptar identificar esta “vuelta sobre sí” con la autorreflexividad o la “autonomía” en tanto tales, no se asume como válida la declinación exclusivamente neoliberal de estos conceptos en detrimento de las exigencias que, desde la filosofía moral kantiana a Adorno, se plantearon a la práctica subjetiva para que ésta pudiera ser considerada efectivamente como “autónoma” o “autorreflexiva.” Si en estas nociones, a pesar del rigorismo, persistía un fermento crítico, ello se debía fundamentalmente, según Adorno, a que en la autorreflexión el sujeto llevaba adelante una interrogación problematizadora de las instancias heterónomas que orientaban su práctica. La autorreflexión del sujeto sobre sí mismo, que expone su carácter condicionado, devenido y no absoluto, es necesariamente reflexión crítica sobre la sociedad. En ese sentido, sólo una vuelta sobre sí que, en lugar de condenarlo a satisfacer el mandato de autosuficiencia, pudiera permitirle al sujeto problematizar ese mandato como una prescripción activa en su propia conducta, podría considerarse como una práctica autorreflexiva. De allí su fuerza crítica y de allí también el empeño con el cual el neoliberalismo, que exalta la autonomía, insiste en minar sus condiciones de emergencia.