Abstracto
En este ensayo el autor reflexiona críticamente en torno al Chile neoliberal de los últimos 40 años. A partir del texto La Sociedad del Cansancio de Byung-Chul Han, ofrece una interpretación del estallido social chileno. Argumenta que el estallido social de octubre del 2019 expresa un profundo rechazo del modelo económico existente, poniendo énfasis en las consecuencias culturales de dicho modelo, cuestionando las prácticas de autoexplotación impuestas por la cultura laboral neoliberal. En la primera parte del texto desarrolla una aproximación crítica a la figura del emprendedor, encarnación de la ideología de la meritocracia y piedra angular del proyecto neoliberal en Chile. Después de eso propone una argumentación sobre las fuerzas históricas que explican el estallido social y las diferentes formas de resistencia expresadas a partir de entonces. Por último, concluye con una invitación a repensar el trabajo y su rol en un futuro Chile postneoliberal.
El presente texto busca reflexionar críticamente en torno al Chile neoliberal de los últimos 40 años. El objetivo es estimular formas de repensar Chile que desafíen el dogma de la meritocracia, el “éxito” laboral, y las lógicas de productividad que imperan en la sociedad chilena. Ofrece una aproximación crítica a los comportamientos que han devenido en cultura neoliberal, asociados a la ideología del emprendimiento y la autoexplotación. Se tensionan las supuestas virtudes del modelo chileno y se exponen los negativos efectos emocionales provocados por la cultura neoliberal. Se argumenta que dicho modelo ha provocado diferentes tipos de pérdidas, distribuidas asimétricamente en la sociedad chilena. Por lo mismo, ante el slogan neoliberal de un “Chile ganador” nuestro texto es una invitación a pensar en los perdedores (económicos y emocionales) dejados por un modelo que promueve un exceso de individualismo. Aquellos perdedores se encuentran diseminados por cada rincón del país. Sumergidos en la deuda perpetua provocada por el consumo excesivo a través del crédito. A partir del texto La sociedad del cansancio, del filósofo Byung-Chul Han, nos preguntamos: ¿cuál es el sentido de pérdida que persiste en la sociedad chilena? ¿qué tipo de pérdidas podemos identificar? ¿Cómo se vive la pérdida en un país supuestamente ganador? ¿Cómo se convive con aquellos responsables de asesinatos, desaparecidos, y torturas que aparecen como los ganadores de los últimos 40 años? ¿Cuál será el futuro del duelo en la sociedad chilena? ¿Cómo lidiará ya no sólo con los muertos de la dictadura, sino también con los nuevos muertos del estallido social?
Hasta hace poco se afirmaba que Chile era un país sin memoria. Lo repitió una y otra vez durante la década de los 90s la emblemática líder del Partido Comunista chileno, Gladys Marín, en su crítica a dicha realidad impuesta por la transición chilena. El pacto de silencio y olvido acordado por la clase política después de la dictadura cívico-militar marcó una época de amnesia obligatoria. Y aunque el olvido no fue generalizado, si fue promovido de forma constante por los gobiernos de turno. Quienes se negaban a olvidar lo hacían como un acto político contrahegemónico. La sociedad chilena no tenía derecho a recordar sus muertos públicamente. El luto ausente dejó una sensación de melancolía en la población chilena. Los artífices de la dictadura liderada por Augusto Pinochet se erigían como los ganadores de un Chile neoliberal que se jactaba de ser el país más exitoso de Latinoamérica. Chile, en realidad, no era más que una nación con sueldos de país pobre y precios de país rico. Ante el debate en torno a si el estallido social del 2019 fue un rechazo del modelo económico neoliberal o, por el contrario, solo se trató de un resentido reclamo por más acceso al consumo, nuestro argumento es que evidentemente fue lo primero, un rechazo a un modelo supuestamente exitoso, y también una diatriba en contra de una cultura neoliberal cuyo núcleo es la doctrina del “sálvese quien pueda.” Esta impugnación al modelo fue expresada de diferentes formas por al menos una parte de la población chilena que salió a las calles en las semanas posteriores. Meses más tarde vino la pandemia y azotó la vida cotidiana de los sectores más vulnerables, poniendo en evidencia las falencias de un modelo que incrementa la desigualdad económica y social.
El presente texto, además, busca reflexionar críticamente en torno a la distribución asimétrica de la pérdida en la sociedad chilena, donde los más pobres, mujeres y hombres, asumen la pérdida provocada por el “milagro chileno.” Dicha pérdida no fue solamente económica, sino también identitaria, ya que el “milagro” provocó una destrucción de identidades colectivas y del sentido de comunidad en la población chilena. Así, el modelo económico tuvo un impacto cultural aún mayor. La precariedad de la vida cotidiana fue acompañada por una precariedad espiritual. Una parte de la sociedad chilena trató de suplir dicho vacío espiritual a través de un apego creciente a los diversos tipos de iglesias evangélicas que proliferaron en el territorio nacional, con miles de chilenos y chilenas tratando de encontrar el sentido de comunidad perdido. No obstante, dicha opción no desafió la narrativa neoliberal de libertad y progreso; al contrario, ha devenido en aliado ideológico de las clases dominantes.
Por todo esto el Chile actual aparece como una sociedad cansada. Exhausta de tanto perder, ahogada por la deuda, agotada de sus supuestos éxitos, Chile estalló en octubre del 2019. Aunque no era la primera vez que estallaba (las protestas estudiantiles del 2006, 2011, y 2013 presagiaron lo que sucedería unos años más tarde), lo del 2019 fue algo mucho mayor en su intensidad y desarrollo, debido a su alcance nacional y, sobre todo, al ser un movimiento que sobrepasó los límites políticos del movimiento estudiantil.
Por supuesto, no todos los chilenos salieron a las calles a protestar contra el orden de las cosas. Después de todo, lo que aquí llamamos el sujeto neoliberal no abarca a toda la población chilena. Una parte del país sólo se limitó, perplejos en su sorpresa, atónitos en su escepticismo, a mirar lo que sucedía. Por lo mismo, en este escrito distinguimos dos subjetividades claras (entre varias otras) que conviven en el Chile neoliberal. Una de ellas es la que abraza el modelo económico, se ha beneficiado de él, y está dispuesto a defenderlo hasta las últimas consecuencias. A dicha subjetividad le llamaremos el emprendedor. La otra subjetividad abordada en el presente texto es aquella encarnada por aquellos sujetos que salieron a las calles a luchar contra el modelo de diversas formas y por múltiples razones. Aquellos sujetos, de diferentes estratos socioeconómicos, con diversas identidades de género, no pueden ser homogeneizados como si fueran lo mismo. No obstante, comparten un espíritu de rebeldía directa en contra del proyecto neoliberal y lo que éste representa. Son, de esta manera, sujetos diferentes que, en el calor de la lucha política, confluyen en una subjetividad común compuesta por una multiplicidad de factores: antineoliberal, anticonservadora, y contrahegemónica.
Fueron estos últimos quienes desbordaron las grandes alamedas del país a partir del 18 de octubre del 2019. La intensificación constante de la deuda individual hizo estallar los resortes del sistema en una ola de protestas pocas veces vista en la historia reciente del país. Las furias de aquellas jornadas tenían un significado político incuestionable, ya que se trató de una impugnación dirigida al corazón del modelo económico y a la clase política que lo había implementado. No obstante, dicha violencia se vio confrontada por una violencia mayor, la de la represión estatal, que trajo a la memoria aquella otra violencia negada, la de hace 40 años. Así quedó expuesta la ambivalencia del reparo y la reconciliación imposible. El estallido social expuso las heridas más profundas de la sociedad chilena.
El emprendedor
En su ensayo titulado La sociedad del cansancio, el filósofo Byung-Chul Han afirma que ya no vivimos en la sociedad disciplinaria estudiada por Michel Foucault, sino que lo hacemos en la sociedad del rendimiento, donde todos desarrollamos dinámicas de autoexplotación como producto del triunfo de la ideología de la competitividad neoliberal. La obsesión por la productividad en nuestros tiempos trae como consecuencia una realidad cotidiana de fracasos y depresión. Según Han, somos una sociedad deprimida. Todo esto aplica notablemente en la sociedad chilena. En el Chile actual queda expuesto la relación directa entre depresión y trabajo. Sueldos bajos, largas jornadas de trabajo, condiciones de inseguridad. Una suma de factores que exponen la precariedad laboral en el modelo económico neoliberal, donde la informalidad es cada vez mayor, camuflada bajo las supuestas virtudes de la flexibilidad. Ante esta realidad nos preguntamos: ¿es posible una nueva forma de concebir el trabajo en el Chile postneoliberal? ¿Serán posibles nuevas maneras de relacionarnos con nuestra actividad laboral? ¿Qué caminos seguir para escapar de las lógicas de autoexplotación impuestas por la cultura neoliberal?
El ensayo de Han contribuye a teorizar lo sucedido en Chile después de 40 años de neoliberalismo. No se enfoca en el consumo y el mercado como lo hicieron los textos del sociólogo chileno Tomás Moulian en los 90s.1 Desde otro ángulo, Han elabora su crítica a partir del trabajo y las lógicas de autoexplotación impuestas por una cultura neoliberal. Dicha cultura se encuentra enraizada en la ideología de la meritocracia y las supuestas bondades de una ética neoliberal del trabajo, la cual promueve objetivos de productividad laboral prácticamente imposibles de cumplir para la mayoría de los trabajadores chilenos. Así, los textos de Moulian, importantes en los 90s, quedan desfazados dos décadas después.
El Chile de hoy es muy diferente al país de hace 20 años. El proyecto neoliberal ha adquirido características culturales que van más allá de las prácticas de consumo, dejando marcas indelebles en las prácticas laborales de autoexplotación e hiper-productividad. El análisis de Moulian puso la atención en cómo la militancia política de la clase trabajadora chilena fue diluida por deseos de consumir productos norteamericanos o japoneses, y por la atracción del estilo de vida burgués proyectado a través de las pantallas de los televisores a color recientemente adquiridos a crédito. Profundizó en la historia reciente de Chile, los procesos de modernización, y el panorama partidista del país, pero no desarrolló un análisis meticuloso sobre los comportamientos de autoexplotación y rendimiento instaurados y promovidos por el modelo económico neoliberal. De este modo, no obstante la validez de su aproximación, Moulian no elaboró una crítica profunda al impacto provocado por el neoliberalismo sobre las prácticas laborales de los trabajadores chilenos. Por ende, la crítica elaborada por Han viene a proveer nuevas formas de comprender las pérdidas provocadas por el modelo impuesto 40 años atrás. Hoy habitamos la sociedad del rendimiento.
Por lo anterior, esta sociedad del rendimiento no valora el ocio. La ideología neoliberal deja espacio solo para los negocios. Se ha creado la ilusión de que todos podemos ser “emprendedores” de uno mismo, tratando a nuestros cuerpos y a nuestras vidas como si fueran una empresa neoliberal, con gastos y costos, ganancias y beneficios. La existencia de “tiempo libre” para ser disfrutado expone la existencia de otro “tiempo esclavo” para ser sufrido. Todo esto tiene un evidente impacto psicológico y emocional. Han afirma que “ciertamente, las enfermedades neuronales del siglo XXI siguen a su vez una dialéctica, pero no de la negatividad, sino de la positividad. Consisten en estados patológicos atribuibles a un exceso de positividad.”2 No obstante, nuestra crítica a las prácticas laborales impuestas por el proyecto neoliberal no busca reproducir ideas conservadoras en torno a los males de la modernidad. Por el contrario, nuestra crítica a la modernidad parte desde una perspectiva decolonial, donde la modernidad es inseparable de la colonialidad como legado directo de los procesos históricos de colonialismo.3 Por lo tanto, se trata de una aproximación anticolonial que ve en el proyecto neoliberal patrones coloniales que reproducen dinámicas propias del capitalismo racial, donde las jerarquías de raza y género se reproducen en pleno siglo XXI. El estallido social chileno del 2019 fue, en gran medida, un ataque a dichas dinámicas coloniales reproducidas en el Chile de los últimos 40 años, de ahí que la bandera mapuche estuviera presente (mucho más que la chilena) en cada una de las protestas del estallido.
El emprendedor chileno, sin embargo, no comparte nuestra crítica. Él rechaza todo análisis que critique las virtudes del libre comercio y el trabajo asalariado. Él encarna el optimismo del mercado y lo impone a través de los medios de comunicación masivos como si fuera una verdad transversal en la sociedad chilena. Como resultado, una falsa positividad busca esconder las falencias del modelo. Hay, en otras palabras, una masificación de la positividad. Pero no se trata de un optimismo saludable; aquel optimismo esperanzador que invita a abrazar la vida y a mirar el futuro con ganas de vivir, sino de una positividad alienada, que enajena al sujeto, que lo encadena a metas imposibles de cumplir. Fuera de su alcance, dichas metas eventualmente lo llenan de frustración y cansancio.
Pero cansancio no es lo único que abruma al emprendedor chileno. Es pertinente abordar también el aburrimiento profundo del sujeto neoliberal. Recurre a su teléfono móvil a cada instante. Adicto al celular, busca matar el tiempo. Ya no es pobre, miserable, como tal vez lo fue años atrás, durante la dictadura. Ahora maneja un auto nuevo y vive en un departamento de barrio alto. Su miseria es espiritual. Sujetos de rendimiento, obsesionados con la productividad. Emprendedores de sí mismos. Autoexplotadores de sus propios cuerpos. He ahí el sujeto neoliberal chileno.
Según Han, “el análisis de Foucault sobre el poder no es capaz de describir los cambios psíquicos y topológicos que han surgido con la transformación de la sociedad disciplinaria en la de rendimiento.”4 La sociedad disciplinaria contiene demasiada negatividad. La actual, en cambio, es una sociedad del optimismo. El emprendedor chileno sueña con ser millonario. Crear una empresa de reciclaje para luego venderla. Está lleno de optimismo, el cual lo desborda, lo cansa y lo agota, pero sigue autoexplotándose aun cuando no necesita el dinero.
Mira el futuro lleno de optimismo. Se siente poderoso, consciente de su potencialidad. Vive un exceso de positividad que lo desborda. No puede dormir de tanto desear. De este modo, “los proyectos, las iniciativas, y la motivación reemplazan la prohibición, el mandato y la ley. A la sociedad disciplinaria (la del siglo XX) todavía la rige el no. Su negatividad genera locos y criminales. La sociedad del rendimiento del siglo XXI, por el contrario, produce depresivos y fracasados.”5 Chile, un país ganador. Un pedazo de Europa atrapado en Latinoamérica.
Sin embargo, no hay rebelión en el emprendedor chileno. Su actitud rebelde solo alcanza para consumir unos cuantos gramos de cocaína, para después intoxicarse en alcohol, porque “el sujeto de rendimiento sigue disciplinado. Ya ha pasado por la fase disciplinaria.”6 El sujeto neoliberal no se detiene a contemplar nada. Va rápido, apurado, como si detenerse a pensar lo desesperara. Si se detiene, lo hace para mirar el celular. La vida humana “nunca ha sido tan efímera como ahora. Pero no solo ésta es efímera, sino también lo es el mundo en cuanto tal. Nada es constante y duradero. Ante esta falta de ser surgen el nerviosismo y la intranquilidad.”7 La vida precaria, los contratos efímeros, el trabajo informal, todo esto desnuda la vida. El trabajo mismo aparece como una actividad desnuda.
El emprendedor es un hombre activo. Se levanta temprano, incluso en los días libres. Le molesta el tiempo libre. El emprendedor vive una vida vacía, la cual pretende llenar con el consumo; ya sea de drogas, de alcohol, o de cualquier mercancía que crea poder necesitar. Vive una vida desnuda; no tiene amigos, más allá de los virtuales.
Según Han, aludiendo a la teoría de Giorgio Agamben, “más desnuda que la vida del homo sacer es la vida de hoy en día.”8 Profundiza su crítica al filósofo italiano, identificando a los homines sacri de la sociedad del rendimiento. Agamben no reconoce que el poder ya no necesita obligar al sujeto neoliberal a explotarse a sí mismo. Agamben, demasiado cercano a Foucault, no puede ver que la sociedad disciplinaria ya hizo su trabajo bastante bien, y el sujeto neoliberal ha internalizado su propia explotación, a la cual abraza intoxicado de “éxito.” Así, “el sujeto obligado a rendir queda libre de toda instancia dominadora externa que lo fuerce a trabajar y lo explote. Queda sometido únicamente a sí mismo.”9 Dicha situación tiene claros efectos identitarios, emocionales, y psicológicos que el homo sacer neoliberal no puede, ni sabe, ni quiere reconocer. Como resultado, el emprendedor neoliberal se sumerge en el culto a la imagen. Va al gimnasio para verse bien. Y como se ve bien, cree sentirse bien. El cuerpo sano se transforma en obsesión y actúa como una droga más para ocultar su enajenación. Un emprendedor frustrado, convencido de su supuesto éxito, al cual ya no le basta ganar dinero para sentirse feliz.
El emprendedor del siglo XXI “se escucha sobre todo a sí mismo. Al fin y al cabo, tiene que ser empresario de sí mismo.”10 Su cuerpo es su empresa; su vida una carrera sometida a la evaluación constante, y “como en último término compite contra sí mismo, trata de superarse hasta que se derrumba. Sufre un colapso psíquico que designa como burnout, o síndrome del trabajador quemado. El sujeto que está obligado a rendir se mata a base de autorrealizarse. Aquí coinciden la autorrealización y la autodestrucción.”11 El depresivo neoliberal es un ser amorfo; un hombre sin carácter. Extenuado, agotado de tanto éxito, termina sumergido en la más brutal soledad y en el más tortuoso aburrimiento.
Sin embargo, “esta coerción a sí mismo que se hace pasar por libertad termina siendo mortal. El burnout es el resultado de la competencia absoluta.”12 Dicha competencia ha sido disfrazada con el mito de la meritocracia, piedra angular de la ideología neoliberal, que busca convencernos de que todos somos emprendedores, potencialmente exitosos, siempre y cuando nos explotemos a nosotros mismos cotidianamente, con una sonrisa en los labios. De esta manera, “el sujeto se positiviza; es más, se libera, convirtiéndose en un proyecto . . . la coerción externa es reemplazada por una autocoerción que se hace pasar por libertad.”13 Todo esto en un contexto de relaciones capitalistas de producción cada vez más eficaces en sus fines productivos, ya que viene acompañada de la sensación de libertad, la cual actúa como una fantasía alcanzable para todo aquel emprendedor dispuesto a quemarse trabajando. Así, el sujeto “obligado a aportar rendimientos se explota a sí mismo hasta quemarse del todo.”14 Luego de esto, el suicidio está a la vuelta de la esquina. O en el balcón del edificio. La acumulación capitalista beneficiada con la autoexplotación del sujeto neoliberal tiene su reflejo en la acumulación de frustraciones depositadas en el alma del último hombre, el trabajador cansado, agotado de tanto éxito.
Han afirma que “el neoliberalismo, que genera mucha injusticia, no es bello.”15 No. El neoliberalismo, obsesionado con producir riquezas, obsesionado con el despojo y la acumulación infinita, la producción constante y el crecimiento económico eterno, no es hermoso. Sus riquezas materiales producen miserias humanas, colapsos mentales, insomnios delirantes. “El hipercapitalismo convierte todas las relaciones humanas en relaciones comerciales. Despoja al hombre de su dignidad reemplazándola por completo por el valor de mercado.”16 Por eso octubre del 2019 fue un llamado concreto a rescatar la dignidad negada. Piedra a piedra, con fuego y barricada, la rabia popular agitó los cimientos del proyecto neoliberal chileno, reclamando la dignidad perdida. Exigiendo el reconocimiento social que el mercado no puede otorgar.
Despertares
Pero el emprendedor chileno es sólo una subjetividad entre varias en el Chile actual. No representa el todo, sino una parte. Aquella parte que abraza el modelo como camino hacia la felicidad. En el Chile actual, conviven varias subjetividades diferentes y, en ocasiones, opuestas entre sí. Más allá del emprendedor, hay un Chile rebelde que se niega a ser recipiente pasivo de la doctrina neoliberal y sus fantasías impuestas. Hay un Chile que lucha, de diversas formas, contra los falsos proyectos de desarrollo basados en el extractivismo, la desigualdad económica, y la desposesión. Fue ese Chile rebelde el que salió a llenar las grandes alamedas, desbordándolas de rabia y frustración, pero también de esperanza y cambio.
El 18 octubre del 2019 estalló la violencia callejera. Como si toda la frustración de las víctimas del modelo económico explotara en una noche. La rabia residual se transformó en energía política. De pronto, el Chile neoliberal parecía rechazar sus supuestos éxitos. Las furias reprimidas por el consumo afloraron como un volcán en erupción. O como un terremoto a la chilena. En medio de la insurgencia callejera de octubre una palabra se hizo poderosa: dignidad. La multitud chilena reclamaba su dignidad perdida, usurpada por 40 años de abusos y angustias. El proyecto neoliberal robó los sueños, infancias, identidades, comunidades, y posibilidades de dos generaciones de chilenos. El saqueo neoliberal reprodujo dinámicas coloniales de acumulación por despojo. El modelo económico destruyó el sentido de pertenencia de la población, dejando una sensación de melancolía colectiva que requiere ser despatologizada. La expansión constante de la pérdida, su mencionada distribución asimétrica, no puede ser separada de una profunda melancolía por un Chile perdido, aquel Chile predictatorial, idealizado a través de nostalgias colectivas, muchas veces inconscientes. Expresadas a través de la música, el cine, la literatura.
Sin embargo, aparecieron posibles senderos de redención a través de una nueva constitución que reemplace a la actual, legado directo de la dictadura. Porque “la rabia es una facultad capaz de interrumpir un estado y posibilitar que comience uno nuevo.”17 La urgencia de un nuevo pacto social se hizo evidente; ¿será suficiente? Se muestra indispensable un nuevo modelo económico para recuperar la comunidad perdida. Con todo, parece ser urgente recuperar no solamente lo perdido, sino también el sentido de pérdida y el derecho a duelo en la sociedad chilena. El reconocer lo perdido, aceptarlo para luego reflexionar si vale la pena recuperarlo. Dice Han, lleno de pesimismo, que “en este contexto resulta imposible toda resistencia, toda sublevación, toda revolución.”18 Y es aquí donde radicalmente discrepamos con él, ya que octubre del 2019 es evidencia de lo contrario; es evidencia de que las furias acumuladas, más allá de toda depresión individual y colectiva, hicieron hervir la rabia popular en el levantamiento social más importante de las últimas décadas en Chile. Han afirma que “hemos perdido toda capacidad de asombrarnos.”19 Sin embargo, la envergadura del levantamiento de octubre asombró a todo chile, despertándolo de su letargo, de su larga siesta neoliberal. Porque en ese octubre ya no fueron sólo los estudiantes (aquellos que siempre rechazaron el proyecto neoliberal) los que salieron a las calles. También lo hicieron muchos de aquellos que nunca se unieron a las protestas de años anteriores. Así, lo sorprendente del estallido social del 2019 no fue que una parte de la juventud desplegara su rabia contra el modelo económico y las élites políticas, sino que aquella parte de la sociedad que usualmente condenaba las protestas esta vez las validara y le otorgará, de esa forma, una legitimidad y un apoyo transversal a nivel nacional que los acontecimientos de años anteriores rara vez alcanzaron.
La insurgencia callejera vista a partir del estallido tenía un profundo significado político. Expresaba un cansancio no sólo con el modelo económico, sino también con los partidos políticos chilenos. Han afirma que “estos cansancios son violencia, porque destruyen toda comunidad, toda cercanía, incluso el mismo lenguaje.”20 Sin embargo, “el cansancio fundamental inspira. Deja que surja el espíritu.”21 Es la paradoja del cansancio. La sociedad neoliberal chilena es una sociedad del rendimiento que no reconoce su cansancio. No quiere verlo. Sumergido en sus contradicciones, el país parecía ser cada vez más rico, pero cada día más infeliz. A Chile, daba la sensación, le faltaba vida. Era un país sin alma. Una nación sin espíritu. La melancolía y la aflicción permanecían subsumidas en la vorágine del consumo. Latentes en su dolor cotidiano provocado por la deuda eterna; ahogadas en el crédito. El sujeto neoliberal habitaba el cansancio del yo. Era, como dice Han, la historia del agotamiento. Octubre del 2019 fue, al mismo tiempo, lamento y acusación.
El proyecto político perdido en 1973, extirpado como un cáncer marxista, no desapareció del inconsciente colectivo chileno. Una dolorosa sensación de melancolía por un proyecto que no fue, pero que pudo haber sido. Pero dicha melancolía debe establecer una relación creativa con lo perdido, donde lo fundamental será identificar cómo la pérdida es incorporada por la comunidad, los individuos, y la tradición popular chilena. Así, paradójicamente, la experiencia de la pérdida expone los peligros de un fetichismo melancólico que establece una relación petrificada con el pasado, donde se busca el retorno a un país que ya no existe. Todo esto expone la ambivalencia de la pérdida; creativa y fetichizada; desplazada y estática; eterna y efímera.
Según Han, “el duelo se diferencia de la depresión sobre todo por su fuerte vinculación libidinosa con un objeto. La depresión, por el contrario, carece de objeto, y por eso no está orientada.”22 El objeto de la izquierda chilena es el proyecto socialista popular y democrático bombardeado el 11 de septiembre de 1973. Pero no fue solamente la izquierda la que salió a las calles el 18 de octubre del 2019. También salieron los depresivos. Como si la violencia callejera tuviera virtudes terapéuticas. En todo caso, “conviene distinguir también la depresión de la melancolía. La melancolía viene precedida de la experiencia de una pérdida. Por eso sigue entablando todavía una relación, concretamente una relación negativa con lo ausente. La depresión, por el contrario, queda escindida de toda relación y de toda vinculación.”23 La depresión neoliberal no tiene fetiche a añorar. Se está deprimido sin saber por qué. El éxito laboral y la solidez económica no traen satisfacción personal. El emprendedor neoliberal no sabe encontrar la tranquilidad. No tiene paz. Afirma Han que “el duelo se produce por la pérdida de un objeto completamente cargado de libido.”24 En el caso chileno, dicho objeto fue el proyecto de socialismo popular encarnado en el gobierno de Salvador Allende. Aquella pérdida nunca fue superada por la izquierda chilena. Sin embargo, el objeto libidinal no es Allende, tal vez ni siquiera lo sea el socialismo, sino la posibilidad de construir un Chile popular. El deseo de volver a intentar erigir un chile democrático que, desde abajo, construya los cimientos de una sociedad mejor, permanece latente en la consciencia colectiva del pueblo chileno. Aquella utopía también fue parte de las subjetividades múltiples aparecidas durante el estallido. Se expresó a través de canciones, danzas, y otras manifestaciones artísticas en las calles de Santiago. Una utopía que permaneció latente en la memoria colectiva de aquella parte del país que se negó a abrazar el proyecto neoliberal y sus falsas promesas de riqueza, éxito, y felicidad.
El ocio y la fiesta
A modo de conclusión proponemos transitar hacia otro tipo de cansancio, uno propio de una sociedad que valore el ocio, que aprecie el no-hacer, el no-producir. Que valore el trabajo solamente como una parte de la vida, pero sin otorgarle características totalizantes que hacen de la actividad laboral la vida misma. Transitar a lo que Han llama el “cansancio fundamental.” “El cansancio ‘fundamental’ suprime el aislamiento egológico y funda una comunidad que no necesita ningún parentesco. En ella despierta un compás especial, que conduce a una concordancia, una cercanía, una vecindad sin necesidad de vínculos familiares ni funcionales.”25 Otro Chile. Otro ser. Hacia una sociedad que se oponga a la sociedad activa, lo cual consistiría “en una sociedad de los cansados en sentido especial.”26 Aquella nueva sociedad será la sociedad del cansancio. Pero esta vez será un cansancio reconocido, valorado, buscado. El cansancio de los que descansan. De los satisfechos con su trabajo. De los que no viven para trabajar. De los que no buscan el éxito. De los que no creen en el “milagro chileno.”
Será el tiempo sublime. Han nos recuerda que “los dioses no producen ni trabajan. Quizá deberíamos recuperar aquella divinidad, aquella festividad divina, en lugar de seguir siendo siervos del trabajo y del rendimiento.”27 El trabajo es un derecho nos dijo la modernidad. La sociedad disciplinaria lo transformó en obligación. La sociedad del rendimiento lo transformó en virtud. “El tiempo laboral, que hoy se totaliza, destruye aquel tiempo sublime, el tiempo de la fiesta.”28 El Chile postneoliberal debe reconceptualizar el tiempo de fiesta. La fiesta tranquila, el tiempo del relajo, la fiesta que abraza las intoxicaciones del arte, la música, la poesía, pero descarta las intoxicaciones químicas. Porque “el tiempo sublime es un tiempo colmado, a diferencia del tiempo laboral como tiempo vacío que meramente se trata de rellenar y que se mueve entre el aburrimiento y la laboriosidad.”29 La sociedad postneoliberal debe aprender a valorar el ocio por sobre el trabajo. El tiempo libre por sobre el tiempo esclavo. El Chile neoliberal, rechazado el 18 de octubre del 2019, es un Chile enfermo de consumo; un Chile de malls, crédito y deuda. Octubre abrió el sendero hacia otras formas de vida; otras formas de ser feliz. Para eso ya no basta el pesimismo de Han; debemos abrazar, como deber moral, una ética del optimismo, donde la esperanza le gane al miedo; donde la solidaridad le gane al egoísmo; donde la cooperación reemplace a la competitividad capitalista. Para eso “sería necesario escapar de estos grandes almacenes. Deberíamos volver a convertir los grandes almacenes en una casa; es más, en un centro festivo en el que realmente merezca la pena vivir.”30 Octubre fue una fiesta.
Notas
Moulian, Chile Actual. Anatomía de un mito; El consumo me consume.
Dussel, Moraña y Jauregui, Coloniality at Large;Mignolo, The Darker Side of Western Modernity.