Abstract
Parafraseando a Roque Dalton, el poeta radical salvadoreño ya fallecido, cuando el presente está cargado con la urgencia de actuar a como dé lugar, hay que considerar nuevamente la poesía de César Vallejo hasta en su más mínimo detalle. Nadie entendió mejor que Vallejo que articular el pasado históricamente significa “apoderarse de un recuerdo, como si fuera un relámpago en un momento de peligro.” Vallejo insinuó el evento radical que era ya el “mañana” y el tiempo futuro redimidible que aparece en estado permanente de advenimiento. Encriptada en su poesía, la única pregunta todavía es: “¿Cómo se llama cuanto heriza nos?” Como ayer, seguimos preguntándonos cómo responder y confrontar diferentes formas de violencia sistemática.
Parafraseando a Roque Dalton, el poeta radical salvadoreño ya fallecido, cuando el presente está cargado con la urgencia de actuar a como dé lugar, hay que considerar nuevamente la poesía de César Vallejo hasta en su más mínimo detalle.1 Nadie entendió mejor que Vallejo que articular el pasado históricamente significa “apoderarse de un recuerdo, como si fuera un relámpago en un momento de peligro.”2 Vallejo insinuó el evento radical que era ya el “mañana” y el tiempo futuro redimidible que aparece en estado permanente de advenimiento: “Era Era. / Gallos cancionan escarbando en vano. / Boca del claro día que conjuga / era era era era. / Mañana Mañana.” Encriptada en su poesía, la única pregunta todavía es: “¿Cómo se llama cuanto heriza nos?” (Trilce, II). Como ayer, seguimos preguntándonos cómo responder y confrontar diferentes formas de violencia sistemática.
César Vallejo nació el 16 de marzo del 1892 en el 96 de la Calle Colón en Santiago de Chuco, un pequeño pueblo andino en el norte de Perú. Falleció en 1938 en París, Francia. Como en el sueño y en el poema que preanunciaron su muerte, murió en un día en que caía un torrencial aguacero. Él era el undécimo hijo de padres mestizos y sus abuelos provenían del pueblo Chimú. Entre el 1908 y el 1913, debido a la falta de recursos financieros, tuvo que interrumpir su educación universitaria para ganarse la vida trabajando como tutor y luego como contador en una plantación azucarera. En la plantación, Vallejo fue testigo de cómo miles de jornaleros trabajaban en los campos desde el alba hasta el anochecer, percibiendo un magro salario y un plato de arroz. En 1920, pasó treses meses en la cárcel central de Trujillo, acusado de ser el líder intelectual de una revuelta local. En 1922, Vallejo publicó Trilce, un libro de poemas altamente experimentales, escritos mientras se encontraba en la clandestinidad, poco antes de su detención. A la larga, el libro se convirtió en una de las obras más grandes de la poesía moderna, en cualquier idioma. Vallejo se mudó a París en 1923.
Entre el 1936 y el 1937, durante la Guerra Civil Española, Vallejo viajó varias veces a España, para trabajar como periodista y con el fin de apoyar a la causa republicana. Como Gabriela Mistral, Pablo Neruda, Federico García Lorca, W. H. Auden, Emma Goldman, Robert Capa, George Orwell, Virginia Woolf y muchos otros escritores y artistas, Vallejo consideró la guerra civil como un acto de violencia por parte del ejército contra la voluntad del pueblo. En París, entre el 3 de septiembre y el 8 de diciembre, ya gravemente enfermo y movido por un sentido de urgencia, Vallejo escribió de modo afiebrado varios poemas, incluyendo los versos compilados en España, aparta de mí este cáliz, una serie de poemas incendiarios que denuncian los efectos catastróficos de la Guerra Civil Española para le izquierda republicana democrática, el lado perdedor de la contienda. Los tres poemas aquí reproducidos pertenecen a este libro.
En España, aparta de mí este cáliz, lo que se halla en juego es la idea de la poesía como práctica y acción política. Como William Rowe ha argumentado, en la poesía de Vallejo la aparición del pasado en tanto analogía del futuro evoca el tiempo mesiánico de Walter Benjamin, en el que una posibilidad revolucionaria de justicia se fundamenta en la emergencia del pasado en el presente.3 De forma selectiva Vallejo se apropia, transformándola, de la escatología cristiana sin cancelar su significado por completo. El cáliz simboliza el sufrimiento de los pueblos y la ira de Dios. Cuando Vallejo pide a España que aparte de él el cáliz de sangre, esto parece sugerir que el poeta apenas logra soportar el ser testigo del dolor atroz causado por la guerra y el poder dictatorial. Mas, a diferencia de la teleología cristiana, Vallejo ubica al sujeto sufriente de la política y del lenguaje en la heterogeneidad de un puro presente sin trascendencia.
Imitando el Padre Nuestro y a la vez traduciéndolo en términos de una política de la justicia universal, el primer poema aquí incluido, titulado “Himno a los voluntarios de la República,” abre la colección con un saludo a los defensores de la Segunda República, los cuales se han unido libremente a la lucha por la justicia y la igualdad. A diferencia de la voluntad inquebrantable que se le atribuye al pueblo, el sujeto hablante del poema se siente agobiado por el llamado a las armas; duda y no sabe qué hacer o dónde situarse. Corre, escribe, aplaude, llora, vislumbra, destruye y haciendo todo esto, el “yo” intermitentemente se disuelve en un cuerpo político plural: “apagan, digo / a mi pecho que acabe, al bien, que venga, / y quiero desgraciarme.” En las potencialidades desencadenadas por la Guerra Civil Española y la resistencia utópica, el colectivo se redime a sí mismo a través de la posibilidad de un futuro vacilante, que es a la vez una pregunta abierta y la convicción compartida de una posible harmonía universal. En la afirmación de lo que pueda pasar, los mudos hablarán, los ciegos verán y “¡Sólo la muerte morirá!” En este poema y el próximo, el evento político que le otorgará al dolor un sentido colectivo de acción histórica, es una nueva universalidad de lo común.
El Poema III se basa en una historia verídica recopilada en Doy fe (1937), escrito por un nacionalista arrepentido, Ruiz Vilaplana, que experimentó un cambio de convicción después de presenciar los horrendos crímenes perpetrados por las fuerzas fascistas contra los milicianos republicanos en Burgos en 1936. El poema describe el cadáver destrozado de un campesino pobre de Sasamón, a quien le dieron un tiro en la cara. En su bolsillo se encontró una carta escrita en español pobremente escrito. En esta carta, Rojas advertía a sus compañeros acerca de la ira y la crueldad de los fascistas: “Abisa a todos compañeros y marchar pronto. Nos dan de palos brutalmente y nos matan. Como lo ben perdio no quieren sino la barbaridá.”4 En su reescritura poética de la historia popular, el campesino se convierte en Pedro Rojas, el hombre común español, quien regresa de los muertos “lleno de mundo,” llevando “en la chaqueta una cuchara muerta.” Resucitado en el lenguaje, el dedo grande de Rojas se convierte en una herramienta de escritura transformativa que garabatea en el aire la verdad oral del pueblo y la extemporaneidad de sus b's mal escritas, instando a los anti-fascistas a continuar la lucha contra la opresión y la violencia.
Por último, el poema XV, que lleva el mismo título que el libro, concluye la serie poética dirigiéndose ya no a los milicianos del poema inicial, sino a los herederos de su futuro radical. No a los niños de España, sino a los “niños del mundo.” Desde la perspectiva de Vallejo, el mundo entero queda en un estado de expectación, esperando temeroso el resultado de una guerra contra el fascismo, hecha en nombre de la esperanza—una lucha llevada adelante no solamente en nombre de España, sino por la causa del mundo entero. En 1937, Vallejo ya había vislumbrado las señales de la derrota surgiendo des las tumbas de los partisanos y civiles muertos y de ciudades devastadas como Guernica, y en el último de los poemas del libro, comienza a alucinar el advenimiento de una abrumadora catástrofe política. Si España cae víctima del fascismo, el tiempo se detendrá y quedará descoyuntado, impidiendo el crecimiento de los niños o bien acelerando su envejecimiento. Sin futuro, los niños habrán estado ya por siempre incapacitados, medio muertos, sin lenguaje o un alfabeto adecuado para comunicarse con los otros o decir en voz alta lo que piensan. Sin embargo, frente a la catástrofe inminente, Vallejo duda, aferrándose a la esperanza: si cae España—digo es un decir— / si cae.” Los niños deben prestar atención por si España cae, aunque, después de todo, esto tal vez puede que no ocurra (“digo es un decir”). Como España, el poeta-profeta practica la adivinación, entreviendo desesperadamente futuros posibles cifrados en el lenguaje de la muerte: “qué hacer, y está en su mano / la calavera hablando y habla y habla.” En las últimas dos estrofas, la voz profética del poeta adopta un tono paternal, o el tono de una niñera. Mientras aguardan en la casa, en la oscuridad de la historia, los niños deben bajar la voz y escuchar atentamente. Y si la madre España no vuelve y el poeta llega tarde, y escuchan rumores de sonidos a la puerta, en el caso de que ella haya caído (“digo es un decir”) deben todos ir “a buscarla.”
Después de todo, hay todavía el dedo grande que escribe y las bes, llenas de esperanza, de Pedro Rojas, que “luchó con sus células, sus nos, sus todavías, sus hambres, sus pedazos.” Rojas, que después de morir se levantó y volvió a escribir con su dedo grande en el aire: “¡Viban los compañeros!”
Bibliografía
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Extractos de España, aparta de mí este cáliz*
César Vallejo
I
Himno a los voluntarios de la república
Voluntario de España, miliciano
de huesos fidedignos, cuando marcha a morir tu corazón,
cuando marcha a matar con su agonía
mundial, no sé verdaderamente
qué hacer, dónde ponerme;
corro, escribo, aplaudo, lloro, atisbo, destrozo, apagan, digo
a mi pecho que acabe, al bien, que venga,
y quiero desgraciarme;
descúbrome la frente impersonal hasta tocar
el vaso de la sangre, me detengo,
detienen mi tamaño esas famosas caídas de arquitecto
con las que se honra el animal que me honra;
refluyen mis instintos a sus sogas,
humea ante mi tumba la alegría
y, otra vez, sin saber qué hacer, sin nada, déjame,
desde mi piedra en blanco, déjame,
solo,
cuadrumano, más acá, mucho más lejos,
al no caber entre mis manos tu largo rato extático,
quiebro contra tu rapidez de doble filo
mi pequeñez en traje de grandeza!
Un día diurno, claro, atento, fértil
¡oh bienio, el de los lóbregos semestres suplicantes,
por el que iba la pólvora mordiéndose los codos!
¡oh dura pena y más duros pedernales!
¡oh frenos los tascados por el pueblo!
Un día prendió el pueblo su fósforo cautivo, oró de cólera
y soberanamente pleno, circular,
cerró su natalicio con manos electivas;
arrastraban candado ya los déspotas
y en el candado, sus bacterias muertas . . .
¿Batallas? ¡No! Pasiones. Y pasiones precedidas
de dolores con rejas de esperanzas,
de dolores de pueblos con esperanzas de hombres!
¡Muerte y pasión de paz, las populares!
¡Muerte y pasión guerreras entre olivos, entendámosnos!
Tal en tu aliento cambian de agujas atmosféricas los vientos
El mundo exclama: “¡Cosas de españoles!” Y es verdad. Consideremos,
durante una balanza, a quema ropa,
a Calderón, dormido sobre la cola de un anfibio muerto
o a Cervantes, diciendo: “Mi reino es de este mundo, pero
también del otro”: ¡punta y filo en dos papeles!
Contemplemos a Goya, de hinojos y rezando ante un espejo,
a Coll, el paladín en cuyo asalto cartesiano
tuvo un sudor de nube el paso llano
o a Quevedo, ese abuelo instantáneo de los dinamiteros
o a Cajal, devorado por su pequeño infinito, o todavía
a Teresa, mujer, que muere porque no muere
o a Lina Odena, en pugna en más de un punto con Teresa . . . .
(Todo acto o voz genial viene del pueblo
y va hacia él, de frente o transmitidos
por incesantes briznas, por el humo rosado
de amargas contraseñas sin fortuna)
Así tu criatura, miliciano, así tu exangüe criatura,
agitada por una piedra inmóvil,
se sacrifica, apártase,
decae para arriba y por su llama incombustible sube,
sube hasta los débiles,
distribuyendo españas a los toros,
toros a las palomas . . .
Proletario que mueres de universo, ¡en qué frenética armonía
acabará tu grandeza, tu miseria, tu vorágine impelente,
tu violencia metódica, tu caos teórico y práctico, tu gana
dantesca, españolísima, de amar, aunque sea a traición, a tu enemigo!
¡Liberador ceñido de grilletes,
sin cuyo esfuerzo hasta hoy continuaría sin asas la extensión,
vagarían acéfalos los clavos,
antiguo, lento, colorado, el día,
nuestros amados cascos, insepultos!
¡Campesino caído con tu verde follaje por el hombre,
con la inflexión social de tu meñique,
con tu buey que se queda, con tu física,
también con tu palabra atada a un palo
y tu cielo arrendado
y con la arcilla inserta en tu cansancio
y la que estaba en tu uña, caminando!
¡Constructores
agrícolas, civiles y guerreros,
de la activa, hormigueante eternidad: estaba escrito
que vosotros haríais la luz, entornando
con la muerte vuestros ojos;
que, a la caída cruel de vuestras bocas,
vendrá en siete bandejas la abundancia, todo
en el mundo será de oro súbito
y el oro,
fabulosos mendigos de vuestra propia secreción de sangre,
y el oro mismo será entonces de oro!
¡Se amarán todos los hombres
y comerán tomados de las puntas de vuestros pañuelos tristes
y beberán en nombre
de vuestras gargantas infaustas!
Descansarán andando al pie de esta carrera,
sollozarán pensando en vuestras órbitas, venturosos
serán y al son
de vuestro atroz retorno, florecido, innato,
ajustarán mañana sus quehaceres, sus figuras soñadas y cantadas!
¡Unos mismos zapatos irán bien al que asciende
sin vías a su cuerpo
y al que baja hasta la forma de su alma!
¡Entrelazándose hablarán los mudos, los tullidos andarán!
¡Verán, ya de regreso, los ciegos
y palpitando escucharán los sordos!
¡Sabrán los ignorantes, ignorarán los sabios!
¡Serán dados los besos que no pudisteis dar!
¡Sólo la muerte morirá! ¡La hormiga
traerá pedacitos de pan al elefante encadenado
a su brutal delicadeza; volverán
los niños abortados a nacer perfectos, espaciales
y trabajarán todos los hombres,
engendrarán todos los hombres,
comprenderán todos los hombres!
¡Obrero, salvador, redentor nuestro,
perdónanos, hermano, nuestras deudas!
Como dice un tambor al redoblar, en sus adagios:
qué jamás tan efímero, tu espalda!
qué siempre tan cambiante, tu perfil!
¡Voluntario italiano, entre cuyos animales de batalla
un león abisinio va cojeando!
¡Voluntario soviético, marchando a la cabeza de tu pecho universal!
¡Voluntarios del sur, del norte, del oriente
y tú, el occidental, cerrando el canto fúnebre del alba!
¡Soldado conocido, cuyo nombre
desfila en el sonido de un abrazo!
¡Combatiente que la tierra criara, armándote
de polvo,
calzándote de imanes positivos,
vigentes tus creencias personales,
distinto de carácter, íntima tu férula,
el cutis inmediato,
andándote tu idioma por los hombros
y el alma coronada de guijarros!
¡Voluntario fajado de tu zona fría,
templada o tórrida,
héroes a la redonda,
víctima en columna de vencedores:
en España, en Madrid, están llamando
a matar, voluntarios de la vida!
¡Porque en España matan,
otros matan al niño, a su juguete que se pára,
a la madre Rosenda esplendorosa,
al viejo Adán que hablaba en alta voz con su caballo
y al perro que dormía en la escalera.
Matan al libro, tiran a sus verbos auxiliares,
a su indefensa página primera!
Matan el caso exacto de la estatua,
al sabio, a su bastón, a su colega,
al barbero de al lado—me cortó posiblemente,
pero buen hombre y, luego, infortunado;
al mendigo que ayer cantaba enfrente,
¡Voluntarios,
por la vida, por los buenos, matad
a la muerte, matad a los malos!
¡Hacedlo por la libertad de todos,
del explotado y del explotador,
por la paz indolora—la sospecho
cuando duermo al pie de mi frente
y más cuando circulo dando voces—
y hacedlo, voy diciendo,
por el analfabeto a quien escribo,
por el genio descalzo y su cordero,
por los camaradas caídos,
sus cenizas abrazadas al cadáver de un camino!
Para que vosotros,
voluntarios de España y del mundo, vinierais,
soñé que era yo bueno, y era para ver
vuestra sangre, voluntarios . . . .
De esto hace mucho pecho, muchas ansias, muchos camellos en edad de orar.
Marcha hoy de vuestra parte el bien ardiendo,
os siguen con cariño los reptiles de pestaña inmanente
y, a dos pasos, a uno,
la dirección del agua que corre a ver su límite antes que arda.
III
Solía escribir con su dedo grande en el aire:
“¡Viban los compañeros! Pedro Rojas”,
de Miranda de Ebro, padre y hombre,
marido y hombre, ferroviario y hombre,
padre y más hombre, Pedro y sus dos muertes.
Papel de viento, lo han matado: ¡pasa!
Pluma de carne, lo han matado: ¡pasa!
¡Abisa a todos compañeros pronto!
Palo en el que han colgado su madero,
lo han matado;
¡lo han matado al pie de su dedo grande!
¡Han matado, a la vez, a Pedro, a Rojas!
¡Viban los compañeros
a la cabecera de su aire escrito!
¡Viban con esta b del buitre en las entrañas de Pedro
y de Rojas, del héroe y del mártir!
Registrándole, muerto, sorprendiéronle
en su cuerpo un gran cuerpo, para
el alma del mundo,
y en la chaqueta una cuchara muerta.
Pedro también solía comer
entre las criaturas de su carne, asear, pintar
la mesa y vivir dulcemente
en representación de todo el mundo.
Y esta cuchara anduvo en su chaqueta,
despierto o bien cuando dormía, siempre,
cuchara muerta viva, ella y sus símbolos.
¡Abisa a todos compañeros pronto!
¡Viban los compañeros al pie de esta cuchara para siempre!
Lo han matado, obligándole a morir
a Pedro, a Rojas, al obrero, al hombre, a aquél
que nació muy niñín, mirando al cielo,
y que luego creció, se puso rojo
y luchó con sus células, sus nos, sus todavías, sus hambres, sus pedazos.
Pedro Rojas, así, después de muerto,
se levantó, besó su catafalco ensangrentado,
lloró por España
y volvió a escribir con el dedo en el aire:
“¡Viban los compañeros! Pedro Rojas”.
Su cadáver estaba lleno de mundo.
7 Nov. 1937
XV
España, aparta de mí este cáliz
Niños del mundo,
si cae España—digo, es un decir—
si cae
del cielo abajo su antebrazo que asen,
en cabestro, dos láminas terrestres;
niños, ¡qué edad la de las sienes cóncavas!
¡qué temprano en el sol lo que os decía!
¡qué pronto en vuestro pecho el ruido anciano!
¡qué viejo vuestro 2 en el cuaderno!
¡Niños del mundo, está
la madre España con su vientre a cuestas;
está nuestra maestra con sus férulas,
está madre y maestra,
cruz y madera, porque os dio la altura,
vértigo y división y suma, niños;
está con ella, padres procesales!
Si cae—digo, es un decir—si cae
España, de la tierra para abajo,
niños, ¡cómo vais a cesar de crecer!
¡cómo va a castigar el año al mes!
¡cómo van a quedarse en diez los dientes,
en palote el diptongo, la medalla en llanto!
¡Cómo va el corderillo a continuar
atado por la pata al gran tintero!
¡Cómo vais a bajar las gradas del alfabeto
hasta la letra en que nació la pena!
Niños,
hijos de los guerreros, entre tanto,
bajad la voz, que España está ahora mismo repartiendo
la energía entre el reino animal,
las florecillas, los cometas y los hombres.
¡Bajad la voz, que está
con su rigor, que es grande, sin saber
qué hacer, y está en su mano
la calavera hablando y habla y habla,
la calavera, aquélla de la trenza,
la calavera, aquélla de la vida!
¡Bajad la voz, os digo;
bajad la voz, el canto de las sílabas, el llanto
de la materia y el rumor menor de las pirámides, y aún
el de las sienes que andan con dos piedras!
¡Bajad el aliento, y si
el antebrazo baja,
si las férulas suenan,
si es la noche,
si el cielo cabe en dos limbos terrestres,
si hay ruido en el sonido de las puertas,
si tardo,
si no veis a nadie, si os asustan
los lápices sin punta, si la madre
España cae—digo, es un decir—
salid, niños del mundo; id a buscarla! . . .
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2018
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